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Guillermo Iñurritegui: El dentista amigo

[12 de septiembre de 2009]

– Se dedicó a la odontología en general, y siempre se destacó por su predisposición para atender a sus pacientes y por su buen trato.
-Hombre austero y de iniciativa, se desempeñó como tesorero del Círculo Odontológico durante muchos años.
-A pesar de su temprano  deceso, dejó un legado de trabajo y hombría de bien que será recordado; el pasado viernes le tributaron un homenaje. 

Guillermo Iñurritegui
Guillermo Iñurritegui

Guillermo Iñurritegui nació en noviembre de 1955 en 9 de Julio, donde vivió toda su vida. En el Colegio Marianista San Agustín, terminó sus estudios secundarios en 1973, y al año siguiente marchó a La Plata a cumplir con su vocación de odontólogo. Ese mismo año en que comenzó a estudiar en la Facultad conoció a quien luego sería su esposa, Liliana Guerriere.
Era una época difícil para el país, por lo que sus estudios le costaron mucho esfuerzo y sacrificio. Apenas contaba con lo indispensable para estudiar, pero con voluntad, en apenas cinco años concluyó sus estudios.

Comienzos de un dentista con buen trato
En marzo de 1979 ya recibido, con prórroga del Servicio Militar. Ese año volvió a 9 de Julio, y su primer lugar de trabajo fue el Hospital Julio de Vedia, donde tuvo como compañeros a Ireneo Fernández y al doctor Fage, entre otros que lo acompañaron en sus primeros pasos como profesional.
En agosto instaló su primer consultorio, en la calle Salta 1113, casi Irigoyen, en un local de la familia de su esposa.
En enero del año siguiente se incorporó al Servicio Militar, que hizo en El Palomar. En diciembre del año anterior, se había casado con Liliana. Su esposa recuerda de esos tiempos que “yo seguí trabajando en Sancholuz-Mato, y él venía todos los viernes, estaba el sábado y el domingo se iba. Los sábados, cuando venía del Servicio Militar, trabajaba todo el día, con mucha gente, y yo le hacía de secretaria. Empezó trabajando muy bien. Tenía un trato muy cordial, muy amable, le explicaba a la gente lo que tenía que hacerles, les quitaba el miedo y les hacía tomar confianza. Era muy respetuoso con la gente mayor, les tenía paciencia”, evoca. “Después, cuando tomaban confianza, lo adoraban”.
En los primeros años del consultorio, su esposa pasó a trabajar exclusivamente como su secretaria, pero luego pasaría a manejar las finanzas del joven dentista. Su recuerdo de este trabajo también traza una semblanza de su marido: “En 1985, me quedé en casa y empezamos a poner secretaria. El trabajo de fin de mes pasaba por mi revisión. Siempre le controlaba los pagos, y me vinculaba con el Círculo Odontológico. Todo el tema de las obras sociales, ingresos brutos, ganancias, se lo manejaba yo. El con papeles no quería saber nada, lo único que hacía era llenar el diagrama de la ficha, y yo completaba todo. Era desinteresado, hasta se olvidaba de hacerle firmar a la gente, y todo ese trabajo no se podía pasar. Era despojado, completamente”.
 
Ética profesional
En 1991, Guillermo Iñurritegui instaló su consultorio en su casa de la Avenida 25 de Mayo, donde su ritmo de trabajo se mantuvo invariable. Muy respetuoso de pacientes y sus horarios, no se fijaba demasiado en los suyos propios. “No tenía horario para terminar, porque siempre llegaba algún dolorido, o el que era paciente de siempre, y se hacía un lugarcito para atenderlo. Más de una vez, estábamos a punto de salir a misa algún domingo, o algún día de Navidad, o celebración especial, había que esperarlo porque estaba atendiendo a alguien. También solía trabajar a las 2 de la mañana, era dedicación full time” recuerda Liliana. 
Y relata otra anécdota que ilustra el cuidado y aprecio que tenía por sus pacientes: “alguien le había entendido que dos prótesis salían un valor, y en realidad era el valor de una. Pero llegado el momento no fue capaz de decírselo, le puso las dos prótesis al valor de una”. 
Hacía odontología en general, y se actualizaba permanentemente. Mantener ese ritmo de trabajo y conducta le demandaba un gran esfuerzo, pero esa misma dedicación lo llevó a ser un profesional intachable, unánimemente reconocido por su profundo sentido de la ética profesional.

En el Círculo Odontológico
Estimado y con una relación de gran respeto con sus colegas, formó parte de la comisión del Círculo Odontológico de 9 de Julio, de la que fue tesorero por muchos años, tantos que, al decir de uno de sus colegas, el Dr. Ricardo Lombardi, era para él un cargo vitalicio. Allí demostró, como en su consultorio,  capacidad, honestidad, y responsabilidad.
Es que así era en su vida, en general. “Era muy prudente para los gastos y las finanzas”, asegura su esposa. “Era además una persona de iniciativa, que ahorraba y hacía inversiones, siempre para la familia. Aunque no era un hombre de negocios”.   

La familia, la otra parte de su vida
Fuera del trabajo, repartía su tiempo entre la familia y los hobbies. Tuvo cinco hijos: el mayor, Sebastián, ingeniero agrónomo; María Cecilia, que está haciendo la Licenciatura de Psicología; Soledad, que sigue los pasos de su padre, cursando cuarto año de odontología; Guillermo Pablo, en el último año del Polimodal, y Juan Pablo, de 11 años. “Si bien trabajaba muchas horas, les dedicaba tiempo y paciencia a los hijos, y era un excelente compañero, vivimos todo con mucho compañerismo. Salíamos mucho y en familia”, recuerda su esposa.
La religión formaba otra parte grande de su vida; era muy practicante, y asistía con la comunión al padre Alfonso en el Colegio San Agustín.
De entrecasa, demostraba una gran habilidad manual. “Era todo un artesano” define su esposa. “Le gustaba tallar en madera. Ya las reconstrucciones que hacía en la boca hablaban de un artesano”.
Uno de sus deportes favoritos era el tenis, que practicó con un grupo de amigos durante muchos años. Y un lugar al que dedicó buena parte de su tiempo libre fue el Campo Hípico, del que fue integrante, y donde transcurrían fines de semana en familia, con sus hijos, en quienes fomentaba la equitación. 

Un merecido homenaje
En 2006, Guillermo Iñurritegui comenzó a tener problemas de salud; se descubrió que tenía un tumor, que fue operado con éxito. Tras esta intervención, en diciembre de ese año comenzó a trabajar de nuevo, con el ahínco de siempre, y los mismos deseos de capacitarse.
Los problemas de salud volvieron a aquejarlo con el tiempo, a pesar de lo cual, recuerdan algunos que se atendían en su consultorio, nunca perdió la energía positiva, que transmitió a sus pacientes hasta el final.
Ante el avance de su enfermedad, debió ser internado, el año pasado, por una insuficiencia renal. Su salud continuó deteriorándose progresivamente, y fue muy consciente de este proceso, que  vivió con una gran entereza y su fe ayudó en gran parte a sobrellevar.
Durante el difícil momento de su internación, recibió innumerables llamados de sus pacientes, algunos de la primera hora, que se habían tratado con él a lo largo de casi tres décadas y estaban consternados por la situación de su dentista amigo.
A pesar de los cuidados de la ciencia, su salud se siguió agravando, y falleció el 2 de noviembre de 2008. La consternación por su deceso fue sucedida por su recuerdo de hombre intachable. Así fue que recibió un merecido homenaje, la semana pasada, cuando su nombre fue colocado en un consultorio de una escuela de Post Grado de profesionales de la Odontología, que seguramente fue uno de sus sueños.
 
Palabras finales
El legado del doctor Guillermo Iñurritegui es  simple, de trabajo silencioso y humanitario. Con eso le bastó para ganarse el afecto perdurable de pacientes y el respeto de colegas, en tiempos donde la deshumanización avanza sobre el mundo, y la medicina no está libre de este problema.
Por eso, el buen recuerdo este hombre de valores sólidos y humanos sigue presente en cada uno de sus allegados y conocidos, y sirve como ejemplo para aquellos que quieran servir a los demás, no sólo desde un consultorio, si no también desde el lugar que sea.

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