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Nueve de Julio
jueves, noviembre 21, 2024

La historia a través de las fotografías… Aquellos vestidos y trajes de primera comunión

Por Héctor José Iaconis

Las antiguas fotografías del estudio Adobato, una vez más, nos introducen en un tema que, aunque anecdótico, se vincula con nuestra historia. Muchos aún recuerdan los vestidos que, cuales piezas de alta costura, se confeccionaban con motivo de la Primera Comunión; una costumbre que, si bien en nuestra comunidad, ha dejado de usarse hace muchos años, en otras regiones del país se mantiene vigente.

Durante varias décadas, motivadas por los usos sociales, las familias nuevejulienses se dispusieron a vestir a sus niños y niñas  con trajes y vestidos, de variados diseños; predominando, desde los más sencillos hasta otros de corte suntuoso. Más aún, existían diseños inspirados en los hábitos de las congregaciones religiosas femeninas. Desde luego, esta no fue una práctica inclusiva, pues los niños de familias con menores recursos, que no podían acceder a costearlos, sentían la marcada diferenciación de acudir a la ceremonia con el guardapolvo escolar. Todavía, para hacer más lacerante un momento que debía ser sublime, no faltó un sacerdote, cura párroco de la parroquia de Santo Domingo de Guzmán de esta ciudad -cuyo nombre hemos de preservar, por respeto al Orden que investía- tuvo por frecuente dar ubicación en los sitios de honor a la niñas que lucían los mejores vestidos, enviando a los reclinatorios de más atrás a las que llevaban  el sencillo guardapolvos.

La nave central de la parroquia de 9 de Julio (hoy Catedral), si se la observaba desde el coro, parecía cubrirse con un manto blanco, cuando los niños ingresaban en procesión, en ese esperado día en que recibirían por primera vez el sacramento de Eucaristía. Era la fiesta de toda la familia y la comunidad eclesial; eran momentos, como lo son actualmente, de júbilo y alegría.

Puede decirse que existió una «sana competencia» entre las madres de aquella época, que procuraban hacer confeccionar por la modista de confianza, el mejor vestido. El traje del niño, más asemejado al de los caballeros, se distinguía por el cuello postizo y el lazo, a veces reemplazado por un corbatín.

En torno al uso de aquellos vestidos y trajes para primera comunión se forjaron muchísimas anécdotas, recuerdos que hacen a la vida personal de cada uno. Por lo común, el vestido de las niñas solía ser blanco y largo. Estaba adornado con encajes, flores o listones; primaban las sedas naturales en organza y las gasas. Los accesorios y detalles no dejaban de incluir tules, plumettis y tafetas.

En cuanto al diseño, los volúmenes con grandes plisados convivían con las líneas más rectas. Las niñas también llevaban una corona de flores blancas sosteniendo un pequeño velo.

Los vestidos que, en un principio, se mandaban confeccionar por la modista, más tarde podían adquirirse en las tiendas del ramo. Como decíamos, hubo un tiempo en que, una forma de «competencia» primaba entre las madres a tal punto de procurar que el de sus hijas, fuera el mejor vestido de comunión.

Siempre se esperaba que la calidad de la vestimenta fuera acorde con las posibilidades de la familia. Los chismorreos, no pocas veces malintencionados, estaban a la orden del día. Si las niñas de familias pudientes aparecían con un vestido que no parecía suficientemente caro recibía las consiguientes críticas; por el contrario, si se suponía que una familia de condición había invertido demasiado dinero, también se le reprochaba que buscaba aparentar.

Los tiempos fueron cambiando y, en nuestra comunidad, los  vestidos de primera comunión quedaron en el recuerdo.

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