Escribe Cristina Moscato
Giuseppe Arcimboldo es, a excepción de El Bosco, el pintor más original de todo el renacimiento. Aunque su carrera comienza y termina en Milán, fue en Viena y Praga, al servicio de Fernando I, Maximiliano II y Rodolfo II, soberanos sucesivos del Sacro Imperio Romano Germánico (962-1806), donde sobresale por su singularidad.
Los originales e ingeniosos retratos que realiza, compuestos por frutas, flores, animales y objetos, gozan de gran popularidad entre sus contemporáneos. Sin embargo, después de su muerte, la obra es olvidada y considerada sólo como una mera curiosidad. En el siglo XX es redescubierta por los surrealistas. Salvador Dalí, entre otros, comparte la afición por el juego visual que encierran las pinturas de Arcimboldo y lo considera un predecesor de su estilo.
En ¨ Las cuatro estaciones ¨ representadas en respectivos óleos sobre lienzo de 76 cm x 64 cm, podemos admirar los hipotéticos rostros de la primavera, el verano, el otoño y el invierno, elaborados con los elementos típicos de cada una de ellas.
La ¨ Primavera¨ (arriba izquierda) concebida como una cabeza de mujer, muestra el rostro compuesto principalmente de rosas que representan la belleza y fragancia de la juventud (con frecuencia las cuatro estaciones se representaban como cuatro edades del hombre). El cabello o tal vez el tocado hecho de diversas y coloridas flores, se asimila a un tapiz. La flor de iris que le sale del pecho, alude a la renovación de la tierra tras la fría monotonía invernal. El torso se compone de verduras que aunque no tienen en el arte el mismo predicamento que las flores, representan la abundancia en general.
El ¨Verano¨ (arriba derecha) posee el rostro de un hombre (autorre- trato?). Está magistralmente compuesto por duraznos, cerezas, ciruelas, peras. También hay ajos, pepinos, espigas de trigo y un alcaucil que le nace del pecho. En este retrato el artista introduce la firma en el cuello y la fecha en la manga.
El ¨Otoño¨ (abajo izquier da) también con rostro masculino, incluye un catálogo de hongos de todo tipo, además de vides, cebollas, calabazas y pimientos,
El ¨Invierno¨(abajo derecha) nos muestra un rostro inquietante, compuesto de troncos secos (la piel está hecha de corteza) y rugosas raíces. Unas hojas pequeñas constituyen la cabellera. Frutos de estación como limones y naranjas, le cuelgan del cuello.
La obra encargada por Maximiliano II como regalo para un elector de Sajonia, celebra la generosidad del reinado de los Habsburgo, además de sugerir que la dinastía será perdurable igual que las estaciones del año que se suceden, una tras otra, como un ciclo sin fin.
El éxito de la pintura en la sofisticada corte, en una época en la que era habitual presentar ideas serias bajo formas caprichosas, hizo que el artista repitiera numerosas series de la obra con escasas variaciones. Una de ellas, fechada en 1572 forma parte de una colección particular de Bérgamo. La otra, fechada un año después, se encuentra actualmente en el Museo del Louvre en la ciudad de París. Puede verse en todo detalle y esplendor en distintas páginas de la web. –