Fue realizado el sábado, en el Salón Blanco
En la noche del sábado último, en el Salón Blanco de la Municipalidad, tuvo lugar una excelente velada cultural, de aquellas que suelen echarse de menos en esta ciudad: un concierto de música docta.
En esta oportunidad, se contó con la presentación del dúo conformado por el pianista Carlos Matteo y el violoncelista Pablo D’Elía, quienes ofrecieron un selecto repertorio. Los músicos cautivaron al auditorio con ejecuciones brillantes, dotadas de una técnica límpida y de una sonoridad pura, diáfana.
Con gran maestría, estimularon la sensibilidad de los presentes algunas obras conocidas: «Polonesa de Concierto», de David Popper (opus 14) y «Introducción y Polonesa brillante» (opus 3) en do mayor, de Fryderyk Chopin, entre otras. Aunque, no por menos difundida, fue menos sublime la escogida para el bis, fuera de programa: «Requiebros», del genial compositor y violoncelista español Gaspar Cassadó i Moreu.
Un momento de profunda emotividad fue creado con dos piezas notables de Antonín Dvorák, «Así cantaba mi madre» y la «Canción a la Luna», de la ópera «Rusalka» (opus114).
Con una fuerte impronta académica, la nota más popular fue dada con la obra del maestro José Bragato, «Graciela y Buenos Aires», que tanto deleita ejecutar a los violoncelistas, en homenaje a este genial compositor italo-argentino desaparecido el año pasado a edad centenaria.
En las notables interpretaciones de los maestros Matteo y D’Elía, el potente y estudiado tratamiento del repertorio y el indiscutible virtuosismo de ambos se conjugaron excelsamente.
En un libro casi olvidado, “Défense de la basse de viole contre les entreprises du violon et les prétensions du violoncelle” (editado en Amsterdam, por Pierre Mortier, en 1740), hoy afortunadamente digitalizado y recuperado para la red virtual por la Oberlin College Library, el violinista Hubert Le Blanc afirmaba que el sonido del violoncello es “delicado y ligeramente nasal, como la voz de un diplomático”. Esta idea, escueta y precisa, que refiere acerca de su belleza, se manifestó desde el momento en que, Pablo D’Elía, colocó las cerdas del arco de Pernambuco sobre las cuerdas del violoncello y las yemas de sus dedos sobre el diapasón. Ese instrumento tan robusto y voluminoso, en manos de D’Elía, comenzó a emitir un sonido ingrávido, casi celestial.
En magnífica combinación instrumental, lo de Carlos Matteo fue técnicamente irreprochable, sobria y mesurada. Si Chopin hubiese escuchado a Matteo en su performance, en la interpretación de su «Introducción y Polonesa», que dedicó al admirado Joseph Merk, sin dudas le había felicitado.
Sería trivial pretender elegir una, entre tantas bellas interpretaciones realizadas en esta noche sabatina. Desde luego, cada una de las personas que asistieron al concierto se vieron cautivadas por una que otra en particular.
Para quien escribe esta crónica, las de Dvorák fueron sobremanera admirables. «Así cantaba mi madre» («Als die alte Mutter sang»), la cuarta de las siete canciones de «Zigeunermelodien» (opus 55), escrita originalmente para voz y piano, en 1880, por el genial compositor checo, sonó embriagadora, con mágicas texturas, en una paleta tímbrica de aires postorámticos formidable. Ese paroxismo, deliciosa sonoridad, también se experimentó con la «Canción de la Luna».
Tal como se ha expresado más arriba, no siempre es posible disfrutar, en 9 de Julio, de un concierto en el cual, las composiciones camerísticas, son interpretadas con tanto acierto.
Los asistentes quedaron completamente satisfechos de lo que pudieron escuchar.
El Salón Blanco Municipal, con su peculiar estética de arquitectura interior decimonónica, sumada a la ambientación muy cuidada de luces, que dieron realce al ornato de capiteles, pilastras, corniches y cartouches, se convirtió en el más propicio ámbito para la realización de este concierto. Más aún sin se tienen en cuenta las cualidades acústicas de esta sala.