Por Carlos Crosa
Como ante la página en blanco teniendo mucho por decir pero sin saber cómo decirlo, es mi sentir ante la noticia, mientras llueve, de su partida, querido maestro.
Es la misma lluvia de aquel mi adolecer la adolescencia en que usted leyera en el aula el poema que fue para mí –sin que entonces yo lo supiera-, como si cortara usted la cinta inaugural del primer tramo del camino que me llevaría a escribir.
El siguiente trayecto, lo inauguró usted sin que yo tampoco aún lo supiera, leyendo cierta prosa, en otra tarde también lluviosa, del último año de bachillerato.
Tal vez era su voz o cómo ésta se ponía al servicio de la palabra lo que produjo en mí un antes y un después, que fue como un bulbo a florecer.
De ahí en más, asistí a sus debates sobre cine, y en ese andar, inauguró usted el tercer tramo del camino que aún transito escribiendo, cuando durante su análisis de La strada de Fellini, se me reveló como una epifanía que la ensoñación, lo fantástico y lo absurdo, integran la materia prima del amor.
Sólo así puedo reiterarle la gratitud por tanta gracia de usted recibida, querido maestro, y de tenerle omnipresente mediante el milagro de la evocación en tanto la lluvia, cayendo sobre techos y tejados mientras esto escribo, es como la aguja del segundero en el reloj del tiempo, marcando inexorable los segundos de menos en el cuadrante de todos nosotros.