La doctora Eugenia Sacerdote de Lustig, una figura central de la ciencia argentina que falleció días atrás a los 101 años, debió enfrentar la discriminación y desconfianza por ser mujer y judía. Dos investigadores que trabajaron con ella la recuerdan en una entrevista con la agencia CyTA y la describen como “una persona maravillosa que exhibía una energía envidiable.”
Una de las más destacadas investigadoras de la historia de la ciencia argentina, la doctora Eugenia Sacerdote de Lustig, falleció a los 101 años de edad el pasado 27 de noviembre. Instalada en el país luego de dejar su Italia natal a raíz de las persecuciones antisemitas del régimen de Benito Mussolini, fue pionera en la región en la técnica de cultivos celulares y en 1959 jugó un rol clave en la decisión de que se aplicara la vacuna Salk contra la poliomelitis en Argentina.
Dos científicos que la conocieron la recordaron en una entrevista concedida a la Agencia CyTA: el doctor Israel Algranati, investigador de la Fundación Instituto Leloir y del CONICET, autor de trabajos en el área de biosíntesis de proteínas en microorganismos y células animales; y el doctor Luis Quesada Allué, investigador en biología del desarrollo del IIBBA-CONICET y de la Fundación Instituto Leloir.
“La doctora Lustig estudió medicina en la Universidad de Turín a la que ingresó junto a su prima y amiga, Rita Levi-Montalcini, quien mereció el premio Nobel de Medicina por sus estudios en Neurobiología. Las dos primas debieron vencer las resistencias y prejuicios familiares y del ambiente universitario de Italia para ser aceptadas entre las poquísimas mujeres que estudiaban Medicina a comienzos de la década de 1930. Siendo todavía estudiante la doctora Lustig inició investigaciones bajo la dirección del eminente neurobiólogo Giuseppe Levi. Durante estos trabajos comenzó a experimentar en cultivos celulares”, señala el doctor Algranati.
Por su parte el doctor Quesada Allué, quien también se desempeña como profesor titular de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, la recuerda como “una extraordinaria y bellísima persona, una científica del mas alto fuste. Fue pionera absoluta en la Argentina en lo relativo al cultivo de células humanas, siendo una de las pocas personas en el mundo que podía cultivar células de hígado. Y fue también pionera y líder -a pesar de las dificultades que enfrentó en el país desde que llegó desde Italia en 1939- en varios temas relacionados con cáncer”.
Quesada Allué agrega que las doctoras Lustig y Levi- Montalcini estuvieron entre las primeras mujeres en recibirse de médicas en Italia. “Antes de graduarse, Eugenia debió padecer la discriminación de los machistas, fascistas y antisemitas, y a pesar de ello siempre fue por más y mejor. La prohibición de trabajar que Mussolini impuso a los judíos hizo que Eugenia emigrara a la Argentina con su esposo, donde pudo conectarse con Eduardo de Robertis y Bernardo Houssay en el Instituto de Fisiología de la Facultad de Medicina de la UBA y trabajar en forma muy precaria en su especialidad (cultivo de células), que aparentemente no fue inicialmente valorada”.
Cuando Houssay fue cesanteado de la UBA por razones políticas, la doctora Lustig se tuvo que ir de la facultad y se vinculó con los doctores Armando Parodi, del Instituto Malbrán, y Brachetto Brian del Instituto Roffo. En esta última institución trabajó el resto de su vida. “La doctora Lustig, como todos la conocían, tuvo una maravillosa carrera, plena de éxitos poco reconocidos en el país y formó un equipo de vanguardia”, indica Quesada Allué. Y continúa: “Trabajó en el Roffo hasta hace pocos años, cuando su vista declinó definitivamente. Pero siempre tuvo sombras discriminándola y disminuyéndola. Tuve la suerte de trabajar brevemente con ella y su gente, en el Roffo, en los años ‘70. Fue una de las pocas personas que he conocido en el país que entendía plenamente (y sufría) la siniestra red del nazi-fascismo que penetraba toda la sociedad argentina, en particular los ámbitos científicos. Al tener reflejos europeos, otorgaba significado a muchos indicios de autoritarismo siempre presentes en nuestra sociedad, y que son invisibles –aún hoy-para la mayoría. Entendía perfectamente la esencia tanto del fascismo como del populismo verticalista.”
En los avatares de la ciencia en Argentina, nunca se resignaba al antisemitismo solapado, a la discriminación por ser mujer y por ser plenamente democrática, recuerda el doctor Quesada Allué, quien probó con la doctora Lustig una droga anticancerígena y de quien dice haber aprendido a “trabajar con tumores y ratones”. El científico agrega: “A pesar de sus enormes méritos, siempre le retacearon los fondos que hubiera necesitado su grupo. La técnica de cultivos siempre fue muy cara, pero siempre puso en práctica técnicas económicas, adaptadas a las dificultades. Exhibió una personalidad maravillosa y una energía envidiable.”
Algranati coincide en que la doctora Sacerdote de Lustig enfrentó diversas dificultades en el país hasta conseguir ingresar como investigadora del CONICET en el Roffo, “donde formó un grupo de investigación sobre cáncer. Desarrolló y perfeccionó las técnicas de cultivos celulares normales y tumorales, estableciendo así modelos experimentales adecuados para estudiar los efectos de distintas drogas contra varios tipos de cáncer humano.”
La doctora Sacerdote de Lustig formó a muchos investigadores del país, y era muy apreciada, por ejemplo, por el Nobel argentino Luis Federico Leloir, destaca Quesada Allué.
En la década del 80 el doctor Algranati se relacionó con el grupo de la doctora Sacerdote de Lustig para investigar ciertos factores que influyen en el crecimiento de tejidos tumorales. “Durante los años de nuestra colaboración pude apreciar sus profundos conocimientos sobre biología celular, y su permanente interés por intensificar sus estudios e investigaciones”, recuerda. “Siempre demostró una gran curiosidad por los fenómenos biológicos, y su natural sencillez, buen humor y modestia se veían reflejados en su verdadero rol de maestra. Recuerdo su permanente sonrisa y la bondadosa mirada de sus ojos celestes, lamentablemente casi ciegos en sus últimos años.”
(Agencia CyTA-Instituto Leloir).