Un inmigrante, una gran familia y un testimonio para la historia
* La historia de una familia está ligada, de un modo u otro a la historia de una comunidad; pues las familais que conforman una sociedad, van creciendo y se configuran con ella.
* Como muchos inmigrantes de su tiempo, don Cataldo Labriola llegó a estas tierras, dejando atrás su lejana Italia, en busca de un mejor porvenir.
* Aquí eligió quedarse, aquí forjó su hogar, aquí trabajó, soñó y anheló un futuro grande para la patria que lo había adoptado.
* La familia Labriola, fundada en estas tierras por don Cataldo, lleva más de un siglo en 9 de Julio. En estos días, una interesante pieza ingresará a formar parte del Museo, un objeto que refiere inmediatamente a la historia familiar.
Desde estas páginas, en diferentes ocasiones, hemos insistido acerca de la importancia que reviste la preservación del patrimonio histórico y cultural de la comunidad. Toda vez que un objeto antiguo es puesto en valor como legado histórico y cultural, se abre al mismo tiempo la posibilidad de conocer una rica historia que parte de la historia grande de una comunidad.
En efecto, cada uno de los objetos que se exhiben en los museos tienen una historia, vinculada a aquellas personas que lo utilizaron. Muchas veces, esas referencias son desconocidas, las piezas están, pero no así las historias; pero, en otros, afortunadamente, es posible reconstruirlas.
En estos días, la familia Labriola, perteneciente a la comunidad, donará al Archivo y Museo Histórico “General Julio de Vedia”, una máquina cardadora de lana, que perteneciera al fundador de la familia en estas tierras: don Cándido Labriola.
La donación la efectuarán dos de los nueve hijos de don Cándido, María Elena Labriola de Lanas y Roque Labrio- la, junto a sus hijos y sobrinos.
La cardadora estará expuesta en una de las salas del Museo, para que las actuales generaciones y la cultura puedan conocer acerca de un oficio que hoy se encuentra extinguido: el colchonero. Precisamente, don Cándido Labriola fue un colcho- nero muy conocido en esta ciudad y en las localidades del Partido, en la lejana época en que los colchones se reciclaban en la casa del cliente, en una larga jornada trabajo.
Nacido en Brienza, en una región montañosa de la Provincia de Potenza, Italia, el 13 de mayo de 1873, era hijo de Luis Labriola y María Teresa Molinaro.
Buscando un futuro promisorio, anhelo la mayoría de los inmi- grantes que arribaron a este país, se embarcó en el puerto de Nápo- les con rumbo a América. Según los registros de inmigración del banco de datos de la Fundación Agnelli, don Cataldo arribó a estas tierras el 9 de junio de 1905, a bordo del vapor «Algerie», perteneciente a la Société Générale des Transports Maritimes à Vapeur, más tarde hundido durante la Primera Guerra Mundial, por un submarino alemán en diciembre de 1916.
“En Italia –recuerda su hijo Roque, en diálogo con EL 9 DE JULIO- no había trabajo. Entonces, los enviaban para la Argentina. Llegaban a Buenos Aires y desde allí nos enviaban a trabajar al campo”.
Primero, don Cataldo, se afincó en Chivilcoy, donde se casó y tuvo sus primeros hijos. Más tarde, se radicó definitivamente en 9 de Julio, primero en la zona rural y luego en la ciudad cabecera. En el campo, juntó maíz manualmente, con la maleta y la aguja.
Con sus propias manos fue ampliando su casa, en la calle Heredia entre Mitre y La Rioja.
Traía, como muchos de su tiempo, una gran capacidad de trabajo. Ese culto al trabajo, tan propio de los inmigrantes, los impulsaba a emprender largas jornadas de labor, “de sol a sol”, como se decía.
EL OFICIO
El oficio de colchonero es un oficio artesanal y casi ambulante. El colchonero era un hombre que recorría las casas, previo encargo, para elaborar o rehacer colchones de lana de oveja.
Aunque el proceso parece sencillo, llevaba su tiempo, dependiendo del tamaño del colchón.
Don Cataldo, acompañado por alguno de sus hijos, llegaba hasta la casa del cliente en una jardinera, donde transportaba la máquina cardadora, la máquina de coser, dos caballetes y una mesa con vainillas (vainas, agujas, hilos).
“Mientras papá armaba el cotín, yo manejaba la cardadora. Luego, desparramaba la lana y colocaba los puntos valiéndose de un trapito para que no se rompa la tela”, explica.
Don Cataldo recorría los establecimientos rurales de la zona y, una vez al año, iba al Hotel de la localidad de Dudignac para renovar todos los colchones. La jardinera en la que se movilizaba era tirada por un simpático caballo llamado “Chiche”. En cierta ocasión el animal, que acostumbraba ir a pastar suelto debajo de la sombra de los árboles, se dispuso a hacerlo sobre las vías férreas, terminando sus días arroyado por un tren.
En aquellos años, la clientela era muy nutrida. El colchonero era un oficio muy requerido en la sociedad de entonces, pues no existía la costumbre de adquirir un colchón en un comercio, salvo excepciones.
Por lo general, toda vez que se podía, el colchón era reciclado por las manos expertas de don Cataldo.
SU FAMILIA
Don Cándido Labriola casó con Filomena Morelo. De esa unión nacieron nueve hijos: Juan (nacido en 1910), María Teresa (nacida en 1911), María Luisa (nacida en 1913), Antonio (nacido en el 1915), Domingo Faustino (nacido en 1917), Aurelia Rosa (nacida en 1920), María Elena (nacida en 1922), Cataldo Roque (nacido en 1925) y Josefa Herminia (nacida en 1929).
En la actualidad, de los nueve hijos, viven María Elena y Roque. Además, hoy, otras tres generaciones suceden a don Cándido:
* Su hijo Juan tuvo dos hijos, Lilia y Norberto.
* María Teresa, seis hijos, Abel, Elba, Marta, Carlos, Graciela y Mabel.
* María Luisa, cinco hijos, Ernesto, María, Carlos, Marta y Mirta.
* Antonio, dos hijos, Nidia y Hugo.
* Domingo Faustino, dos hijos, Olga y Oscar.
* Aurelia Rosa, dos hijas, Elisa e Inés.
* María Elena, dos hijas, Cristina y Alicia.
* Roque, dos hijos, Alicia y Jorge.
* Josefa Herminia, tres hijos, Mario, Jorge y Guillermo.
Además de la mayoría de sus nietos, viven en 9 de Julio, los bisnietos y tataranietos de don Cándido Labriola.
MARIA ELENA Y ROQUE
Tal como dijimos, son María Elena y Roque los únicos hijos que viven de Cataldo. María Elena, reconocida modista de amplia trayectoria en esta comunidad, se encuentra radicada en 9 de Julio. Aquí formó su hogar y fundó junto a su esposo una familia conformada por dos hijas, las docentes Cristina Lanas de Galluppi y Alicia Lanas de Gutiérrez.
María Elena es abuela del conocido basquet- bolista, de proyección internacional, Juan Pedro Gutiérrez.
Roque Labriola, por su parte, se encuentra radicado en Moreno. En 9 de Julio fue jugador de fútbol en el Club Atlético Patricios y había trabajado en el Bazar “El Siglo” hasta que se radicó en Buenos Aires. Allí se desempeñó laboralmente en “Fade mac” y en la fábrica de Alba, en la avenida Centenera, donde se jubiló.
PALABRAS FINALES
Don Cataldo fue un hombre de una profunda fe cristiana. Católico practicante, aún sin saber leer, rezaba su oracional diariamente y estaba siempre dispuesto para enseñar la catequesis.
Uno de sus deseos era morir después de haber comulgado y, precisamente, Dios le concedió esa posibilidad. Cuando estaba participando de una misa en la Catedral, luego de arrodillarse para recibir el sacramento y después de haber comulgado, se desvaneció delante del altar, falleciendo a causa de un infarto.
Don Cataldo forjó un respetable hogar y tuvo la alegría de conocer a varios de sus nietos. Aquí trabajó, soñó y anheló un futuro grande para la patria que lo había adoptado.
Hoy, a muchas décadas de su muerte, el recuerdo de don Cataldo Labriola sigue vivo. No solamente en la memoria de sus hijos María Elena y Roque y de sus descendientes; también lo estará en quienes visite el Museo, allí donde estará para siempre su máquina, la cardadora, aquella con la cual se abrió paso en el andar de la vida, para sostener su familia y brindarle a los suyos un porvenir.