[19 de junio de 2010]
-El ingeniero Eduardo Gallo Llorente, quien reside actualmente en Buenos Aires, recuerda a su bisabuelo, Galo Llorente, un inmigrante intuitivo y trabajador que creó varias empresas, fue parte del directorio del Banco de la provincia de Buenos Aires, y hasta fundó una localidad.
-También recuerda aquí cómo se conformó una familia estrechamente ligada a 9 de Julio, que se enorgullece de sus raíces.
Galo Llorente nació en 1850 en Vinuesa, provincia de Soria, cerca del Duero y de la Laguna Negra, que luego adquirirían fama a través de los versos del gran poeta Antonio Machado. A los pocos días, el pequeño Galo era bautizado en la iglesia del pueblo, Nuestra Señora del Pino.
A los doce años perdió a su padre y luego de completar la escuela primaria tomó unos cursos de contabilidad y rudimentos de comercio, que le fueron muy útiles durante el resto de su vida. Un día, recostado a la sombra de un pino, comenzó a pensar en la posibilidad de viajar a la Argentina, adonde habían emigrado varios parientes y amigos.
En ese momento, la situación en España no era la mejor. Después de siglos de guerras, la última contra Napoleón, el pueblo quedó dañado por la acción del ejército francés que lo ocupó durante mucho tiempo. La pobreza y las pocas expectativas de una mejor vida, entusiasmaban a muchos jóvenes a viajar a América. Por el contrario, las noticias que llegaban de la Argentina, hablaban de prosperidad, progreso, inversiones y desarrollo.
En 1866, Galo estaba decidido a emprender el viaje, que le daría nuevas oportunidades. Sólo lo frenaba la larga travesía, dado que el cruce del Atlántico en los buques a vela, demoraba alrededor de tres meses. Casualmente se enteró de que al año siguiente comenzaría a operar una nueva línea de buques a vapor, que al no depender de los vientos, acortaban el trayecto a una tercera parte. Por lo tanto, decidió esperar un año más para realizar un viaje mejor y más corto.
Destino final Chivilcoy
Finalmente en 1867 se embarcó hacia Buenos Aires, con destino final Chivilcoy, dispuesto a trabajar como dependiente en un almacén de ramos generales de los hermanos Torroba, oriundos de Vinuesa como él. Se despidió de su madre y se encomendó a la Virgen del Pino y antes de la salida del sol, montado en un burro, comenzó su largo viaje hacia Málaga, donde se embarcó para el cruce del Atlántico.
Una vez en Chivilcoy, el trabajo le resultó interesante pero duro, prácticamente no había descanso. Cuando se cerraba el local, él debía ordenar y barrer, para luego tender un delgado colchón sobre el mostrador y poder descansar algunas horas. Al poco tiempo, por su empeño y agilidad mental, fue habilitado y nombrado encargado del negocio, del que luego sería socio.
Emprendedor e intuitivo
Este sorianito emigrante, menudo, sencillo y trabajador resultó intuitivo y ”vivo”, no con la connotación negativa de vivillo o ventajero, sino con la acepción más positiva de la palabra: hábil, inteligente. Por todo esto progresó rápidamente, sabía elegir a sus socios y hacer buenos negocios.
Con el tiempo creo su propia red de almacenes generales, a medida que el ferrocarril avanzaba hacia el oeste, fundaba estas casas comerciales, que actuaban como verdaderos bancos. Hoy en día, todavía en 9 de Julio y Carlos Casares, son muchos los que recuerdan la Casa Llorente, como se llamaban.
Laboulaye y la familia
En 1883, le encargaron revisar unos campos en el sur de Córdoba. A pocos días de su casamiento, dejó a su esposa y partió de Bragado en dirección a Lincoln. Luego no hubo caminos ni poblados para orientarse, solamente la línea de fortines ruinosos que, como mojones prehistóricos en aquel desierto de arena, le indicaban el camino. Algunos de ellos estaban abandonados, y cuando llegaron sedientos y con hambre debieron seguir buscando otro punto donde abastecerse. A veces pasaban varias jornadas y lo único que veían eran manadas de guanacos y avestruces sobre los médanos ardientes. Hasta que por fin, luego de casi un mes de haber cabalgado, arribaron a destino, un rancho abandonado en lo que luego sería la próspera ciudad de Laboulaye. Tres años más tarde, con otros tres pioneros, fundó dicha ciudad, cuyo nombre se debe a un pedido del Presidente Sarmiento, que al inaugurar el ferrocarril (la línea Buenos Aires al Pacífico) pidió se pusiera Laboulaye a la estación, para recordar a este jurista francés.
De su matrimonio con Catalina Labrué, nacieron: María Francisca, mi abuela, Julio, Ida, Galo Bonifacio, Pedro y Genara.
Adicto al trabajo
Don Galo era un adicto al trabajo y prácticamente no se permitía vacaciones; acostumbraba a veranear en su quinta de Caballito, ubicada en la calle Cucha Cucha, para estar cerca de sus obligaciones.
En 1906, a pedido del Gobernador Ugarte, reorganizó y refundó el Banco de la Provincia de Buenos Aires, donde formó parte del directorio, durante casi cuarenta años, muchas veces como Vicepresidente ejecutivo.
Fundó numerosas empresas comerciales, industriales y compañías de seguros, además de dedicarse a la producción agropecuaria. En 1912 compró unos campos en 9 de Julio, cercano a la estación La Niña, a uno de ellos llamó “La Catita”, por mí tía Catalina Gallo Llorente, su nieta mayor.
Una persona entrañable, en el recuerdo
Su fallecimiento en Mayo de 1946, fue un hecho que conmovió a la importante colectividad española y a la comunidad de negocios y bancaria de Buenos Aires. “…Murió Don Galo, nadie al oírlo ha preguntado su apellido, no era necesario, todo el mundo lo conocía por su nombre de castellana pila”, como diría Jaime Foxá, en una de las tantas notas necrológicas publicadas con motivo de su fallecimiento.
Por diversos motivos no pudo cumplir el sueño de pasar sus últimos días en Vinuesa. Pero nunca se olvidó de su terruño ni de su gente y ayudó a muchos que querían emigrar y trabajar, a quienes dio empleo en sus empresas.
La descendencia
Retomando la historia familiar; mi abuela María Francisca se casó con el Dr. Santiago Gallo, quienes se instalaron en 9 de Julio a principios del siglo pasado y fue el primer médico en traer a esta ciudad un aparato de Rayos X, como publicitaba en el Diario EL 9 DE JULIO en 1911.
Vivieron en la casa estilo italiano de dos plantas que luego alquilaría la vieja Unión Telefónica en la manzana de la Catedral sobre calle San Martín. De ese matrimonio nacieron mi tía María Catalina y mi padre, Santiago Ignacio Gallo Llorente, quien en 1948 en remate público compró parte del campo de Don Galo a cuenta de herencia. En 1982 nos dona en vida, con gran generosidad, a sus cuatro hijos el campo que hoy afortunadamente todavía conservamos.
Nadie puede decirnos que somos unos recién llegados y todos nos sentimos muy ligados a 9 de Julio y orgullosos de nuestros ancestros.
Palabras finales
Hace unos años, siendo yo más joven, viajé dos veces a España, pero nunca me interesó visitar la tierra de mis mayores, posiblemente apurado por conocer otros lugares más famosos turísticamente. Pero en los últimos tiempos, había empezado a pensar en la posibilidad de concretar dicha visita.
Luego llegué a la conclusión: con los años, cambia el foco de interés por las cosas y los lugares. Nos empiezan a interesar más los recuerdos y nuestros orígenes que el futuro, el cual, evidentemente, tiene otra connotación, según estemos en el amanecer o cerca del crepúsculo de la vida.
En momentos de crisis, o cuando estoy desanimado o angustiado por distintos motivos, me reconforta recordar algunas cosas: el ejemplo de tenacidad y de esfuerzo de Don Galo, quien nunca bajó sus brazos, y trabajó duro toda su larga y fecunda vida. Cito ahora los versos de Almafuerte: “ No te des por vencido ni aún vencido… ten el tesón del clavo enmohecido”… y recuerdo la hermosa película italiana “La vida es bella” de Roberto Bellini, que es un canto a la vida y a la esperanza.
En octubre del año pasado, felizmente pude realizar el soñado viaje y visitar ese pequeño poblado de la Soria verde, recorrí esos hermosos pinares y me embriagué con su aroma a resina. Además me enteré de algunas cosas referidas a Don Galo, que nunca nadie me había contado, como los dichos del organista de la iglesia de Vinuesa quien, frente a la pila bautismal donde él fue bautizado, me dijo: “Hombre, aquí toda la gente mayor sabe muy bien quién fue su bisabuelo, un gran caballero de la mejor estirpe soriana”.
En ese momento, sentí una agradable sensación de orgullo y satisfacción, la cual recordaré mientras viva.
Eduardo Gallo Llorente
*Por comentarios de la nota o para compartir anécdotas sobre los protagonistas, comunicarse con Eduardo Gallo Llorente, al mail [email protected], o al teléfono 011-1550217196.
Aquellos que deseen dar a conocer las historias de sus abuelos o bisabuelos inmigrantes, pueden acercarse a la redacción de “EL 9 DE JULIO” para hacerlo. Las historias pueden ser enviadas de manera escrita, por e mail a [email protected] o relatadas a alguno de nuestros redactores. Serán bienvenidos.