Escribe Cristina Moscato.
Según relata el Génesis, Dios, luego de colocar en el Jardín del Edén al primer hombre y a la primera mujer, les prohíbe, expresamente, alimentarse del árbol de la ciencia del Bien y del Mal que, junto con el árbol de la Vida, son únicos entre las muchas especie comestibles que se encuentran allí. ¨El día que comas de él –sentencia a Adán- ten la seguridad de que morirás¨.
Pero Eva llena de curiosidad comienza a preguntarse si será verdad. Finalmente, llevada por el consejo de la serpiente quién le ha dicho que lejos de morir, el fruto prohibido le abrirá los ojos al conocimiento, desobedece, come de él y convida a su marido.
¨Ahora el hombre es como uno de nosotros pues se ha hecho juez de lo bueno y de lo malo. Que no vaya también a extender su mano y tomar del árbol de la vida, pues viviría para siempre¨ – reflexiona Dios y acto seguido los expulsa del Paraíso.
En adelante el dolor, la vergüenza, el trabajo y la muerte caerán sobre la pareja y toda su descendencia.
En el año 1507, Alberto Durero, pintor alemán, escoge este tramo del relato bíblico para mostrar en dos tablas independientes, sus estudios sobre desnudos masculinos y femeninos y sus perfectas proporciones, tema crucial de los pintores del renacimiento en el que nuestro artista se especializó tras un par de visitas a Italia.
Adán, óleo sobre tabla, de 209 cm x 81 cm, aparece de cuerpo entero, levemente ladeado hacia la izquierda, sobre un fondo oscuro y un terreno irregular lleno de piedras en el que apenas apoya uno de sus pies. De bello rostro, pelo rubio y rizado, el joven que encarna un ideal de belleza y armonía propia del clasicismo griego (bien podría ser Apolo), mira anhelante hacia afuera de la composición mientras, sensualmente, entreabre la boca. Si no fuera por la manzana que porta y la cercanía de su compañera nos resultaría difícil reconocerlo como Adán.
Eva, óleo sobre tabla, de 209 cm x 80 cm, es a diferencia, mucho más fácil de identificar. La serpiente enrollada que muerde por el cabo la manzana que ella sostiene de pie junto al árbol, rápidamente, nos pone sobre la pista de la primera mujer y el pecado original.
Tan armoniosa como su compañero, aunque de piel más blanca (bien podría ser Venus) tiene un hermoso rostro enmarcado en largos cabellos rubios que ondulan con el viento. También aparece de cuerpo entero, sobre un fondo oscuro y en el mismo terreno irregular, sólo que adelanta el pie derecho como si fuera a salirse del cuadro o porque no, como si estuviera unos pasos adelante de Adán.
La mirada casi furtiva que dirige hacia su compañero disfrazan el momento en que ambos van a quebrar la prohibición de comer el fruto del árbol de la ciencia del Bien y del Mal que crece en el Paraíso.
La tablilla que cuelga de las ramas de la derecha sirve al pintor para incluir su firma. Dice textualmente:
¨Alberto Durero, la pintó después del parto de la Virgen, en el año del Señor de 1507¨; recurso con que el artista, además de dejar su rúbrica, relaciona a Eva con María, la primera y única mujer libre del pecado original.
El hecho de que ambos personajes aparezcan con los genitales cubiertos obedece puramente a la censura que existe en el momento de la creación del cuadro. (En este tramo del relato bíblico aún el hombre no posee conocimiento por lo tanto no tiene nada que ocultar).
La candidez e inocencia de sus rostros refuerzan esa idea, sugiriéndonos, además, que ninguno de los dos tiene la menor idea del drama que desencadenará la desobediencia y el conocimiento que van a adquirir: nada menos que de la conciencia de la desnudez y de la propia muerte.
Ambas tablas fueron pintadas en Núremberg tras el regreso de Durero de su segundo viaje a Venecia pero se desconoce su destino original. A fines del siglo XVI el Ayuntamiento de la ciudad las dona al emperador Rodolfo II. Robadas en Praga por las tropas suecas, fueron regaladas por Cristina de Suecia a Felipe IV.
En el siglo XVIII, Carlos III, ordena que sean quemadas por su contenido obsceno. Por fortuna, la orden no se llevó a cabo y las tablas son utilizadas para enseñar pintura a los jóvenes, siempre a condición de que se mantuvieran en una sala de acceso restringido. Recién en el siglo siguiente se presentan al público.
Recientemente restauradas, se exhiben en el Museo del Prado de Madrid. Pueden verse en todo su esplendor en distintas páginas de la web.-