El artista popular que se ganó el corazón de varias generaciones, sigue a sus casi 75 años recorriendo la provincia de Buenos Aires con sus espectáculos.
Por Fernando Delaiti, de agencia DIB
“Ahora se me rompió el auto. Pero cuando junte unos pesos lo arreglo y vuelvo a recorrer los pueblos de la provincia de Buenos Aires”. Carlos Brighenti cumplirá en marzo 75 años, y desde los 12, cuando se fue de su casa y empezó con los radioteatros de la compañía de Humberto Lopardo, alias “Pichirica”, no paró de alimentar su vida artística. El hombre que supo crear el circo que recorrió cada pueblo de la provincia de Buenos Aires en las décadas de los 80 y 90, hoy todavía se pinta la cara. El payaso “Papelito” no es un mito. O tal vez sí. Pero es más que eso. Es un héroe, uno de esos que pelea por una causa noble: la risa.
Bohemio y soñador, Brighenti nació en Norberto de la Riestra, partido de 25 de Mayo. Su abuelo, llegado de Italia, fue un inspirador. Era profesor de música y con él empezó a tocar la guitarra, el acordeón y a cantar. Pero además le sumó actuación.
Por esos primeros años, siendo un niño, pasó por el programa de Roberto Galán “Si lo sabe, cante”, donde se ganó la jaula y el canario que allí entregaban. Mientras actuaba en cantinas del barrio de La Boca y otras zonas por un plato de comida, volvió al pueblo que lo vio nacer porque era momento del servicio militar obligatorio. Pero un número bajo lo salvó.
Con la idea de armar un circo, junto a su tía que trabajaba en uno, dio los primeros pasos ayudando a un payaso en Urdampilleta, partido de Bolívar. Y hacia 1975 en Junín, montó su propia carpa de doce metros de diámetro de bolsas de arpillera y unos palos de acacias. Para conseguir esos 110 metros de tela, dejó la guitarra en garantía. La gente iba a las funciones con sus propias sillas. “Tenía 23 años y hacía la función casi sólo. Mi primera mujer, con la que tuve cinco hijos, era la contorsionista y después estaba yo, con mi guitarra”, cuenta Papelito desde la ciudad de Rojas, donde vive, en diálogo con agencia DIB. Luego, con su segunda mujer tuvo un hijo más.
La carpa en Bolívar en el año 2001.
En Chivilcoy, allá por 2006.
En 9 de Julio, dos años antes de “vender” el circo.
Aquellos tiempos eran también en los que él fabricaba hasta las casillas en la que se transportaba (y dormía) su familia de pueblo en pueblo. Con su bicicleta recorría los barrios para convocar a las pocas personas que, en esos primeros meses, eran las que entraban en la carpa. Luego, la leyenda iba a ir agrandándose y el circo, sin abandonar su costado popular, creció. Eran años en los que él, con estilo propio, representaba en cada función una obra que hacía reír a grandes y chicos.
Además de recorrer La Pampa y Santa Fe, la provincia de Buenos Aires fue clave en su vida artística. Rieron y se sorprendieron con él generaciones de Pehuajó, Trenque Lauquen, Bolívar, Henderson, Rojas, 25 de Mayo, Azul, Las Flores, Olavarría, Carlos Casares, Chivilcoy, Salto, Arrecifes, Mercedes, Lobos, Roque Pérez, Saladillo, General Alvear y Tapalqué, entre otros destinos.
Solía pasar hasta dos meses en algunos de las ciudades, con funciones que convocaban hasta mil personas. Eso sí, siempre a precios populares. Y el que no podía pagar, también entraba. En época de Navidad podía dejar un pan dulce o una sidra y él, con su familia, se encargaba de repartirla entre las familias más necesitadas del pueblo. Nunca fue un empresario, fue un artista de circo. Vivió, y vive, con lo justo, como la mayoría de los mortales.
Papelito haciendo reír hoy a los más pequeños.
El momento del “adiós”
Los años pasaron, el circo tuvo sus vaivenes, y Papelito decidió vender su creación. “Fue en 2010, que le cambié por un auto el circo a un uruguayo que aún sigue pero con otro nombre. Liquidé todo y repartí la plata con mis hijos”, recuerda Carlos. Desde ese momento, cada uno de sus seis hijos tomó caminos diferentes. La vida de años y años durmiendo en casillas rodante llegaba a su fin.
Sin embargo, el creador del último circo criollo del país no iba a darse por vencido. A bordo de su auto, el que por ahora tiene que pasar por el taller, aún recorre clubes de barrios, peñas, salones sociales y hasta cumpleaños donde lo llaman para animar a grandes y chicos. “El otro día me contrataron para un cumpleaños de un hombre que festejaba sus 94 años”, dice Carlos, que en 2019 llegó a la pantalla grande gracias al documental “Papelio”, que pude disfrutarse en la plataforma Cine.ar.
Carlos, con la guitarra, haciendo su espectáculos para los más grandes.
Con los más pequeños hace su clásico espectáculo vestido de payaso, pero con los adultos no se pinta la cara, sino que con la guitarra canta, cuenta chistes y hace sus clásicas imitaciones. “Como los más chicos no me conocen proyecto en una pantalla gigante mi historia. Luego empiezo con mi show y la verdad que se enganchan. Tengo un don especial”, relata a agencia DIB este artista que llegó al rock de la mano de un video de Las Pastillas del Abuelo para la canción “¿Qué hago yo esperando un puto as?”.
Mechita, Ascensión, O’Brien, Carlos María Naón o Arroyo Dulce, todos pequeños pueblos de la provincia fueron algunos de los que recorrió Papelito en el último tiempo. “Cuando vuelvan las clases yo voy con los bonos a la salida de la escuela y los reparto para que los chicos sepan que voy a actuar allí”, agrega el hombre que durante este verano fue invitado a participar una semana del circo Rodas y se fotografió con Mirtha Legrand.
Cuando pase por el taller su auto modelo ‘88, Papelito volverá a cargar su traje multicolor, su guitarra y su compañero de viaje, el muñeco Papelón, para recorrer los caminos que ya conocen de sus andanzas. “Estoy bien y con ganas de trabajar. No me imagino la vida sin actuar. Además con la jubilación no me alcanza”, dice entre risas este payaso que espera que el teléfono suene para que lo contraten para hacer lo que más le gusta: robarle una sonrisa a un niño. (DIB) FD