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sábado, noviembre 23, 2024

Pandemia mediante

Nota del periodista nuevejuliense Facundo Mesquida


El nuevejuliense Facundo Mesquida, periodista de Radio Perfil, Radio Colonia e Infocampo (hijo de Cristina Manfredi y del recordado José Luis Mesquida) escribió una nota muy interesante titulada «Pandemia mediante»:

Acaba de terminar la conferencia de prensa del profesor y presidente de la República Argentina, Alberto Fernández. Anunció que el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio se extiende al menos hasta el 26 de abril. Quienes saben, deslizan la posibilidad de llegar al 10 de mayo con la cuarentena.
Escribo es ese contexto y escuchando «Guanuqueando» por Divididos. Serán en total 37 días de distanciamiento social forzado, o quizás 54, pero un mes más ya me permite hacer deducciones. Una suposición a largo plazo. Un intento por acariciar la bola de cristal y ver más allá.
Mi esfuerzo está en determinar qué cambiará. Una especie de abordaje cultural del asunto. No en el mundo, sino en mi amado país. Quizás estas palabras les lleguen a los uruguayos o a los paraguayos y también las puedan hacer propias. Quizás todos los hermanos latinoamericanos que estén debajo del trópico de Capricornio me entiendan.
Pero yo quiero suponer del mío. Ese que se llama Argentina, hijo de papá Vamos y de mamá Carajo; y que cuando toman lista en la escuela se escucha: Vamos Carajo Argentina. «Presente».
Acá, en la tierra gaucha donde se toma mate en familia, con amigos, en la facultad, y en el trabajo. Acá, donde nos saludamos con un beso en la mejilla. Acá donde nuestros cuerpos se fusionan y somos uno en la cancha. Acá donde la birra se toma del pico. Donde el fernet comunitario es religión, culiado. Acá donde viajamos hacinados en el transporte público como vacas y sin siquiera decir mu. Acá donde la tira de asado se da vuelta con la mano, agarrando de los huesitos. Acá donde el repulgue de una empanada es una colección de huellas digitales. Acá donde el abrazo de gol se lo damos hasta a los desaparecidos.
Nosotros, y para bien o mal permítame la caprichosa caracterización, somos distintos al resto de los mortales. Nosotros no podemos pensar y luego existir. Nosotros sentimos y luego vemos qué onda. Somos un amasijo de sangre y carne que va. Tenemos lo mejor de la civilización y lo mejor de la barbarie. Por parte iguales. Los de derecha odian una parte, y los de izquierda la otra.
Suena «Cactus» por Música para Volar y mierda que el COVID-19 va a pegar fuerte acá. Toda nuestra conducta cultural requiere de la unión. La composición estructural de nuestras vidas es compartir y estar cerca. Somos una sociedad que funciona como grupo de apoyo. Suenan muchos «Hola soy Germán, hace como dos años que escabio todos los días», algunos «Este año seguro ascendemos», y otros tantos «Una más y nos vamos».
Otras culturas están disociadas. Es verdad que forman un masa de sentido, una sociedad elegante. Pero ahí cada uno hace lo suyo y listo. No necesitan nuestros besos y abrazos. Miedosos cachetes que se corren de los labios. Manos que se quedan sin espaldas a las cuales apretar. Bombillas que no son chupadas por nadie. Son, me animo a decir, almas frías.
El COVID-19 dejará indefectiblemente un miedo al otro. Uno democrático, porque cualquiera puede ser huésped sin saberlo. Los de clase alta, que recorren el mundo en cada verano o invierno. Lo de clase media, que van y vienen por las calles argentinas. Y los de clase baja, hacinados en sus casillas, en el mejor de los casos.
Todos somos blanco fácil para el bicho éste, y por ende, todos nos transformamos en un otro de riesgo. ¿Se seguirán tomando mates a la pasada? ¿Con el fletero mientras descarga los sillones? ¿Con el mecánico mientras evalúa en su cabeza una tarifa a las claras impagable? ¿Seguiremos comprando carne en esa carnicería que te sirven el lomo con la mano izquierda, mientras con la derecha lo abofetea explicando su ternura?
Quedarán, quizás, muchas botellas de plástico sin cortar y no habrá nunca más fernet comunitario. Muchos abrazos quedarán en el aire, dados al vacío, sin una espalda caliente a la cual apretar. Se harán nuevos protocolos domésticos para celebrar cumpleaños. Se mirará de reojo a ese niño que juega en la plaza con las manos sucias. Y quizás, ni el público local entre al estadio.
¿Cuál será el verdadero cambio de hábito de consumo? Me pregunto mientras Mollo canta: «Falta envido truco, chiste nacional» ¿Cómo será una Argentina, mi Argentina, con una distancia social necesaria pero forzada? ¿Cuánto costará armar nuevos partidos de fútbol con los amigos? ¿Tomaremos todos del pico de esa misma botella? ¿Dejará de existir el pasa mano de faso?
El cambio exigirá una readaptación de las costumbres. Un antes y después cultural. Habrá, como siempre, quien corra con todos los riesgos y vuelva a vivir su vida lo más tranquila posible. Aquel que mire al corona a la cara, y se niegue a prestarle atención. Pero será ese parte de una minoría.
Las nuevas generaciones recordarán muy bien sus días de cuarentena. Tendrán para siempre algunos cuidados, y jamás serán los mismos que nosotros. Harán videoconferencias con total naturalidad, mientras otros estaremos en bares con capacidad ociosa. Las madres ya no sólo pedirán que se abriguen, que llamen, que miren al cruzar la calle, que no vuelven tarde, y tantas cosas más. Ahora también darán un par de indicaciones sanitarias. «¿Te llevas alcohol en gel?», «Lavate bien las manos cuando llegues», «No aceptes caramelos de extraños, ni de tus amigos, ni de nadie».
Mientras escucho «Himno de mi corazón» de Los Abuelos de la Nada pienso. Iniciarán, sin pensar y sin querer, un nueva Argentina. Una lejos de la que conocemos hoy. Una distinta y quizás más responsable y segura. Una que permita continuar con la vida. Pero será, sin ningún lugar a dudas, un país sin abrazos de gol.

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