[28 de octubre de 2009]
* Escribe el psicopedagogo nueveju- liense Jorge Viublioment, quien trabaja actualmente en el Centro de Orientación Familiar, y realiza un posgrado en el Programa de Atención a Víctimas de las Violencias.
Vamos a comenzar teorizando sobre los conceptos básicos y sobre las dinámicas que favorecen la violencia como mecanismo común en ciertas relaciones. Gracias a los conciudadanos que se han comunicado y los invito a seguir haciéndolo a: [email protected]
Los medios de comunicación, y la realidad misma cuando uno se anima a enfrentarla, muestran episodios de la vida cotidiana que impactan ya sea por su contenido o por su editorializacion. Varios programas, que mayoritariamente se emiten en dos canales de aire, han mostrado informes filmados alguna noche cualquiera en los espacios que cada uno por el gusto de pertenecer pueda nombrar. A la vista, de los informes televisivos o de la realidad, se suceden imágenes de adolescentes y de adultos adolescentizados que comenzaron su raid en el boliche, mejoran la formula con sustancias y terminan en consecuencia fuera de lo previsto. En algunos sitios, cerveza y psicofármacos de bajo costo; en otros, bebidas energizantes con alcohol y sintéticos de mejor calidad. La pertenencia tiene un costo y ese costo es el consumo. Lo que cambia es el standard.
Caminar una madrugada por cierta zona de Palermo chico o por Ramos Mejia, por nombrar solo dos opuestos, puede no diferenciarlos si se los mide por el nivel de violencia ejercida contra el propio cuerpo, contra la propia voluntad y contra los otros: los cuerpos de los otros, los autos de los otros, las casas de otros o el bien publico. Ya ni siquiera la música permite esa distinción. La clase consumidora o la clase de extranjeros al consumo se parecen demasiado al momento de observar sus conductas. Ya la marginalidad no explica la violencia.
Aun así medios de comunicación, periodistas, candidatos y divas siguen considerando que la clasificación social es entre la clase victima y la clase sospechosa. Creen que la violencia es entre nosotros y ellos. Y que si bajamos la edad de punición se mejorará la seguridad interior.
Considerar que las victimas son de una clase y los victimarios de otra es como apuntar a un blanco para no ver en amplitud. Comunicar que el paco y la cerveza son el origen de la violencia contra los sujetos modelo es mostrar para esconder. Es pensar de una manera sencilla, es caer en la identificación fácil. Y se escucha entonces asociar la baja escolaridad, el origen en una familia disgregada o el uso de la marihuana como causa, a los que la ley y los derechos humanos favorecen y perfeccionan su impunidad. Que por provenir de barrios miserables no tienen otra salida que el delito; que porque abandonaron la escuela no distinguen la verdadera escala de valores que rige la sociedad; que por consumir la droga de peor calidad tienen la cabeza mas reventada. Ese es el identikit mas vulgarizado. Esa es la mascara que más le conviene a los medios, a la clase honesta y a instituciones como la policía o la escuela.
Baste observar el trato social y mediático que se le da a los jóvenes provenientes de una clase trabajadora, escolarizados con uniformes y que consumen sintéticos de mejor calidad. Parecen dos naciones distintas. Unos adaptados y otros insubordinados. Unos consumidores y otros pretendientes. Unos en la libertad de mercado y otros condenados a perpetuidad a ser de la clase baja.
Basten recordar algunos ejemplos: jóvenes de la mejor sociedad correntina se encuentran en una playa brasilera y uno de ellos termina muerto.
La violencia entre clases y entre adolescentes es la placa roja. Pero mostrar eso es esconder lo demás. Y una sociedad tocada por la violencia no distingue entre clases. Esto significa que ya no hay excusa para aceptar que todos estamos inmersos. La respuesta facilista que siempre veía en los demás la causa de mis males ya no es valida.
Lo que antes llamaban violencia y estaba tipificado hoy tiene que ser visto desde muchos ángulos y llamarse violencias. Simbólica o real, de genero o contra el genero, generacional, familiar o escolar. Vincular o social. Solo cuando se pueda comenzar a desterrar la primacía de lo individual sobre la comunidad que otorga sentidos se tendrá la madurez necesaria para pensar en mejor perspectiva y con mayor compromiso. La adolescencia en la modernidad es una construcción novedosa, distinta de las anteriores. Hasta no hace mucho ser adolescente era una experiencia que se vivía como un camino hacia la adultez; hoy es una construcción con nuevos significados, donde las escenas vividas tienen otro tenor y están movilizadas por otros valores. Como construcción hoy se habla de un doble encuentro: el personal y el social y comunitario. Y una sociedad que no puede sentar posibilidades genera un adolescente poco cargado de sentidos. Nuevos modelos familiares, en la clase que sea, malestar económico, ausencia de relaciones vocacionales y vertiginosos ritmos de satisfacción plena están generando una identidad adolescente centrada en sí misma, ausente del registro familiar nuclear, con menores expectativas de futuro y débiles sentidos de vida.
Aparece una nueva identidad en nuevas instituciones familiares y con nuevos horizontes que siguen invisibles cuando se los mira con anteojos premodernos. Todo parece atravesado por nuevas significaciones. También la adultez se pregunta por si misma. Y allí se erige la violencia como respuesta reactiva ante el temor por el sentido incierto.
Es posible preguntarse entonces: ¿la comunidad esta construyendo sentidos que alojen a los adolescentes? ¿Construimos canales de comunicación que permitan el desarrollo ciudadano?¿o favorecemos la reacción violenta como respuesta?.
Pensar en la violencia es deber de todos; detener la violencia es responsabilidad de todos; porque una sociedad mas justa es derecho de todos.
Si fuiste o sos víctima de hechos de violencia hacete valer. Llama al 911 o pedí asesoramiento en el Centro de Atención a la Víctima de la Municipalidad.