Por Héctor José Iaconis.
La fotografía que hoy publicamos recoge un aspecto de la visita del Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, José Camilo Crotto (en la fotografía, cuarto desde la derecha) a 9 de Julio, con la finalidad de asistir a la Exposición Rural. El aludido ocupó ese cargo desde el 1º de mayo de 1918 hasta el 20 de mayo de 1921. El gobernador, en este oportunidad, aparece acompañado por algunos vecinos conocidos, tales como el presidente de la Sociedad Rural de 9 de Julio, Celestino Fage.
Hemos escogido esta imagen para referirnos a una característica de la moda de la época que puede apreciarse en la imagen: el uso del sombrero y el bastón.
Cuando han transcurrido ya dos décadas del tercer milenio, vale la pena viajar imaginariamente en el tiempo e imaginar las costumbres y maneras de vida de los que nos antecedieron. La denominada «antropología sociocultural», aun disciplina muy joven, nos brinda los instrumentos teórico-metodológicos necesarios para el análisis de tiempos pretéritos, en los que entre otras prácticas propias de finales del siglo XIX e inicios del XX, los galanes de levita o saco, que acostumbraban portar bastón y sombrero.
Alguna vez, por la Plaza “General Belgrano” o por las calles del centro, todavía polvorientas de la hoy ciudad de 9 de Julio, pasearon los jóvenes con sobrio atuendo de camisa blanca de hilo con cuello postizo y pantalón, chaleco y saco, bastón en mano y sombrero de paño, para mostrar sus mejores galas en el paseo.
Las amplias salas de las casonas decimonónicas y de comienzos del siglo XX, generalmente contaban con un mueble de madera destinado a colocar el bastón y sombrero cuando llegaba una visita que requería de cumplido y atenciones especiales. Sobresalían entonces, muebles con altos espejos que, a ambos lados, mostraban sobrados aditamentos que servían de sostén a los sombreros y bastones. Estos constituían toda una obra de arte de la carpintería ebanista. Otros estaban formados por una gruesa barra central, torneada con gusto y alrededor de la cual se fijaban piezas salientes que prestaran la utilidad que se esperaba.
Múltiples eran los materiales empleados para fabricar bastoneras y porta-sombreros; no obstante, sobresalían la caoba, el cedro y el roble, entre otros. Podían tener incrustaciones decorativas en finas láminas doradas, nácar, hueso u otros componentes, pero en todos los casos resaltaba el gusto y la elegancia junto a la originalidad con que eran elaborados.
En los bares y salones del pueblo, en los hoteles y fondas, en las oficinas públicas, escritorios privados, incluso en algunos comercios y hasta en los vagones del ferrocarril había muebles exclusivos para guardar sombreros y bastones. El Teatro Rossini, en su platea, poseía un espacio en las butacas para guardar el sombrero durante la función.
No debemos desconocer el valor utilitario que entonces se le atribuía al bastón y sombrero, máximo si tenemos en cuenta que con el soporte se obtenía un apoyo adicional y además servía en oportunidades para indicar o dar órdenes y el sombrero permitía cuidarse del sol y se hacía un arte en la galantería de quitárselo para saludar.
La zona céntrica de la ciudad, la que circunda a la Plaza “General Belgrano”, de nuestros días, ya no tiene calles de tierra ni jóvenes señoriales que paseen por ellas con bastón y sombrero, práctica que quedó atrás para dar paso a otros tiempos. No obstante, en algunas casas aún se conservan hermosas bastoneras y porta-sombreros como testigos mudos de aquel pasado de cumplidos.