Tras los ahorros de la niñez: la historia de un jubilado platense
Luego de encontrar su vieja libreta de la Caja de Ahorro Postal, se puso a averiguar qué fue de aquel dinero que le daba su padre cuando era todavía un escolar Mientras revolvía viejos cajones haciendo limpieza en su casa, Pedro Ruellan, un electrotécnico hoy jubilado, dio por casualidad con su antigua libreta de la Caja de Ahorro Postal. El hallazgo, que al principio le trajo recuerdos de su infancia, terminó por generarle a la larga cierta curiosidad. ¿Qué habría sido de aquel dinero que había ahorrado religiosamente a lo largo de toda su escuela primaria y parte de su juventud? ¿A cuánto ascendería la suma en la actualidad? A falta de respuestas y sin poder sacarse esas preguntas de la cabeza decidió ponerse investigar. “Quería saber qué había sido de esa plata, a dónde habría ido a parar. Me puse a hacer algunas averiguaciones y una de las primeras cosas que me enteré fue que la ley de creación de la Caja de Ahorro Postal establecía que esos fondos no eran embargables y generaban intereses. Por cual, dado que habían llegado a emitirse 170 mil libretas como la mía y habían acumulado intereses durante más de medio siglo, se trataría sin duda de un montón de dinero que en alguna parte tenía que estar”, cuenta Pedro. “ Era común que los padres o padrinos les regalaran una libreta a los chicos antes de entrar a la escuela como un foma de inculcarles el ahorro, que en esos tiempos era la base de la fortuna” La Caja Nacional de Ahorro Postal, como muchos mayores recuerdan, fue una entidad financiera creada por la Ley 9527 el 5 de abril de 1915, durante el gobierno del presidente Victorino de la Plaza, con la finalidad de fomentar el hábito del ahorro entre los chicos. A cargo de la entonces Dirección General de Correos y Teléfonos, el sistema le ofrecía a los escolares la posibilidad de ahorrar mes tras mes con la compra de estampillas para retirar la suma acumulada al alcanzar la mayoría de edad. “La mía -cuenta Pedro- me la regaló mi papá en el año 1937 al cumplir yo dos años de edad. En esa época era común que los padres o padrinos hicieran ese regalo a los chicos antes de entrar a la escuela primaria junto con algunas primeras estampillas como una forma de inculcarles el ahorro, que en esos tiempos era ‘la base de la fortuna‘”. Como otros argentinos de su generación, Pedro recuerda que todos los meses, el día que los empleados del Correo iban a la escuela, su padre le daba tres monedas para comprar estampillas que luego pegaba en su libreta. Sus ahorros, como puede observarse en ella, abarcan sellos que van desde el valor de un peso moneda nacional, en el año 1937, hasta los 10 mil al pegar el último de ellos treinta años después. “Si bien durante el primer año de funcionamiento de la Caja los depositantes era 73.366 argentinos, ya en 1941 sumaban 174.521 las libretas y 7.000 las agencias de correo escolares distribuidas por todo el país. Debido a esa expansión, en 1946 la Caja entró en el negocio de los seguros y en 1973 pasó a llamarse Caja Nacional de Ahorro y Seguro”, según pudo enterarse Pedro gracias a la investigación que emprendió. OBJETO DE PRIVATIZACIÓN “Lamentablemente, durante la década del noventa, como tantas otra instituciones de nuestro país, la Caja fue privatizada por el gobierno de Menem y paso a dedicarse exclusivamente a la actividad aseguradora, que es lo que hace en la actualidad”, relata Pedro, quien se dirigió a la sucursal de esta firma en La Plata en busca de los ahorros de su niñez. “Fui con mi vieja libreta a La Caja y logré que después de un rato un empleado me explicara que ellos ya no tenían nada que ver, que esos fondos habían quedo a cargo del Banco Hipotecario tras la privatización”, relata el jubilado al explicar que la sorpresa que produjo su búsqueda entre la gente del banco no fue menor. “Cuando le mostré mi libreta al cajero, me miró como si estuviera chiflado. Después se puso a buscar algo en su computadora, aunque estaba claro que lo hacía más que nada para disimular. Al final, a fuerza de insistir, me explicaron que esa cuenta de ahorro habían sido dada de baja por falta de saldo para cubrir su costo de mantenimiento. En fin, que el dinero se había disuelto muchos años atrás”. Lo cierto es que Pedro Ruellan no fue el único en salir en busca de los ahorros de su infancia. Marta Abadi, una maestra jubilada de Tolosa, cuenta que ellas emprendió hace unos años una búsqueda similar. Alumna de la Escuela Normal durante la década del 50, cuenta que ella llegó a ahorrar unos 3.200 pesos entre 1954 y 1972, y que cuando quiso ir a retirarlos la suma había perdido ya tres ceros por culpa del proceso inflacionario. “¡No hubiera alcanzado ni para comprarme un triste repasador!”.