Hace 100 años, la comunidad de 9 de Julio se encontraba sacudida por un hecho sangre ocurrido en la sala de sesiones del Concejo Deliberante, cuya historia trascendió las generaciones y, desde luego, las fronteras de la ciudad.
Dos estelas funerarias en el cementerio local inmortalizan en el bronce la memoria de las víctimas que, a pesar de sus gloriosos epitafios, fueron dos matones asesinados por otros de su misma naturaleza.
DOS LINEAS INTERNAS DE LA U.C.R.
A principios de 1924 se produjo la escisión de la UCR, formándose las fracciones “Antipersonalistas” (Alvearistas) y “Personalistas” ( Yrigoyenistas ). En 9 de Julio las cabezas visibles de los sectores en pugna fueron Guillermo B. Gougy en el Yrigoyenismo y Eduardo A. Fauzón en la línea Alvearista.
El Intendente Fauzón, para el 18 de mayo de 1924, convocó a sesión al Concejo Deliberante. Un tiempo antes de la reunión soplaban malos vientos en el clima político interno de la UCR de 9 de Julio. Llegado el día de la sesión, todas las personas que entraron al recinto debieron hacerlo sin armas. De antemano los agresores habían escondido los revólveres para burlar la requisa y evitar las protestas de la oposición.
En momentos que el Concejo, formado con casi la totalidad de sus miembros, iniciaba la sesión, con el objeto de tratar varios asuntos de su competencia y cuando comienzan las deliberaciones, en la barra, donde la expectativa del proyecto de pavimentación que estaba anunciado para ese día, había congregado a numerosas personas, se produjo un incidente que de resultas quedaron tendidas en el suelo dos víctimas del “gougynismo”, Agustín B. Lucero y Eugenio Rigamonti.
LA SESION DEL CONCEJO
Había comenzado la reunión con la presentación de la renuncia a la presidencia del cuerpo, del concejal socialista Miguel B. Navello, quien después hizo uso de la palabra desde su banca para establecer ante el grupo de concejales disidentes del radicalismo una situación de orden personal que quedó aclarada luego de un breve diálogo con los componentes de ese sector. Se hizo cargo de la presidencia Miguel Saralegui. Otorgada la palabra al Intendente Fauzón y cuando comenzó hablar, se produjo la rotura o desvío de la silla que ocupaba, ocasionando tal suceso, un desorden en la barra por el ruido de la caída.
Establecido el orden y cuando se disponía a reanudar su exposición, se oyó el primer disparo de revólver, al cual siguieron otros más. Mientras el alboroto se produjo en toda la sala, pudo reconocerse que los tiros se habían disparado contra Lucero y Rigamonti que yacían, el primero inerme y el segundo gravemente herido.
Inmediatamente del hecho los asesinos se escaparon por la iglesia con el consentimiento del cura párroco Domingo Güida, quien tenía estrecha amistad con Fauzón y Saralegui. La Policía tarde y remisa intervino, secuestrando varios revólveres y deteniendo a Francisco Castagnino, Atilio Grosso, Antonio Albano y a Toribio Casagrande, sindicando a los tres primeros como autores materiales de los crímenes cometidos con alevosía, pues ninguna de las víctimas hizo uso de las armas.
El oficial de policía, presente en el recinto, fue cuestionado por la pasividad con que actuó, no siendo capaz en un lugar cerrado de individualizar a los atacantes. Intervino en la causa el Juez del Crimen del Departamento del Centro de Mercedes, Dr. Gualberto Illescas, quien dispuso la reenconstrucción del luctuoso suceso, ubicando a los inculpados en los sitios que ocuparon en la barra el día del hecho. Los procesados se encerraron en una rotunda negativa, alegando inocencia.
En el mes de junio de 1924, se anunciaba una nueva reconstrucción del suceso sangriento, solicitando al Juez Dr. Illescas. Por la parte defensora de los acusados y con el propósito avieso de incorporar falsos testimonios para la acumulación de atenuantes en la confección del alegato de defensa que tuvo que ser sin dudas, toda una pieza jurídica de gran volumen, donde campeó la prosa de estilo sentimental y quejumbroso. El final del proceso dio como resultado que ninguno de los agresores fuera condenado a pagar su delito en la cárcel.
Los periódicos de la época volcaron mucha tinta sobre sus páginas, repudiando el acto criminal, buscando alguna explicación. En una nota de prensa, se preguntaba: “¿Co-mo se explica que ciudadanos que no han hecho de la política su única profesión como los de ambas fracciones radicales de Fauzón y Gougy, que hasta ayer fueron amigos, que posiblemente habrán sacrificado mucho de sus entusiasmos, y en homenaje a su partido, hoy se enfrentan con tanta irreductibilidad y con tanto encono? ¿Cual es la causa ?”.
No dudaban, al respecto, en asegurar que “la causa hemos de buscarla más arriba, allá en las altas esferas del gobierno electoralero y desorbitado del Dr. Cantilo; allá es donde se radica el mal y es allí donde se engendran los odios que repercuten en nuestra sociedad”.