Por HECTOR JOSE IACONIS
Aldo Baamonde fue uno de los artistas más notables que vivieron en 9 de Julio. Aunque no era oriundo de esta ciudad, la escogió para establecer su domicilio y, aquí, continuó desarrollando su arte.
Nacido en Buenos Aires, el 22 de mayo de 1920, fue bautizado en la ciudad de San Pedro con el nombre de Romualdo, como su padre.
Siendo muy joven sintió el llamado a la vocación artística. Algunos motivos familiares le llevaron a radicarse en la ciudad Cosquín, provincia de Córdoba. Allí pudo relacionarse con una comunidad de jóvenes artistas allegados al prestigioso hospital «Santa María», y vinculados a diferentes disciplinas de la arte. Esta experiencia, sin dudas, contribuyó en su formación para consolidar la tendencia que le seducía.
En la Universidad Popular de La Boca cursó estudios con el pintor Marcos Tiglio, un creador intimista que, según algunos expertos, más allá de su fina sensibilidad, “construyó sus obras sobre un sólido planteo básico”. De éste, tal vez, recibió alguna influencia de la denominada “Escuela de la Boca”, a la que pertenecía Tiglio. Esa corriente de artistas únicos, que “lucharon contra un medio hostil y una crítica displicente”, que “nunca fueron esclavos de la moda y siempre prefirieron el trabajo a la queja”, esa “suma de individualidades que no da como resultado un todo homogéneo”.
En la Sociedad de Artistas Plásticos, durante cerca de tres años, Baamonde prosiguió su formación artística. Más tarde logró perfeccionarse con el pintor Juan Berlengieri (1904-1945), uno de los fundadores del “Grupo Litoral” y discípulo de Lino Enea Spilimbergo.
Contaba 20 años de edad cuando, Baamonde, comenzó a trabajar como dibujante. Primero lo hizo para “Tor” -una conocida editorial donde se difundían obras clásicas o de autores argentinos selectos, comercializados a un costo relativamente bajo- cuya sede se encontraba en el barrio porteño de Caballito, en 760 de la calle Río de Janeiro, entre Estivao y Arengreen, cerca de Parque Centenario. Más tarde, trabajó para dos agencias publicitarias, también de la Capital Federal.
Radicado en Cosquín, ya había comenzado a demostrar su arte en diferentes instancias, sea realizando algunas presentaciones, ilustrando folletos y programa o dibujando para iluminar libros. En Córdoba, durante una exposición organizada por la Comisión de Cultura local para obras del Museo y pintores del lugar, Baamonde expuso algunos de sus trabajos, recibiendo el tercer premio.
También, durante algunos años se había desempeñado como escenógrafo en un teatro independiente de Cosquín. Una de sus presentaciones más exitosas fue la escenografía para la obra “Martín Fierro”, puesta en escena en el teatro “Rivera Indarte”, de la capital cordobesa.
Antes de arribar a Nueve de Julio, según algunas referencias orales, Aldo Baamonde no había conocido el distrito de Nueve de Julio. Estando él radicado en Cosquín, una nuevejuliense, Argelia Olinda Irigoitía, viajó a esa ciudad donde le conoció. Desde allí comenzó un vínculo afectivo que se plenificó, tiempo más tarde, con el matrimonio.
Así pues, el 4 de diciembre de 1950, en la Parroquia de Santo Domingo, en Nueve de Julio, Baamonde contrajo enlace con Argelia Irigoitia.
En efecto, el matrimonio en principio fijó su domicilio en la ciudad de Cosquín, provincia de Córdoba. Pero, entrada la década de 1950 optó por trasladarse a Nueve de Julio. Desde entonces, quien nos ocupa se afincó en esta ciudad, primero en casa de sus suegros, en la calle San Luis (hoy Cavallari) entre Robbio y Mendoza. Más tarde, adquirió la propiedad -que aún se conserva- en la esquina de Libertad y avenida Río Negro -hoy Cardenal Pironio.
Pero su mayor trayectoria como dibujante la desarrolló en la Editorial “Manuel Láinez”, por espacio de doce años. Sus trabajos aparecieron publicados en revistas de historietas muy difundidas, en las décadas de 1940 y 1950: “Tit-Bits” –la legendaria publicación fundada en 1909 por Rodolfo de Puga-, “El Gorrión”, “Narraciones”, “El Diario”, “Poncho Negro”, “Bucaneros”, e “Impacto”, entre otras.
En el garaje de su vivienda de la calle Libertad, había montado su atelier. Allí poseía una mesa de dibujo donde realizaba las historietas. Habitualmente, primero confeccionaba el boceto de sus historietas con lápiz; luego, con el plumín y la tinta china le daba el toque definitivo y los realces. Solía trabajar hasta altas horas de la noche, muchas veces acompañado por la presencia de alguno de sus muchos amigos.
Puede afirmarse que, Aldo Baamonde, logró adquirir un estilo propio como historietista. Sus personajes trazaron una etapa significativa en las páginas de las principales revistas de historietas que, por entonces, circulaban en el país.
Desde luego, fue aquel período floreciente para la historieta en la Argentina. Puede decirse que la década de 1950 se convirtió en, algo así como, el tiempo próspero para la consolidación de una “edad de oro en la literatura dibujada argentina que se había iniciado en los años ’40.
En 1961, el diario “Democracia” organizó un concurso nacional de historietas “cuya temática exaltara la idiosincrasia popular argentina y la librara de pintoresquismos foráneos”, de acuerdo con su correcta apreciación. En el certamen en cuestión habían sido instituidos tres premios, uno para el rubro de historieta cómica y dos para el de aventura.
El jurado, integrado por personas artísticamente calificadas, entre quienes se hallaban Lino Palacios (1903-1984) -el célebre autor de «Don Fulgencio»- y Muñoz Aspiri convinieron en otorgarle uno de los primeros premios del rótulo de aventuras. Este premio consistía en la publicación de la tira en el órgano de prensa que había organizado el concurso. Baamonde, para ello, había ideado a un simpático personaje, muy asemejado al de la historieta «Lindor Covas, el cimarrón», de Walter Ciocca, editado en las páginas del Diario “La Razón”.
El precipitado cierre de “Democracia”, poco después, privó a nuestro artista de continuar publicando su tira.
Aldo Baamonde, no solamente fue un notable dibujante de historietas, también su incursión en la pintura permitió que explorara en diferentes técnicas, componiendo valiosos estudios. Su cercanía a la pintura, sin dudas iniciado de la mano de sus grandes maestros, le permitió expresar esa esencia de su “todo espiritual”.
En tiempos en que Baamonde desarrolló la mayor parte de sus obras, por así decirlo, la pintura argentina, para algunos autores, vivía un “ambiente de interés, en este clima ya favorable para el desarrollo de las actividades artísticas”, donde “florece un movimiento pictórico de considerable amplitud en extensión y en multiplicidad de tendencias”. Córdova Iturburu, quien editaba su libro (ya citado) en 1958, aseguraba que “tres generaciones de artistas, por lo menos, conviven en este momento en la Argentina y conviven en ella, asimismo, las más diversas corrientes y las más disímiles personalidades”… Pero, naturalmente, la realidad de Nueve de Julio distaba bastante del estimulante escenario que se vivía en las grandes urbes del país.
En cuanto a las técnicas por las que parece inclinarse, según más de una decena de pinturas que han podido observarse son la aguada (llamada erróneamente, témpera), el óleo, la sanguina, o el carbón, además de la tinta.
Aunque por entonces se encontraba en boga el arte abstracto, jamás se apartó de lo figurativo. En alguna ocasión, prefirió remarcar:
A mí me interesa el cuadro como composición, como color, y en ese sentido dejo libre mi fantasía creadora, mi imaginación, pero si me desprendo de lo figurativo, me parece que estoy haciendo algo así como sin base [sic], sin sustento….
En sus trabajos puede observarse versatilidad en el empleo de múltiples técnicas y un colorido con origen en el fauvismo, además de la influencia de conocidos pintores argentinos.
No se debe buscar -aprecia Roberto E. Murillo- en sus obras una unidad. Sino, más bien, una continua experimentación. Sólo sus últimas obras en el tiempo, representadas por la serie del Circo, darían una aproximación a lo que hubiera sido su obra futura.
Si imaginamos lo que pudo ser en este proceso pleno de promesas que se truncó en sus mejores años, no podemos dejar de evocar -salvando las distancias- en otro artista que tuvo un destino similar y que, por sus méritos, está en un lugar de privilegio en la historia del arte francés, Georges Seurat.
Varios adolescentes pudieron admirar a Aldo Baamonde desde las clases de Dibujo que dictaba en la Escuela Nacional de Comercio, cuando esta funcionaba en su antiguo edificio de la avenida San Martín y Libertad.
Baamonde originaba en los jóvenes una especial simpatía. Su trato era sumamente cortés y su espíritu culto podía cautivar. Aplicando a Cicerón, era como que “nemo est qui nolit”.
La búsqueda de un punto de confluencia que le permitiera hallar el eje de su motivación, presumiblemente, estaba siempre presente en su vida. Cuando, alrededor de 1962, el escultor Luis Perlotti visitó Nueve de Julio observó y admiró las obras de Baamonde.
Él mismo pudo afirmar lo significativo de aquella visita: “A veces me entusiasmo mucho. Sucede como cuando vino Perlotti; en una semana pinté cuatro o cinco cuadros”.
El cierre de la editorial “Manuel Láinez”, que parece coincidir con el tiempo en que sobrevendrá la primera crisis en la historieta argentina, obligó a Aldo Baamonde a adquirir dominio en el arte de la fotografía, en procura de buscar el sustento pecuniario. Aquí en esta disciplina el artista pudo poner de manifiesto la riqueza de su talento.
No se trataba de un fotógrafo convencional, preocupado por tomar imágenes con mediana destreza, era un verdadero creador, dispuesto a explorar hasta adquirir una forma de técnica adecuada, si así es permitido expresarlo. Se conservan algunos de sus estudios en fotografía, donde tomaba autorretratos, explorando poses y runas corporales.
Hijo de Nueve de Julio por adopción, tal vez sin imaginar la magnificencia de su labor, dejó a su pueblo el símbolo que hoy le distingue: su Escudo. Una pieza cargada de belleza donde es evocada, como temática central, la leyenda sobre las Tres Lagunas, de la prosa de Eliseo Tello.
De forma oval, se encuentra dividido en dos campos. El superior, en azur intenso representa la inmensidad del cielo. Sobre ese mismo campo se encuentran ubicadas dos gotas que contienen a los dos hermanos aborígenes, armados con lanzas en las manos derechas, evocando el contenido de la leyenda.
El campo inferior, en sinople, representa la llanura; y hacia la diestra del mismo campo, pueden ubicarse las tres espigas de trigo, trayendo referencia de una de las actividades centrales del Partido de Nueve de Julio, la agricultura. En el centro del mismo campo aparece la gota conteniendo a la joven india, en posición orante.
También en el campo inferior, hacia la siniestra, aparecen los colores celeste y blanco, refiriendo a la bandera; y, sobre ésta, ocupando parte del campo superior, también a siniestra, se encuentra representado el sol naciente, con fondo circular en gules, el cual representa, en el contexto, el florecimiento de Nueve de Julio, la unidad nacional y la orientación geográfica del Partido.
Si bien, esta obra de Aldo Baamonde, recibió el primer galardón en un concurso realizado en la década de 1960, fue oficializado recién una década después. En efecto, en 1974, Jesús Abel Blanco, entonces intendente municipal de Nueve de Julio, elevó al H. Concejo Deliberante un proyecto de ordenanza dando carácter oficial al uso del escudo.
El cuerpo de ediles, presidido por el doctor José Salvo González, sancionó la citada ordenanza el 11 de septiembre de ese año. Cinco días después, el Departamento Ejecutivo, le otorgó la promulgación.
Desde entonces, el escudo ideado por Baamonde forma parte de cuanta documentación oficial es empleada por la Municipalidad de Nueve de Julio. No sólo ello, es el símbolo que caracteriza al Partido de un modo especial.
La existencia de Aldo Baamonde se apagó en las primeras horas de la mañana del 9 de diciembre de 1969.
* Fuente: Iaconis, Héctor J., Trazos de luz. Biografía de Aldo Baamonde. 9 de Julio. Municipalidad de 9 de Julio, Publicación del Archivo y Museo Histórico «Julio de Vedia», 2003.