“Cualquier droga puede ser tanto un remedio como un veneno”
Entrevista realizada por Lic. Celina San Martín y Prof. Mauricio Rongvaux
El próximo sábado 12 de octubre a las 17hs, la Biblioteca Popular El Provincial vuelve a presentar, como ya es costumbre, una interesante charla. En esta oportunidad y en el marco de los debates contemporáneos, el Lic. Fernando Lynch* expondrá parte de su trabajo de investigación. Desde un abordaje antropológico desarrollará los principales ejes que atraviesan la problemática de las drogas y puntualmente la cuestión de su prohibición. A continuación publicamos una entrevista realizada recientemente que adelanta algunas de las principales ideas en cuestión.
De extensa trayectoria en el ámbito académico, Fernando Lynch es un investigador singular. Original en el planteo de sus hilos conductores; claro y arriesgado en sus posiciones. Esperando el último libro, fundado en una investigación que amplía su minucioso trabajo, nos permitimos esbozar algunas preguntas a las que el antropólogo respondió con precisión y amabilidad.
¿Cuál es la particularidad del abordaje respecto a las drogas que Ud. realiza?
La particularidad de mi abordaje sobre las drogas tiene que ver con la perspectiva antropológica desde la cual lo enfoco, la que conjuga dos dimensiones de trabajo: por un lado la consideración de determinados conceptos teóricos que me han resultado fructíferos para intentar explicar algunos aspectos de esta temática -como lo es en primer lugar el origen y las razones de la prohibición-; por el otro lado la concreta experiencia etnográfica vivida en relación al objeto de estudio; en mi caso consistió en la participación en numerosas y diversas ocasiones de consumo de varias de las substancias prohibidas, lo cual, además de brindarme un conocimiento de primera mano de experiencias tan poco habituales, me ha permitido interactuar y conversar abiertamente con otros consumidores –entre ellos algunos shamanes wichí de la región chaqueña-. A diferencia de muchos otros especialistas que han estudiado este tema desde cierta distancia, por cuanto mantienen una mirada un tanto externa al respecto –como lo revela la apelación a la categoría de “usuarios” de drogas-, la experiencia del consumo de substancias psicoactivas me ha brindado la posibilidad de explorar la dimensión más bien “interna” de esta problemática, desconocida efectivamente por los no-consumidores en general. Ello me ha permitido evaluar de modo directo muchas de las cosas que he leído al respecto, pudiendo comprobar, por ejemplo, la falsedad de lo afirmado desde el discurso oficial respecto a varias significativas cuestiones –como ser la cualidad “estupefaciente” o “narcótica” de determinadas drogas (L.S.D. y marihuana en primer lugar). En fin, en lo que hace a la singularidad de la perspectiva antropológica, cabe destacar la relevancia de la noción de cultura, puesto que se ha llegado a constatar el carácter inter-cultural de los fundamentos de la prohibición. Es sabido que en su lugar de origen, los EEUU, los propulsores de la prohibición fueron predicadores puritanos que dieron en asociar determinadas drogas con minorías extranjeras: el opio con los chinos, la cocaína con los negros y la marihuana con los latinos, en especial los mexicanos. A partir de algunos casos particulares, los que tal vez ameritarían el adjetivo de “problemáticos”, se ha cometido el error de generalizar al conjunto de los consumidores, adjudicándole a cualquier consumo de estas substancias el carácter de un vicio enfermizo. La consecuente segregación étnica de entonces mantiene su vigencia actual en términos de una efectiva discriminación social –así como de una suerte de racismo encubierto.
¿De qué hablamos cuando hablamos del prohibicionismo de las drogas?
El prohibicionismo de las drogas consiste en una decisión política según la cual las autoridades estatales han dictaminado que, dadas sus pre-supuestas condiciones altamente tóxicas y por ende peligrosas, determinadas substancias psicoactivas deben quedar fuera del alcance de los ciudadanos. Y dada la indudable cualidad nociva de las mismas, se pretende en teoría erradicarlas por completo de la faz de la tierra. Transcurrido algo más de un siglo desde sus orígenes en EEUU, la política prohibicionista se ha difundido e instalado en prácticamente todos los países del mundo, constituyendo un peculiar caso de neo-colonialismo –o más precisamente, de colonialidad del poder y del saber, es decir, una situación donde la dimensión política de la dominación impregna la dimensión subjetiva de los afectados-. En tal sentido, además de falaz, la propaganda oficial ha sido tan eficaz que ha logrado de algún modo “naturalizar” la prohibición, haciendo que para el sentido común de la población en general resulte justificada y aceptable. Aunque, cabe destacar, también se trata de una prohibición ampliamente desobedecida por un significativo porcentaje de la población –millones de personas en todo el mundo-; en ese sentido puede decirse que pone de manifiesto la cualidad del “estado de excepción” en el que en realidad estamos inmersos, es decir, la singular situación de ambivalencia político-jurídica según la cual los gobernantes se arrogan determinados poderes especiales en detrimento de las libertadas ciudadanas.
¿Qué es lo prohibido de las drogas? ¿Son las drogas lo prohibido?
Como lo ilustra la expresión de una “guerra contra las drogas”, en realidad no son las substancias las que son el objeto de una guerra, ni tampoco las que padecen en verdad la prohibición. La prohibición es un hecho social, concierne a las relaciones entre las personas, afecta las actividades de los sujetos, no la realidad de los objetos. Según señalara lúcidamente el médico Aquiles Roncoroni, la guerra no es contra las drogas, sino contra sus consumidores. Somos los ciudadanos quienes nos vemos cercenados en nuestros derechos al respecto, en cuanto la prohibición vulnera una libertad tan elemental como lo es la elección de nuestros propios objetos de consumo. Lo que las autoridades prohíben, más que las drogas o incluso las experiencias psicoactivas –de las que no parece tenerse una idea clara en qué consisten-, es la libertad de los ciudadanos de decidir qué consumir y qué no consumir, lo cual socava a su vez la responsabilidad personal relativa a dicha decisión –en especial respecto a sus eventuales consecuencias-. En tanto los motivos de la prohibición no descansan en evidencias científicas y empíricas que avalen el diagnóstico médico oficial, lo que está en juego no es la salud de la población como se dice, sino la obediencia ciega a lo dictaminado por las autoridades; de allí que una de las consecuencias más perniciosas del prohibicionismo es el fomento de una minorización de la subjetividad ciudadana.
A pesar de la apertura en la discusión sobre las drogas, actualmente, parecen subsistir o quizá emerger nuevos posicionamientos que continúan con viejos prejuicios; nos referimos puntualmente a dos de ellos: por un lado la separación entre el uso medicinal y el recreativo de las drogas y por otro a la clasificación entre drogas “duras” y “blandas”… ¿qué viejos o nuevos problemas plantean estas clasificaciones y qué presupuestos arrastran?
Es notable cómo, si bien es cierto que estos últimos años se ha producido una gran apertura en relación al tema de las drogas, ello se manifiesta más bien a nivel discursivo pero con poca y nula incidencia práctica –en nuestro país, en cambio Uruguay, Canadá y varios estados de EEUU prefiguran una saludable excepción-. El paradigmático caso de la marihuana lo ilustra con claridad: mientras se aprueba la implementación del cannabis medicinal por los políticos y la población en general –así como por los medios masivos-, sigue estando estigmatizado y condenado el consumo recreativo de la misma planta –como lo evidenció la negativa a incluir el auto-cultivo en la Ley del Cannabis Medicinal aprobada por unanimidad en el Congreso de la Nación-. Resulta paradójico que la misma substancia, cannabis o marihuana, se concibe como un remedio cuando es facultada por los expertos, y como un veneno cuando queda librada a la propia decisión personal del ciudadano común. Sucede que las autoridades no están dispuestas a resignar un formidable vehículo de control social como lo es la prohibición; y, de tener que hacer ciertas concesiones, como la de reconocer las indudables propiedades terapéuticas de la marihuana, se pretende mantener un control estatal de orden jurídico-médico al respecto. Se ignora así que cualquier substancia psicoactiva, cualquier droga, puede ser tanto un remedio como un veneno; que actúe en uno otro sentido depende del modo en que se consuma, en especial de la dosis que se ingiera. Si bien es notorio que diferentes substancias psicoactivas tienen propiedades de distintos grados de potencia, la clasificación entre drogas duras y blandas adolece de focalizar la cuestión en las substancias en detrimento de la cualidad subjetiva y del contexto del acto de consumo. En ese sentido, las llamadas drogas duras consumidas en dosis bajas no conllevan gran riesgo, y a su vez las blandas consumidas en exceso no dejan de ser nocivas. El problema de fondo está precisamente en la “substancialización” de las drogas, es decir, en el hecho de atribuir todo el poder a las substancias, minimizando o aun desconociendo de modo correlativo la capacidad de respuesta de los sujetos. En tanto se lo limita a un papel puramente pasivo, cuya acción se reduce de hecho a la obediencia a las autoridades, el sujeto debe pues mantenerse en la absoluta abstinencia de las drogas prohibidas –so pena de caer en la “adicción” a las mismas, lo que nos remite al interrogante de por qué están prohibidas substancias no-adictivas (L.S.D., mescalina, psilocibina, ayahuasca), así como el de por qué no están prohibidas algunas substancias notoriamente adictivas (tabaco y alcohol en primer lugar, además de tantos fármacos legales).
¿Es posible un mundo “libre de drogas”? ¿Ha sido posible alguna vez?
De acuerdo a los registros arqueológicos, el consumo de ciertas substancias psicoactivas existe sin dudas desde hace varios miles de años. En tanto se trata de una práctica comúnmente asociada al shamanismo, la espiritualidad propia de las agrupaciones cazadoras-recolectoras, se ha postulado incluso que el consumo de ciertas drogas se remontaría hasta los orígenes de la humanidad. Sin embargo, con la conformación de sociedades centralizadas que posibilitó la revolución neolítica desde hace unos 10.000 años, han sido corrientes políticas de corte “prohibicionistas” sobre ciertas substancias. Pero no en cuanto a su prohibición total, sino más bien respecto a su restricción al consumo exclusivo del estamento gobernante. Por ejemplo, los Incas se reservaban el consumo de coca para sí mismos, proscribiéndolo para el resto de la población. De acuerdo a Antonio Escohotado, el reconocido historiador de las drogas, han sido las grandes religiones monoteístas las que sentaron las bases para una prohibición generalizada. El principal caso es el cristianismo, el cual, en su lucha contra los cultos paganos que incluían en sus ceremonias rituales el acceso a ciertas formas de embriaguez –como los célebres Misterios de Eleusis en la antigüedad griega-, ha condenado como “demoníacas” tales experiencias. Se ha erigido al respecto el ideal de sobriedad como una condición indispensable para llevar una vida acorde a la doctrina –así como al formalismo ritual que caracteriza su culto-. En tanto este ideal sigue en cierto modo vigente, se puede hablar de una suerte de “sustrato religioso” de la prohibición de las drogas moderna. Ahora bien, si tenemos en cuenta que, más allá de la prohibición, drogas tanto legales como ilegales en la actualidad circulan constantemente y son consumidas habitualmente en todo el planeta, así como no ha existido nunca un mundo libre de drogas, no parece que vaya a existir alguna vez. Al menos mientras los miembros de la especie humana mantengan un mínimo grado de libertad frente a las autoridades instituidas. En relación con la absurda prohibición de las drogas, un dato objetivo que conspira contra semejante pretensión irracional es el hecho de que se funda en un conjunto de falsedades y tergiversaciones que van saliendo progresivamente a la luz desde hace varias décadas. A su vez, pasado más de un siglo de vigencia de esta política, se ha evidenciado no sólo el fracaso de su implementación –millones de personas la transgreden habitualmente sin ningún temor de estar cometiendo realmente un ‘crimen’ ni de estar padeciendo una ‘enfermedad’ de verdad-, sino incluso su carácter contraproducente, puesto que no ha hecho más que generar problemas sin haber brindado ninguna solución real al respecto -como observó con sensatez Paul MacCartney, la prohibición no tiene sentido porque la gente sigue consumiendo a pesar de ella-. Por ejemplo, uno de los principales problemas de la prohibición ha sido generar la emergencia del narcotráfico, objeto oficial de una lucha tan denodada como inútil, puesto que es manifiesto que nunca podrá ser erradicado un negocio tan atrayente como lucrativo. La única forma efectiva de terminar con esta modalidad particular del crimen organizado, que tantas muertes y daños ha provocado, es legalizar todas las drogas, y que las personas tengan la posibilidad de adquirir abiertamente los productos en el mercado según su propia decisión. Lo cual, en fin, favorecería por un lado la transparencia de las relaciones sociales que han sido enturbiadas por una política tan descaminada, y por otro lado colaboraría a su vez en el fortalecimiento del sentido de responsabilidad ciudadana.
*Fernando Lynch es Licenciado en Ciencias Antropológicas y profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Allí es docente en la asignatura dedicada a la etnología de pueblos indígenas y en el dictado de seminarios de investigación -Metodologías Hermenéuticas, Antropología Lingüística, Antropología Ecológica, La problemática de las drogas-. Ha publicado -entre otros artículos y ponencias-, los siguientes libros: Las drogas en cuestión. Una perspectiva antropológica (2015), Mana y Tabú. Notas etnográficas sobre la cuestión de las drogas (2017) y Lo político en discusión. Ideología y utopía de las asambleas populares argentinas (2019) y pronto a publicar se encuentra un tercer volumen dedicado a la problemática de las drogas de carácter etnológico: La visión shamánica wichí. Hermenéutica antropológica de una experiencia espiritual indígena.