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Nueve de Julio
jueves, noviembre 28, 2024

La Defensa de Buenos Aires frente a las invasiones inglesas

invasionesPor el Dr Roberto Rossi
Se habían quedado con la sangre en el ojo por lo ocurrido el año anterior, cuando apenas pudieron sostenerse 45 días en la Buenos Aires ocupada. Encontraron una reacción del pueblo que sinceramente no esperaban y habían traído pocas fuerzas. Pero ahora –suponían – sería distinto. Para reintentar la ocupación se designó al Teniente General John Whitelocke al frente de 12.000 hombres, con una flota de 101 navíos entre buques de guerra y mercantes. Para cuidar las espaldas, 4000 de esos efectivos tomarían Montevideo y el resto operaría sobre Buenos Aires. Secundaban al Jefe Superior, los coroneles Burke, Pack, Craufurd, el general Levenson Gower y el brigadier Sir Samuel Auchmuty, entre otros jefes de menor jerarquía. Las instrucciones eran abrir el puerto local al libre comercio (ahí la razón de los buques mercantes) para poder colocar en América el enorme excedente de la revolución industrial, en virtud de la imposibilidad de hacer lo mismo en Europa debido al cerco impuesto por Napoleón Bonaparte. Por otra lado, se respetaría la propiedad y el credo de los habitantes, con la sola condición del juramento de fidelidad a Su Majestad Británica. En los primeros días de Julio de 1807, la poderosa flota llegó al Río de la Plata. Así lo relata Manuel José García en sus memorias : “Cuando las 101 velas de la gran Armada Británica se divisaron en el horizonte, era un espectáculo capaz de intimidar a los más aguerridos”. Esta vez venían mejor preparados, con armamento de última generación. Desembarcaron en medio de una pertinaz llovizna y entre el barro de la costa quilmeña, pero poco les costó dispersar luego la débil oposición de las tropas de Liniers en los Corrales de Miserere (Plaza Once). Parecían incontenibles dada la precariedad de los medios conque se pretendía frenarlos. Pero el alcalde Martín de Alzaga no pierde la sangre fría y organiza enérgicamente la defensa de la ciudad. Hace que los vecinos lleven piedras de las calles a las azoteas de sus casas para utilizarlas como proyectiles; ordena cavar trincheras alrededor de la Plaza, las cuales llegan hasta las actuales Alsina, San Martín y Bartolomé Mitre; manda cavar otra zanja llamada “exterior”, con parapetos de tierra y sacos de yerba, por las ahora Belgrano, Tacuarí, Suipacha y Sarmiento. Coloca pelotones de “Patricios “ en las azoteas y artillería en lugares estratégicos de las trincheras. En la noche del 2 al 3 de Julio nadie duerme en la Gran Aldea. Trabajan todos alumbrados por faroles: esclavos, libres, blancos, negros y mulatos hasta transformar el centro en una fortaleza. Durante la mañana del 3 Liniers consigue reunir los dispersos en la “Chacarita de los Colegiales” y llega al Retiro aclamado por la gente. Su gran popularidad devolverá la confianza a los defensores. La estrategia es resistir todo lo que se pueda en la primera línea de trincheras y replegarse luego a la segunda. Las azoteas inmediatas a la Plaza son ocupadas por soldados con armas, municiones y granadas de mano. Los vecinos amontonan objetos pesados en los techos y preparan agua y aceite hirviendo para arrojar a los invasores. A las seis y media de la mañana del Domingo 5 de Julio resuenan 21 cañonazos que es la orden de ataque, con arranque en la quinta de Lorea (Plaza Congreso). Las tres brigadas de infantería que componen el ejército invasor, mandadas respectivamente por Auchmuty, Lumley y Craufurd, se subdividen a su vez en 13 columnas para entrar por el norte y por el sur de la ciudad. Por las calles centrales (Mitre, Yrigoyen, Rivadavia y Alsina) avanza la caballería. La primera brigada se subdivide en 5 columnas, una por el norte, para apoderarse del Retiro,y las otras por Paraguay, Córdoba, Viamonte y Tucumán, con intento de ocupar los edificios cercanos al río. La brigada central va por Lavalle, Corrientes, Sarmiento y Cangallo. A la derecha, la brigada al mando de Craufurd, se internaría, por Moreno, Belgrano, Méjico y Humberto Primo, ya en el extremo sur de la ciudad. El propósito es alcanzar la ribera y converger luego todos hacia la fortaleza. Según un testigo “la ciudad era un incendio” y todos la defienden con gran entusiasmo y valentía. Se escucha gran cantidad de disparos de cañón y fusilería. Las columnas que avanzan por los extremos norte y sur no tienen casi resistencia en las casas de barro de las orillas. Pero por el centro es otra historia. Las columnas fracasan porque la resistencia que los invasores encuentran es tal, que se ven obligados a pelear casa por casa y los vecinos los están acabando. El agua, el aceite hirviendo y las piedras lanzados desde arriba causan estragos. Las robustas mulatas ayudan a los defensores repartiendo garrotazos al por mayor, cuando la soldadesca británica pretende entrar a las casas particulares para coparlas. Se le va complicando cada vez más a Whitelocke y compañía. El regimiento 88º que ingresaba por Sarmiento y Mitre se rinde a los “Arribeños” a la altura de la calle Maipú, luego de cruzar la primera trinchera. Una columna se refugia a sangre y fuego en la casa de la “Virreina Vieja”, en Belgrano y Perú, donde son sitiados; lo mismo ocurre con la columna de los coroneles Craufurd y Pack, cercados dentro de la Iglesia de San Domingo. Luego de intenso tiroteo, al anochecer se rinden a Liniers, que dirige la batalla desde los arcos del Cabildo. Parte de la caballería inglesa, que debió entrar por Rivadavia e Hipólito Irigoyen, quedó encerrada en la quinta de Lorea y no pudo intervenir. Cae la noche de ese tremendo día. Cesa el fuego por una tregua caballeresca. Los invasores han perdido casi la mitad de sus efectivos. Los criollos tendrían 200 muertos, 500 heridos e innumerables bajas en la población civil, pero habían triunfado. El martes 7 de Julio de 1807, al mediodía, se firma la capitulación. Los ingleses se van de Buenos Aires el 13 de Julio a la tarde, llevándose de vuelta la mercadería que traían para introducir libre de impuestos. El general Whitelocke dirà más tarde que ha debido rendirse “porque el rencor que nos profesan los habitantes es increíble y, de no hacerlo, hubiese quedado a merced del furor de la plebe”. Sin embargo, a poco andar reintentarían la conquista por otros medios quizá menos riesgosos y más seguros.-

Bibliografía: José María Rosa ,Historia Argentina, Tº 2.-
(X) El autor es abogado, músico y estudioso en temas históricos. Oriundo de 9 de Julio, actualmente reside en Buenos Aires.

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