[9 de noviembre de 2009] Conocí al P. Severiano Ayastuy cuando yo era muy chico; él tenía unos 28 años y era ya Marianista y yo aspirante a serlo. La ocasión se dio cuando en 1942 se celebró en la pequeña localidad de Aozaraza (Guipúzcoa, España, de donde era originaria la familia Ayastuy), un homenaje-recuerdo a su hermano Sabino, también Marianista, que dio su vida por Cristo en 1936, fusilado, durante la persecución religiosa en España, en la que fueron muertos obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas ( unos 9mil) , y muchos más laicos. Los historiadores distinguen netamente entre lo que fue la guerra civil y lo que fue la persecución religiosa.
Hoy, Sabino es el Beato Sabino, beatificado por Benedicto XVI el 28 de octubre de 2007 junto a otros 497 mártires como él. El acto artístico principal del homenaje-recuerdo era la representación teatral de “El martirio de San Tarcisio”, del que yo, por inconvenientes de última hora del actor principal, tuve que ser el protagonista improvisado. Recuerdo muy bien a la señora Ayastuy: servicial y callada (hablaba vasco y un poco de castellano)), muy cuidadosa del control de su profunda emoción, muy observadora, de una acendrada y generosa fe.
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Severiano hizo la Teología y la preparación al sacerdocio en Fribourg (Suiza). Allí fue ordenado en 1946. Fue después Maestro de Novicios y Superior Provincial de Madrid, tiempo en el que manifestó una gran preocupación por la formación, por las misiones y por llegar a los pobres, tantos en aquella época de postguerras.
En 1966 fue elegido Consejero General y se trasladó a Roma. Allí sintió fuertemente la llamada de los pobres y las misiones. Renunció a su cargo en Roma y fue misionero al Togo (África), donde estuvo 14 años.
En 1986 pidió venir a la Argentina. Me propuso expresamente ir a Monte Quemado por considerarla la obra marianista más inserta entre los pobres. Estratégicamente se fue aproximando a éstos. Poco tiempo después dejó Monte Quemado y se adentró en el Impenetrable chaqueño. En Comandancia Frías vivió con suma austeridad y pobreza. Siempre lo apoyaron los Marianistas de Monte Quemado y en algún período convivió con él algún otro. Recorrió la amplísima zona a pie, en mula, en “zorra”, como pudo. Era mirado por todos como “el hombre de Dios”. Su Obispo, Mons. Silva, lo veneraba. Y le parecía que todavía podía ser más pobre y acercarse más a los más pobres, Supo amarlos, educarlos y defenderlos, así como a los indígenas. Cuando amigos de España le financiaron una casa la cedió para el médico y su familia que, de otro modo, no habría podido integrarse a sus tareas sanitarias en la zona. Severiano se recluyó a un ranchito. Algunos medios de prensa se interesaron por él y su labor en el Impenetrable.
En 2005 fue de visita a España, con sus 91 años y con la salud ya muy debilitada. Fue atendido en una casa marianista de Madrid dedicada a enfermos y ancianos. Allí pudimos visitarlo varios de nosotros. La última conversación que tuvimos los dos en 2007 le dio ocasión a manifestar su deseo de volver a la Argentina y al Impenetrable. Pero ya no era posible. “Pues entonces – dijo- dígales a la gente de allá que muero acá pero vivo allá con ellos”. Ese fue su testamento. Entregó su alma a Dios el 8 de noviembre de 2007, pocos días después de la beatificación en Roma de su hermano Sabino.
El Padre Severiano se merece esta semana dedicada a él en el Colegio “San Agustín”, un recuerdo que manifiesta nuestra admiración y nuestro agradecimiento. Su vida es un llamado a seguir sus huellas, huellas de “un hombre de Dios” entregado a los hombres. Que nadie diga que no hay modelos de vida y de entrega generosa al Reino de Jesús en el siglo XXI. Severiano es un modelo que se aparta de lo corriente: ni dinero, ni poder, ni influencias políticas, ni búsqueda obsesionante del placer o droga o simplemente la pavada. Siguió a Jesús y supo ser un fiel hijo de María de Nazaret.
Padre Alfonso Gil sm.