Por Guillermo Blanco.
Simbólica imagen esa de los pibes de las inferiores gambeteando mesas y sillas, metiendo el freno ante el pedido de agua o hielo, mientras la rodilla del presidente Gallelli parece una Bocha triturada y el Chueco Pastor se hace el humilde ante la nueva felicitación por el reluciente e imprescindible libro recién parido sobre los 70 años de San Martín que se están festejando. Y hasta el lugar, el amplio salón del colegio San Agustín, parece el lugar indicado porque aunque muchos no lo adviertan, desde allá a la vuelta doblando por la vieja Paraná, se escuchan los ecos de un nuevo gol del Turco Cura, una nueva aparición del paraguayo Fernandez, las ilusiones encerradas en las inferiores de los sábados.
Y hay quien imagina que ahí afuera frente al parque, sola y contra el palenque natural de un árbol centenario, se estaciona la bicicleta de Juan Pagliana mientras el alma su dueño, encorvada y feliz, se queda en un rincón como mirando los 600 comensales que alimentan su sentido de pertenencia bajo esos globos con el escudo sanmartiniano tan bien decorados.
Que noche, vieras que noche, Pucho Baztarrica. Si estuvieran con el doctor Roberto… Y a vos, querido Norman Moscato, acaso tu invalorable hija Cristina después te cuente todas las sensaciones vivenciadas durante este aniversario. Ahí se lo ve, largo y canoso, a Tabito Riccioni, pensando qué lindo sería que su hermano Miguel anduviera por alguna mesa. Y el Gordo Marti con su muleta tendrá motivos para ir a visitar a su primo Guillermo Ibáñez para decirle que estuvo con Apariente, con Lupino, con Palapa Videla, con Pepe Marti y con tantos otros que fueron construyendo desde adentro de la línea de cal esta historia que hoy Pastor ha plasmado en un material superador del simple racconto de la vida de un club para transformarse en referencia nuevejuliense.
Y se ve, laboriosas y relucientes, a las madres de los pibes deportistas, y el ejemplo que brinda el profe Alejandro Ré, quien se desvive por escuchar a su colega Fernando Signorini (ex PF personal de Diego Maradona, de la selección argentina en Sudáfrica, de Central, de Independiente y la Sampdoria junto a César Menotti). Este linqueño, amigo del alma, aceptó el convite y en un raid de locos llegó junto a su compañero Hugo Débole para compartir un momento de esos que son necesarios y que faltan en el deporte de alto vuelo pero de bajo contenido humano. Ré quiere frenarse pero tiene que seguir con la bandeja, hay quedar el ejemplo y servir las mesas con el mismo amor con el que trata a cada pibe en el campo de juego.
Si hasta el intendente pareciera hincha santo porque no se va enseguida como debe hacerlo de otros tantos lugares, y parece que las exigencias protocolares hoy se han tomado franco, por eso tanto él como su esposa siguen firmes mientras las agujas del reloj pasan tan rápido como ocurre cuando el partido es atrapante y uno se mete en una dimensión distinta.
Hasta la hija del ex presidente Rivera le pone su voz al encuentro, con una voz tanguera como para intentar un dúo imaginario con Pirulo Distéfano o Roberto Videla. Y el grupo folklórico del Negro Alonso le mete bulla y chacareras, y hasta hay lugar para el baile que termina con algunas caderas disimuladamente malheridas pero minimizadas por la medicina que significa ese sentimiento compartido. Hasta que llega el momento de cortar una torta inmensa y de esa canción final de quien esto escribe que incluye un grito general que enhebra la historia de este club ejemplo…
“”!!A la bi… a la ba…rim… bom…ba…San Martín… ra…ra…ra!!”