El primer embarque exportador y el origen de la celebración
El Día de la Industria Nacional es celebrado desde 1941 en homenaje a la primera exportación realizada desde el puerto de Buenos Aires.
En efecto, el 2 de septiembre de 1587 partió del Puerto de Buenos Aires una embarcación llamada San Antonio, rumbo a Brasil, con el primer embarque que se exportó en la historia nacional, que constaba de productos textiles regionales, como lana, frazadas, lienzos, sombreros y otras manufacturas provenientes de Tucumán y elaborados en Santiago del Estero.
El desarrollo industrial en estos territorios tardaría siglos en llegar. Recién hacia fines del siglo XVIII arribaron a Buenos Aires las primeras manufacturas inglesas, pero la masiva penetración de bienes importados imposibilitó el desarrollo industrial, que debió esperar largamente hasta entrado el siglo XX. El debate entre librecambistas y proteccionistas se extendió largamente durante los siglos XIX, XX y continúa en nuestros días.
La industria es uno de los más potentes motores de la economía mundial, y factor preponderante en el desarrollo de la humanidad en los últimos siglos. En la Argentina, la industria nacional tiene también su larga historia.
Siglos después, en un país que llegó a ser considerado «el granero del mundo» por su capacidad de producción agrícola, la industria nacional sigue generando trabajo, justicia y seguridad, pues la enorme cantidad de pequeñas y medianas empresas son las mayores creadoras de mano de obra en el país.
2 de septiembre – Día de la Industria Nacional
Las primeras industrias en 9 de Julio
La historia de la industria en 9 de Julio, puede afirmarse, surge en las instancias mismas de la fundación de 9 de Julio. Antes de partir desde Bragado, para concretar la fundación del nuevo asentamiento poblacional y sede de la Comandancia Militar en el paraje Claf Lauquen llevó al coronel Julio de Vedia a contratar dos horneros. Estos debían encargarse de quemar los ladrillos que servirían de material para la construcción de los edificios precarios para la tropa y demás dependencias.
El 5 de noviembre, en una esquela que dirigía al general Mitre, Vedia, escribía que “los trabajos siguen aunque lentamente; con sobrados brazos, nos escasean las herramientas. Hay entusiasmo por el nuevo pueblo”. Diecinueve días más tarde, aún aguardaba quemar la primera hornalla y, para febrero, haber obtenido trescientos mil ladrillos.
Quemados los primeros ladrillos, éstos le servirían para construir el hospital, que a la sazón consideraba como una de las necesidades primordiales. Emilio Carballeda, primer comerciante e industrial establecido en 9 de Julio, en una Memoria donde describe la fundación de 9 de Julio, expresa: “… el general Vedia estableció dos hornos de ladrillo, que se elaboraba con soldados dirigidos por don Domingo Iraizos y Graciano Iriarte*. Pero, el ladrillo que se hacía, si bien era destinado para hacer cuarteles y habitaciones para la oficialidad, el entonces coronel Vedia, fomentando el progreso de la población, se los facilitaba a particulares, con condición de devolverlos, así que se establecieran hornos particulares, que no tardaron mucho en formarse”.
Cabe señalar que existen algunas divergencias acerca de la identidad de los dos primeros horneros. Según Buenaventura Vita uno de ellos habría sido Antonio Maya. Otras referencias incluyen a Martín Baztarrica (Cfr. “La República”, revista ilustrada, año VII, nº 15, Buenos Aires, junio de 1926).
A partir de entonces, con el surgimiento de esta, la primera industria, pudieron levantarse algunas construcciones más sólidas. En abril de 1865 ya existían 150 casas, edificadas con diferentes materiales.
Entre las primeras industrias surgidas en aquellos años, juntamente con los hornos de ladrillos, prosperó la de la fabricación del pan.
Según Carballeda, “el segundo poblador fue don Tomás Vío, quien a principios de enero de 1864, pobló un rancho de junco, en el ángulo Nort-Oeste y Sud-Este de la plaza delineada por el general Vedia, donde estableció una panadería, en la que se vendía pan de carocillo por blanco…”.
También la instalación de los molinos de harina, cuya rueda era movida por medio de una caballería fue un buen aporte al incipiente mercado fundacional; tal vez, poco antes de la partida del coronel Vedia, hacia los campos de batalla del Paraguay. En una carta, datada en 9 de Julio, el 24 de abril de 1865, dirigida por de Vedia a su amigo, el agrimensor Vaschetti, le indica: “la obra de la panadería va adelante” y cree “pronto […] podrá mandas [Vaschetti] las atahonas”.
LOS PROGRESOS EN EL NACIENTE PUEBLO
En el primer lustro que siguió a la fundación del partido, puede advertirse, su aumento poblacional y productivo no habría sido tan significativo.
El censo nacional levantado en septiembre de 1869, arrojó un total de 3.045 habitantes, entre los cuales se componían 337 familias. De aquel número, sólo 912 moraban en el pueblo, los restantes en la dilatada zona rural.
Las unidades habitacionales, en el lapso de dos trienios había incrementado considerablemente. De las 413 viviendas que existían, tanto en el pueblo como en la campaña, 337 eran de paja, 2 de madera, 45 -presumiblemente construidas con ladrillo- de un cuerpo, y 20 de dos cuerpos.
Con el incremento de la población, fueron desarrollándose el comercio y la industria, máxime en un pueblo donde el mayor florecimiento debía denotarse en la agricultura y la ganadería. En 1870, poco menos de siete años después de fundado el pueblo, y a cuatro de constituida la corporación municipal, existían 70 casas de negocios, de las cuales 48 se encontraban situadas en la planta urbana. Entre las industrias más importantes, según da cuenta un Registro de Patentes Fiscales, sobresalen 3 panaderías, 2 herrerías, 4 hornos de ladrillo, 2 zapaterías, 1 atahona y 1 hojalatería.
EL VAPOR, FUENTE DE ENERGÍA PARA LA INDUSTRIA
En cuanto a las fuente de energía empleadas por la industria podría estimarse que el impulso más remoto, tanto en la manufactura como en otras expresiones de la actividad humana, en este pueblo, se hubiera recibido de la energía brindada por medio del combustible vegetal, entiéndase así, el uso de la leña, y los residuos vegetales (pajas de gramíneas, o desechos producido por la poda o fragmentación de los árboles). También de las grasas y aceites animales, obtenidas en las faenas de la hacienda, muy apropiadas para la iluminación. O, quizá, de minerales como el carbón -empleado con la leña- para el funcionamiento de la maquinaria a vapor.
El censo provincial levantado en octubre de 1881, registra que en el partido de 9 de Julio, se hallaban sembradas 688 hectáreas de árboles destinadas para la construcción y el combustible. Desde mucho tiempo atrás se ha entendido a la leña como combustible muy apropiado pues, en estado de desecación, se creía: “ contiene de un 25 a un 30 por 100 de agua”, mientras el “calórico varía sólo entre 2,80 y 2,60 calorías”.
Por otro lado, el mismo asiento sugiere que, entre las herramientas utilizadas en 9 de Julio, podían hallarse 840 arados simples, 24 máquinas de segar, 50 rastrillos, 1 máquina de viento y 8 máquinas de tracción a sangre. Hasta aquí, nada se insinuaba acerca de la existencia de maquinaria a vapor. Más aún, además de las de tracción a sangre, sólo es aparece citada “una máquina de viento”, tal vez se trate de un molino.
Más adelante, en las estadísticas recogidas por el mismo censo de 1881, se encuentra indicada la cantidad de industrias, instaladas por ese tiempo, las cuales alcanzaban a 15, con capitales de 4.788.000 pesos. Las mismas pueden discriminarse de la forma siguiente:
Para 1881 existían en el Partido de 9 de Julio dos atahonas, cinco carpinterías, tres carpinterías y herrerías, una hojalatería, una mueblería, un molino a vapor, una talabartería y una zapatería. El mayor capital invertido lo poseía el molino a vapor, con 3.360.000 pesos, llegando a 4.788.000 pesos el capital en giro de la totalidad de las industrias. En cuanto al personal, el mayor número se hallaba en las atahonas.
EL MOLINO HARINERO
Entre aquellas industrias, existentes en 1881, sobresale un molino de agua o vapor, cuyas inversiones -las más elevadas de entre los establecimientos existentes – ascendían a 3.360.000 pesos. Se trataba, sin dudas, del molino harinero que, un año antes, convino instalar Nicolás Gallo; pues, al menos, en marzo de 1880, había solicitado autorización al Concejo Deliberante de 9 de Julio para situarlo. Éste debió funcionar, no sabemos si desde el principio, con maquinaria a vapor.
Contar con un establecimiento de estas características significó, para el pueblo, un valioso recurso para el comercio y la industria local. Debe tenerse en cuenta el escaso desarrollo de estas factorías en el país; ese año, la importación de harina del extranjero alcanzó a los 1.265.000 kilogramos (Cfr. ALEJANDRO BUNGE, “El Progreso de la República Argentina en los cincuenta años de vida de «La Prensa»…”, en “La Prensa”, edición especial, 18 de octubre de 1919, p. 15).
Para eliminar el agua que empleaba la maquinaria, en junio de 1887, se construía un sistema de canalización que llegaba hasta la denominada laguna de Malcorra, “fuera del radio del pueblo”. Ello dio origen, más tarde, a la formación de una especie de lavadero comunitario.
EL FERROCARRIL
El pueblo había seguido una acotada línea de ascenso en materia agrícola ganadera y comercial, a partir de noviembre de 1883, en que fue librado al servicio público el ramal del Ferrocarril Oeste hasta la estación “Nueve de Julio”. Paulatinamente, en lo que restaba de la década de 1880, se concretaron algunas obras públicas de importancia; se incentivó la construcción de dos casas de salud, y la instalación de un Mercado de Abasto; la actividad financiera encontró su cauce más ventajoso con la apertura de una sucursal del Banco de la Provincia de Buenos Aires, en mayo de 1885; y se vería intensificada la interacción social, a través de instituciones y agrupaciones de esta índole.
Según Juan F. De Lázaro, “el desenvolvimiento del partido adquirió, en consecuencia, un ritmo más acelerado, constituyéndose rápidamente en uno de los centros agrícola-ganaderos más importantes del Oeste de la Provincia”.
En 1887 la población del Partido apenas alcanzaba a los 13.033 habitantes, de los cuales 3.383 habitaban la zona urbana. Un año más tarde, la exportación de productos, desde el partido de 9 de Julio fue de 470.471 kilogramos de lana, 12.023 kilogramos de cerda, 5.820 kilogramos de sebo y grasa, y 3 kilogramos de plumas de avestruz, además de los animales vacunos, lanares, yegüerizos y porcinos.
Con la llegada del ferrocarril a 9 de Julio, el crecimiento de los establecimientos fue más notorio, y el empleo del vapor como fuente de energía fue también incrementándose en equipos más sofisticados que, gracias al riel podían ser trasladados hasta el lugar. A mediados de la década de 1890 ya existían pequeñas fábricas movidas casi íntegramente por maquinaria a vapor.
En 1895, el partido poseía una población total de 17.100 habitantes. La cantidad de industrias, como la de los comercios, habían demostrado un incremento respecto del censo de 1881: 54 industrias, entre las que sobresalen el molino a vapor y una fábrica de cerveza, y 225 casas de comercio.
Las noticias estadísticas demuestran cómo, en término de poco más de dos décadas, las industrias nuevejulienses cobraron un impulso significativo: Si en 1895, como se ha dicho, existían en el Partido 54 establecimientos industriales, veinticinco años después los eran en cantidad de 213. Durante la década de 1920 el número de industrias se mantuvo estable, con un leve aumento hacia 1929 donde llegaba a 240, con capital girado de 3.389.808 pesos.
La presencia de la energía eléctrica contribuyó a la consolidación de muchos establecimientos industriales y el incremento de entidades fabriles surgidas a partir de esta