Recuerdo a una madre a la que la convencieron de que, en el paso a Educación Primaria, el mejor lugar para su hijo era un centro de educación especial.
Traté de asesorarla en lo contrario pero no atendió a razones.
Como orientadora tenía que hace aquel informe tomando la decisión para que la resolución de aquel dictamen fuera acorde con lo que la madre quería.
Se me atragantó aquel informe porque no estaba de acuerdo que lo mejor para el niño fuera aquello que la madre decía.
Cuando puede digerir todo aquello que me causaba mucha angustia, después de muchas charlas y asesoramiento (Gracias a las personas que me ayudaron en aquel momento), redacté aquel informe argumentado que, en mi opinión el niño debía estar en un centro ordinario con sus iguales, con todo la argumentación pedagógica y legislativa, pero dado que el acompañamiento de toda la vida escolar del niño recaía en la madre y esa era su decisión, la resolución también debía ir acorde a su deseo. Me causó mucho dolor y angustia porque sé que el derecho es del niño, pero bien o mal esa fue mi decisión.
Cuando le leí el informe a la madre faltaba decidir qué centro de educación especial era de su preferencia.
El niño debía salir a unos 20 kilómetros de su población porque donde residía no había CEE y había dos opciones en dos poblaciones diferentes. Le pregunté cuál prefería y me dijo que no sabía. Me ofrecí a acompañarla a los dos centros y concerté cita en ambos en el mismo día.
Fuimos a primera hora a uno y a media mañana al otro.
Al terminar la visita, la persona que nos acompañó por el centro le preguntó a la madre, como si nada: ¿qué te ha parecido?. La madre no pudo articular palabra y se echó llorar.
Yo quería llevarla aparte y hablar con ella tranquilamente, pero ella tenía que ir a trabajar. Le dije que no se preocupara, que nada estaba decidido, que lo pensara y hablaríamos.
Aún no había transcurrido ni una hora me envió un mensaje por WhatsApp: “No quiero eso para mi hijo. Si entra ahí, nunca más volverá a salir”.
¿Qué quiero decir con esto? Que la escolarización en CEE no es el camino de rosas tan bonito, ni tan mágico que nos venden algunas personas.
Que hay muchas familias que se han visto forzadas a escolarizar a sus hijos e hijas en CEE. Otras que se han tenido que ir porque el sufrimiento que venían padeciendo sus hijos e hijas y el suyo propio junto a ellos y ellas ha resultado insoportable.
Entiendo el dolor y que se haya buscado esta salida, pero es eso una salida porque la opción deseada ha resultado imposible. Pero esto no quiere decir que no tengamos que trabajar y poner todos nuestros esfuerzos en crear esa escuela común que dé cabida a todo nuestro alumnado tenga las características que tenga, porque es el derecho de nuestra infancia, de toda ella.
Pensar que parte del alumnado lo va a pasar mal en la escuela común porque el resto de la clase se va a burlar, a acosar, etc. Dice muy poco de nuestra labor como docentes y como sociedad. Y que la solución sea apartar al oprimido aun habla peor de todos nosotros y nosotras.
¿Podemos imaginar que porque le hayan hecho bulling a un niño negro creemos escuelas sólo para negros? ¿Que porque una persona gay haya sufrido acoso, creemos una escuela solo para personas gays? Y así podríamos seguir segregando personas.
NO, la solución pasa por estar juntos, entender que, afortunadamente, somos diferentes unos de otros y eso nos enriquece. La solución no está en apartar al más débil, a quien ha sido atacado, sino en educar en el respeto y la convivencia.
María José G. Corell
Tendiendo Redes
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