¡Qué difícil ser breve para tanto que tiene “La Crucecita”!
Parece nada pero… ¡Cuántas historias y cuántas vidas han pasado por ese cruce!
Historias que van desde el hacendado más rico de Argentina y su familia, hasta las historias de boliches y colonos que la poblaron desde hace más de 100 años.
Vieja “Crucecita” alvearense que como tantos otros lugares quedaron al costado de las rutas asfaltadas. Ahora casi nadie la ve, sólo ojos hay para el Destacamento de la Patrulla Rural en el nuevo cruce de la Ruta 61 con la sufrida “Calle Urquiza” que llevaba a los campos del marqués José Rufino de Olaso, y más allá al Chumbeao, a las estancias de Crotto, de Campón, de los Ortiz y tantos otros destinos.
“La Crucecita” albergó chatas, animales, sulkis y reseros que venían desde el sur, el este o el oeste del partido con arreos hacia el pueblo y más, mucho más desde que llegó el ferrocarril en 1897.
Todavía se ve en el cruce, el cartel oxidado de Vialidad de la Provincia de Buenos Aires que señala el arribo esperado: a la derecha, a 7 kilómetros del pueblo y hacia el norte, Micheo, Saladillo. Al oeste, la vieja ruta 205 para ir a Bolívar, 9 de Julio o 25 de Mayo.
Pero no sólo es ni fue un cruce de caminos. “La Crucecita” siempre tuvo vida en sí misma reflejando la historia de sus moradores y las anécdotas de los que la pasaban con alivio o casi sin ver después de un largo viaje.
PEQUEÑA HISTORIA DE “LA PAULINA”
Decir “La Crucecita” es también decir la estancia “La Paulina” de Urquiza Anchorena. El primero de los Anchorena que compró esos campos fue Nicolás de Anchorena, comerciante, hacendado y político en la época de Rosas quién fallece en 1856 a los 60 años cuando el pueblo Esperanza ya estaba creado. En 1873, Nicolás Paulino Anchorena hereda y compra más campo que vende en 1890 a su hermano Juan Anchorena y que constaba de 14.000 hectáreas, propiedad que hereda Lucila Marcelina Anchorena de Urquiza en 1919, pasando la propiedad a llamarse “La Paulina” y que queda para su hijo Luis María de Urquiza y Anchorena.
En los primeros mapas de Alvear, figura como propietario de todas esas tierras hasta el arroyo de “Las Flores” don Nicolás Anchorena, dueño de la estancia “Creveland”, el terrateniente más importante de todo el país por la cantidad de hectáreas que poseía, muchas de las cuáles fueron administradas por su primo Juan Manuel de Rosas.
La fortuna de los Anchorena era tal que hasta Estanislao del Campo pone en boca del diablo a la figura de Anchorena como ejemplo para la tentación de riquezas y dice:
“Si quiere plata, tendrá, / Mi bolsa está siempre llena, / Y más rico que Anchorena, / Con decir quiero, será”.
EL PUESTO “ALVEAR”
Viniendo desde el pueblo, casi tapado por el monte, se ve la característica construcción de un puesto a dos aguas y es la construcción más antigua que todavía perdura: el puesto “Alvear” imperturbable, primer puesto de entrada después del cruce del arroyo Las Flores a la estancia “Creveland”, que también aparece como “Creland” o “Estancia Creland” según los documentos.
Muchos son los puesteros que vivieron en ese lugar y que se han perdido en la memoria, pero muchos aún recuerdan a la familia Ledesma con sus hijos, a los Astaburuaga siendo habitado en la actualidad por la familia Ponce -Castillos.
El “Puesto Alvear” ya estaba construido cuando se procede a la expropiación en 1929. Justo sucede que ésta estaba pautada en 6.000 hectáreas pero se deslindó una superficie algo menor, 23 hectáreas menos justamente por estar comprendidas en esa totalidad, el “Puesto Alvear” de “La Crucesita”.
La superficie seleccionada estaba limitada por calles públicas e incluía la fracción que el propietario, Luis de Urquiza, denominaba “Potrero VIII B” pero en ese ángulo estaba ubicado el puesto. El expediente de expropiación dice que el puesto era una “población de material que por su ubicación y destino revestía un valor cierto para el propietario y que, de incluirlo en la fracción a expropiar había de pesar en proporciones seguramente mayores que la de su valor intrínseco en las indemnizaciones correspondientes” acción que incluiría también la calle y que no le convenía a “la parte actora”. O sea, que el Gobierno no quería pagarle a Urquiza las mejoras que ameritaba el puesto.
Muy lejos de pensar en la formación de la Colonia “Fortín Esperanza” que se adjudica diez años después, el campo estaba destinado “al ensanche del ejido de General Alvear arrancando del “punto 67”, situado en el costado del camino general de General Alvear a Bolívar”.
Así que no se expropian 6.000 hectáreas. Sólo se expropian 5.976 hectáreas según Ley N° 3986 del 30 de octubre de 1928, fecha en que se declaran las tierras de Utilidad Pública siendo el campo valuado en una cantidad ínfima pero que Luis María de Urquiza acepta “en atención al interés que existe en la población de General Alvear para que se amplíe su Ejido, en el deseo de cooperar al desenvolvimiento y progreso de General Alvear”.
Sin dudas, un altruismo sin igual en la figura de don Luis de Urquiza, personaje muy respetado y querido por todos los que los conocieron en la Colonia “Fortín Esperanza” y que por su misma humildad o el egoísmo de algunos, quedan en el olvido por el resentimiento de los corazones mediocres contemporáneos.
BOLICHE “LA CRUCECITA”
Al frente del puesto Alvear, bien arriba en el albardón, un monte de altas casuarinas recuerdan la presencia del boliche “La Crucecita” de Nicolás Langoni, conocido como don “Cachola” Langoni y más recuerdan a la hija de Nicolás. Zulema, que estaba “en edad de merecer” y que hacía arrimar a los muchachones del barrio.
El boliche era casa y negocio, pero más que nada boliche para tomar unas copas, reunión del paisanaje de paso o del vecindario, con unos “seis o siete metros de largo de frente y de ancho igual”, “una casa de ladrillo sin revocar”. Toda la caída la tenía para atrás, para el campo, dando el frente para el puesto “Alvear” con puertas altas de madera a la calle en una construcción de material.
Capdevila menciona el boliche “La Crucecita” en la voz de Sengo Balladares, un “caminante” por los campos de Buenos Aires que a principios del siglo XX y hasta más o menos los años 50 anduvo por los caminos como mensual de campo, esquilador, amansador de caballos, recolector de maíz a mano, croto de a ratos, cambiando de un “conchavo” a otro y cruzando por Alvear en sus andanzas desde 25 de Mayo hasta Tapalqué, su ciudad de nacimiento.
Balladares menciona que al volver para Tapalqué junto con un amigo al que le decían el “Loco Veinticinquero”, llegaron hasta el boliche de “Nicolás Langoni” y después, hicieron un “jueguito a la oriya ´el monte” y comieron un churrasco con vino. Balladares se acostó en el recado abajo del corredor del boliche y “el veintincinquero” en el monte, con la desgracia que apareció muerto al otro día por lo que Langoni envió hasta el pueblo al empleado para que avisara a la Policía.
Quizás el monte sea el mismo que se ve actualmente, ahora ya con árboles añosos, o quizás es la hilera de álamos que recuerda Lorenzo González y que ya no están.
Llama la atención que cuando se realiza la expropiación a Urquiza, el terreno del boliche siempre queda en diferente escritura y es el Lote 26, un espacio irregular de unos 215 X 269,90 metros que conforman un total de 5 hectáreas y que con la expropiación, fue destinado a Escuela y Administración de la recién creada Colonia “El Fortín” hoy “Fortín Esperanza”, hecho que no se hizo realidad siendo anexada la propiedad en ventas posteriores.
Hacia el este y entre los árboles, aún se ve el camino entre alcantarillas abandonadas y la gran curva que llevaba al puente viejo de ladrillos y madera que fue reemplazado por el puente nuevo cuando se construyó la ruta asfaltada.
LA HERRERÍA DE “CUCUCHE”
Siendo el lugar de paso obligado de cuatro caminos antes o después de cruzar el arroyo Las Flores, no es extraño que haya habido una herrería en el lugar, a poco menos de 100 metros del cruce sobre campos actuales de Sivero, lugar donde actualmente se ve un pequeño montecito.
De la crucecita (que fue de Balda antes de los actuales dueños Barbalarga), una larga fila de álamos de unos 100 metros de longitud acompañaban al viajante hacia la herrería. Nadie recuerda el apellido de “Cucuche”, y quizás el montecito de árboles actual a la derecha del camino, señale el lugar donde se encontraba la herrería.
Hasta ella se llegaba la gente para hacer marcas de hacienda, cierre de tranqueras… todos trabajos en fierro. El fuerte de las herrerías antes de la siembra directa, era el arreglo de las rejas para los arados aunque en épocas de tractores sin cabinas, llegaron a hacer ingeniosos resguardos techados para que los chacareros pudieran protegerse del frío o del calor.
Seguramente estarán enterradas en las inmediaciones algunas herramientas de la herrería: mazas, pinzas, tenazas, cortafierros, ganchos y punzones que utilizaba “Cucuche” para martillar y limar o enllantar las ruedas de los carros entre el fuego y la fragua.
ARREOS DE PAVOS Y OVEJAS EN LA CRUCECITA
¡Quién no transitó la calle Urquiza rogando que terminara de una buena vez y llegar a la esperada Crucecita! Verla y cruzarla lleva siempre un suspiro de alivio.
En épocas de caballos y animales y antes del cruce del arroyo, la parada en La Crucecita era obligada y hasta cientos de pavos dormían subidos en hileras a los alambrados para hacer noche y llegar temprano al otro día al embarque del ferrocarril.
Lorenzo “Cabeza” González cuenta que en 1933 participó en un arreo de dos días y pico con ovejas que venían de “La Paloma” de Castaño con destino a la estación (unos 60 kilómetros). Fue un gran arreo de más de 2.000 ovejas conducidas por 14 arrieros. Esa última tarde pararon en “La Crucecita» para pasar la noche y “sacar” el arreo al otro día bien temprano, cruzando el puente de madera y piso de tierra del arroyo Las Flores.
Era en invierno y a la madrugada comieron algo y salieron para el pueblo sobre un camino blanco de escarcha. Al llegar a la estación las ovejas se iban embarcando en vagones de un tren largo que llegaba desde “la manga hasta la cancha de Colorado”. Fue tal el frío y el esfuerzo de Lorenzo por continuar en el arreo que cuando llegó al pueblo se desmayó. Tenía solamente 7 años.
PARAJE “LA CRUCECITA”.
Seguramente “La Crucecita” es uno de los cruces más importantes y transitados de la zona pero sin embargo, su bajo perfil parece perderla en lo cotidiano.
“La Crucecita” original está quieta a un costado entre el susurro de los grandes árboles que fueron alivio del arriero, risas de jóvenes para el pueblo, final o principio de la interminable calle Urquiza, indescifrable sentimiento de sorpresa y expectativa de querer adivinar qué vendrá después de la casi oculta encrucijada.
“La Crucecita” está. Su encanto perdura escondido entre curvas y contracurvas de eucaliptus añosos y caminos abandonados que llevan el pensamiento hacia tantos recuerdos y lugares queridos que son casi imposibles de imaginar y que es deber no olvidar.
Agradecimientos: a Lorenzo González, Salomé Marcos, Rodolfo Solé, Doris Langoni, Fabiana Langoni, Javier Barbalarga.
Fuente consultada:
– 1929. Duplicado de la diligencia de mensura de las tierras afectadas por el ensanche del ejido de General Alvear. Exp. N° 99. Dirección de Geodesia de la Provincia de Buenos Aires. Archivo Público General.