Los días 25, 26 y 27 de septiembre se realizaron las Jornadas Internacionales 2013 de canales de cable en el hotel Hilton de la ciudad de Buenos Aires.
El día miércoles el canal Conexión Educativa, a través del profesor Leonardo Calo, expuso sobre el ciclo de los oficios que esa señal de cable produjo durante los años 2011 y 2012. Junto al profesor Calo, el abogado, docente y escritor Alejandro Casas de la ciudad de 9 de Julio (Buenos Aires), disertó sobre el “oficio de escribir”, lo que dio lugar a inquietudes y preguntas de varios de los concurrentes.
El siguiente es el texto completo de la disertación.
De todas las cuestiones que pueden caber bajo el título “el oficio de escribir”, voy a referirme brevemente a tres: ser escritor en una ciudad intermedia, de no más de 60.000 habitantes; incursionar en la escritura de ficción proviniendo de la abogacía y de la docencia universitaria; y el escritor y su soledad.
9 de Julio es una ciudad chica o un pueblo grande del interior de la provincia de Buenos Aires en la que, si bien no todos se conocen con el grado de intimidad con el que se dan las relaciones humanas en comunidades pequeñas, existe un trato cotidiano más o menos frecuente y asiduo a diferencia del anonimato que predomina en las grandes ciudades.
A esa circunstancia se suma, en mi caso personal, el hecho de haber vivido toda la vida en 9 de Julio, lo que acrecienta el trato personalizado.
Un escritor de ficción (teniendo en cuenta los límites laxos y huidizos entre realidad y ficción), se nutre permanentemente de la realidad. Hace de ella su materia prima. Anda por la vida como un avezado cazador observando, escuchando, captando, tomando notas de las cosas que lo circundan. “El oficio de cazar hombres e historias”, dice Haroldo Conti.
Y escribir novelas o cuentos en una comunidad no demasiado grande, donde uno se encuentra a diario con la misma gente, suele ocasionarnos situaciones insólitas y risueñas, porque la gente quiere identificar e identificarse con los personajes y con las historias.
Le resulta difícil comprender que una historia narrada es resultado de un complejo proceso de creación en el que intervienen condimentos de la realidad –comenzando por la más inmediata y circundante-, pero también intervienen muchos otros condimentos que pasan por el tamiz de la imaginación.
Como dice Vargas Llosa, al dejar volar su imaginación, los escritores “salen de sus precarias existencias a vivir otra vida” “para vivir […] un sucedáneo de la realidad real”.
Uno de mis primeros cuentos que publiqué trata de las últimas horas de un hombre desde que sale de su casa con la decisión de suicidarse, hasta que concreta el acto suicida. En el camino se va cruzando con vecinos y con lugares de su pueblo, y va repasando su vida.
Alguien de 9 de Julio que leyó este cuento se había empecinado en querer saber quién era ese tal “Arístides Pieroni” (así se llama el personaje).
Tan empecinado estaba que un día me lo encontré en la calle y me dijo muy convencido que sabía quién era Pieroni. Y me lo describió de cuerpo entero, diciéndome incluso que en algún momento había sido compañero de trabajo de su esposa.
De más está decir que Arístides Pieroni existió –al menos para mí-, pura y exclusivamente en mi imaginación.
Situaciones como éstas -simpáticas y risueñas-, se tornan tormentosas y difíciles de sortear cuando al afán por identificar las historias narradas con la realidad circundante, se le suma el afán de protagonismo propio de la condición humana.
Y en reuniones familiares o sociales, no falta el que tiene “la historia” ideal para ser escrita, y se toma su tiempo para contarnos esa historia.
Otra particularidad del oficio de escribir en mi experiencia personal tiene que ver con mi formación profesional.
Soy abogado y docente en el área de las ciencias sociales, dos actividades atravesadas por el dogma de la ley y por el conocimiento ordenado, sistemático y metódico de la realidad.
Yo estaba atravesado por estas coordenadas académicas cuando la literatura apareció en mi vida (para ser más preciso, debo decir que se hizo presente de manera más explícita, ocupando una parte importante de mis actividades cotidianas, ya que la literatura estaba presente de mucho tiempo antes).
Fue la experiencia de escribir –esa experiencia de “cazar hombres e historias” y de “crear sucedáneos de la realidad real”-, la que me abrió caminos hasta entonces desconocidos e insospechados.
Además de las atrapantes y cautivantes aventuras que me permitió vivir la escritura de ficción ensanchando los límites de mi propia existencia, ella me amplió la perspectiva del mundo de una manera inusitada y potencialmente infinita.
Por eso soy un convencido de que los planes de estudio de las universidades deberían contemplar seriamente la inserción de la literatura de ficción en las instancias de grado como en las de posgrado, revalorizando la formación humanística de otras épocas.
Dice Milan Kundera que, “si es cierto que la filosofía y las ciencias han olvidado el ser del hombre”, la novela permite recuperar la “exploración de este ser olvidado”. “Todas las novelas de todos los tiempos se orientan hacia el enigma del yo”.
Y para terminar, una referencia al mundo interior de los escritores.
Según García Márquez –exagerando los términos-, éste es “el oficio más solitario del mundo”.
Yo pienso que la soledad –en dosis apropiadas-, es una compañía necesaria de toda actividad artística, como también lo es de toda actividad que requiera de un trabajo intelectual.
Pero hay una faceta del oficio de escribir en la que –a diferencia de las otras manifestaciones del arte-, la soledad se intensifica y se convierte en un profundo abismo en torno a la persona del escritor. Esa faceta se da a partir del momento en que éste decide concluir su obra y publicarla.
El músico tiene la posibilidad de compartir sus trabajos con el auditorio.
Algo parecido ocurre con el pintor y con el escultor, en las exposiciones sus obras.
Pero el escritor que ha tomado la decisión de dar por finalizado su trabajo y de publicarlo para que sea leído, pierde toda posibilidad de tomar contacto con los potenciales lectores, abriéndose entre aquél y éstos un abismo insuperable.
Es cierto que pueden darse encuentros -ocasionales o buscados-, entre el lector y el escritor, pero no dejan de ser encuentros eventuales y siempre parciales e incompletos (algunos de ellos simpáticos o fastidiosos, como los que referí al comienzo).
De allí que el vacío y el silencio que siguen a la decisión de terminar y de publicar una obra literaria son tan intensamente profundos, que el escritor permanece en una especie de limbo durante el cual perduran en su cabeza las voces de los personajes, las imágenes, los sonidos, los gritos, los olores, los sentimientos y todas aquellas sensaciones y vivencias que fueron poblando su mundo interior.
Cesare Pavese describe este estado con una hermosa y exacta metáfora: “El escritor se encuentra como una escopeta que recién ha sido disparada, vacía y humeando”.
Esa sensación de soledad y de vacío que se siente después de haber terminado un trabajo literario, es la que, a mi humilde entender, da pleno sentido a las palabras de García Márquez sobre el oficio más solitario del mundo: los personajes con sus historias a cuestas ya no están, pero sus voces aún repercuten en la cabeza de ese pequeño dios que les dio vida.
Y este momento de la soledad del escritor suele agravarse ante los obstáculos y limitaciones con los que se encuentra para editar sus trabajos y para difundirlos.
Es cierto que en los últimos tiempos ha proliferado notablemente la “industria literaria” llenándose de una cantidad de publicaciones de todo tipo y calibre. También es cierto que un escritor no tiene porque acceder a los mismos tópicos de celebridad que hoy predominan en ciertos sectores del mundo artístico.
Pero la difusión de las obras literarias es valiosa tanto para el escritor que ha puesto su esfuerzo y su dedicación en escribirlas, como para los lectores que esperan conocer nuevos mundos literarios.
Por eso la iniciativa del canal Conexión Educativa en este ciclo de los oficios es doblemente valiosa, porque –además de la calidad y profesionalidad del trabajo en sí-, nos permite difundir nuestro oficio.
De más está decir que la proyección del programa en 9 de Julio acrecentó ese halo mágico que suele rodear a los artistas en general, y a los escritores en particular.
En lo personal, una experiencia muy enriquecedora y placentera que agradezco enormemente a Leonardo Calo y a todo su equipo.
ALEJANDRO CASAS: Abogado egresado de la UNLP, docente de la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires (sede Junín) y del CBC UBA XXI. Publicó los siguientes libros: “Encuentros” (Edit. Dunken,. 2006), “Boca de urna” (Ediciones Deldragón, 2008), “As de espadas, cuatro de copas” (Ediciones De Las tres Lagunas, 2010), y “Tan cerca y tan lejos” (Ediciones Deldragón, 2012). Ha participado con sus cuentos en diversas publicaciones literarias. Concurre al taller literario del escritor Antonio Dal Masetto.