* Fue uno de los árbitros más destacados de la historia deportiva nuevejuliense.
* Durante veinticinco años dirigió, con un brillante profesionalismo, los partidos más importantes de la Liga Nuevejuliense de Fútbol, convirtiéndose en una figura reconocida.
* Configuró aquella entrañable postal urbana de ayer, recorriendo las calles de 9 de Julio con su carro lechero tirado por caballos.
* Durante varios años trabajó como empleado de comercio en el almacén de ramos generales de Llorente Hnos. y en la tradicional Casa “El Cañon”.
* Fue una persona de bien, querido y respetado por todos quienes le conocieron y aún le recuerdan.
La historia del deporte nuevejuliense y, particularmente, del futbol está trazada por el protagonismo de hombres y mujeres que, a lo largo de muchos años, se convirtieron en un paradigma y, en muchos casos, hasta en verdadera leyendas. En ese notable y prolífico registro histórico, surge el nombre de Juan Domingo Buffoni, el árbitro que, a más de un jugador, hizo temer por la probidad con que aplicaba el reglamento. Con una severidad que, en realidad, apenas trasponía el umbral de lo perceptible era ante todo un hombre bueno y, por eso, se lo respetaba tanto dentro como fue del campo de deporte.
Nacido en los albores del siglo XX, hijo de esa generación que había llegado para forjar la patria con el esfuerzo y el trabajo, había recibido de sus padres la enseñanza de aquello que hace a un hombre una persona de bien. Tal vez por eso, al evocarle ahora parezca difícil colegir el rigor que lo hacía imparcial y severo en la cancha con los atributos más profundos que en realidad conformaban su persona noble y buena.
Juan Domingo Buffoni había nacido en 9 de Julio el 9 de marzo de 1909, en el hogar formado por Jacinto Buffoni y de Ana Sottolano. La familia estaba integrada por otros once hermanos: Angel, de profesión abogado y escribano, radicado en la ciudad de Buenos Aires; María, “Minga” (casada de Della Penna), “Chola” (esposa del recordado peluquero Cayetano Loguzzo), “Lela” (casada con Cortelezzi), Luis (“Lito”), José (“Cholo”), Domingo (“Picha”), “Mingo”, Catalina (esposa de Schiaffino) y Rodolfo Nicolás.
Su infancia y primera juventud transcurrieron en la casa paterna, ubicada en la calle Santa Fe entre Nicolás Avellaneda y Sarmiento.
Ya casado estableció su hogar en la calle Hipólito Yrigoyen casi Río Negro (hoy Cardenal Pironio), en una vivienda que tenía acceso también por esa avenida.
Durante muchos años fue lechero. No son pocos quienes aún le recuerdan, con su cordial disposición, conduciendo desde temprano su carro de tracción a sangre donde llevaba los relucientes tarros lecheros de aluminio.
Asimismo, fue empleado de comercio en el legendario almacén de ramos generales de Llorente Hnos. y en Casa “El Cañón”, ubicada en la esquina de Mendoza y San Martín. En esta última, trabajó hasta enero de 1971 en que se acogió a los beneficios de la jubilación.
EL REFERATO
En 1946, Juan Domingo Buffoni, comenzó a desarrollar la actividad que lo distinguió entre sus vecinos y que, desde luego, lo puso en la historia grande del deporte nuevejuliense: el referato.
Su debut fue durante un partido entre el equipo del Club “Juventud Unidad” y la segunda división del Football Club Libertad, disputado en la cancha del primero, hoy desaparecida.
Fue un referí ecuánime y meticuloso en el cumplimiento del reglamento del fútbol, que conocía al detalle. Justamente, en una entrevista mantenida con Antonio Aita, director de Diario EL 9 DE JULIO, el 16 de mayo de 1967, admitía haber sido uno de los árbitros de su tiempo que más jugadores había enviado a los vestuarios.
“En 1954 –recordaba en aquella ocasión- expulsé de la cancha a 57 jugadores. No creo que haya quien me pueda haber superado en esta marca. Fue un año en el que tropecé con muchos indisciplinados y, como toda tolerancia tiene un límite, los corregí actuando con energía”.
Antonio Aita, en otra nota periodística que le dedicó en 1986, lo evocaba como un árbitro de aquellos que vestían la gorra y el pantalón largo.
“Enérgico –lo describía Antonio Aita-, de conducta intachable, lo mismo en la cancha que fuera de ella, muchas veces fue discutido, pero nadie pudo poner en tela de juicio sus procederes. Fue así que se convirtió en uno de los árbitros que más expulsó jugadores por no cumplir con las leyes del juego como debe hacerlo todo deportista”.
“Era un estudioso de las leyes del juego y en una de sus mejores actuaciones lo recordamos en aquella tarde lejana en el campo de Once Tigres, en Salta y Lagos, donde dirigió como un maestro el partido entre las selecciones de Bolívar y 9 de Julio ante una multitud apiñada en el estadio”, refería Aita, quien además había sido su dilecto amigo.
No solamente había arbitrado partidos en 9 de Julio, también lo hizo en General Viamonte, Carlos Casares y Bolívar.
En la segunda mitad de la década de 1960, cuando se dispuso que los jueces debieran ingresar al campo de juego con pantalones cortos, Juan Domingo Buffoni, decidió dejar el arbitraje luego de cuatro lustros de trayectoria ininterrumpida.
SU FAMILIA
Juan Domingo Buffoni había contraído matrimonio el 29 de noviembre de 1935 con Arminda Vuotto, la inolvidable y querida “Chila”, quien pertenecía a una conocida familia nuevejuliense y era hermana de Pascual Vuotto, escritor y hombre de lucha. “Chila” había nacido el 8 de noviembre de 1912 y falleció el 20 de junio de 1991.
De esa unión nacieron sus hijos Walter, Héctor y Alicia. Completan su familia, sus seis nietos: Leandro, Andrés y Carolina, de su hijo Héctor y Alejandro, Guillermo y Martín, de su hijo Walter; además de once bisnietos: Nicolás, Sofía y Lucas, Santiago, Matías, Giana, Agostina, Valentina, María Belén y Luca.
PALABRAS FINALES
Juan Domingo Buffoni falleció en 9 de Julio el 23 de julio de 1986. Tal como lo referimos en la introducción a esta breve semblanza, había pertenecido a esa pléyade de hombres y mujeres cuya configuración moral se alzaba sobre una cimiente sólida, donde la amistad, la rectitud y la palabra empeñada eran la columna vertebral siempre incólume de su accionar.
Así fue su itinerario vital que hoy sigue constituyendouna lección de vida y un perpetuo legado.