* Formaron parte, con sus andanzas, de la historia de 9 de Julio.
* Sus vidas, aunque diferentes, estuvieron signadas por un análogo estereotipo con que la sociedad de su tiempo se ocupó de enmarcarlos.
* Sus historias eran los comentarios de las tertulias de los bares nuevejulienses de entonces.
En todas las comunidades, grandes o pequeñas, ciudades o pueblos, coexisten desde los orígenes de los mismos aquellos personajes a los que la sociedad les confiere en mote de «populares». Caracterizados por sus vecinos, por su forma de vestir, por los conceptos o supersticiones que en derredor de ellos se traza, no solamente encajan en un estereotipo social determinado, sino que también a veces su singularidad los distingue y los inmortaliza en la historia.
9 de Julio tuvo, a lo largo de su historia , individuos «populares» a quienes, por lo general los niños, hacían objeto de sus comentarios, risas, miedos o burlas. En su origen, la palabra estereotipo, estaba ligada con una nueva técnica de impresión gráfica salida de un molde. Con el tiempo, se la vinculó al campo de la psicología, para distinguir conductas reincidentes propias de ciertas patologías mentales. El periodista y crítico estadounidense Walter Lippmann, en su conocido libro «La Opinión Pública», afirmaba que “los estereotipos son representaciones o categorizaciones rígidas y falsas de la realidad, producidas por un pensamiento ilógico». Más adelante, Barrie McMahon y Robyn Quin, autores modernos, en «Stories & stereotypes. A Course in mass media», afirman que el estereotipo “es una imagen convencional, acuñada, un prejuicio popular sobre grupos de gente».
Según los últimos, «crear estereotipos es una forma de categorizar grupos según su aspecto, conducta o costumbres”.
En efecto, esta práctica de categorización y caracterización existió también en 9 de Julio de finales del siglo XIX. Existieron dos individuos, de extraño aspecto, que sobrepasaron los límites temporales para proyectarse en la historia y ser recordados en los relatos transmitidos de generación en generación: José Molleda y Monsieur de Sarralengue.
Tan conocidos fueron estos individuos en la sociedad nuevejuliense de entonces que, el historiador Buenaventura Vita, en su obra de investigación histórica, les dedica un apartado, fragmento del cual fue reproducido en 1938, en una edición especial publicada por el periódico «El Orden».
DON JOSE MOLLEDA
Otro de los «tipos populares» del 9 de Julio de antaño fue don José Molleda. Dejemos, pues, que sea ahora don Buenavetura Vita, que lo conoció personalmente, quien nos los traiga desde la bruma del tiempo para evocarlo.
«El era también español -afirma Vita- y lo hizo presa el delirium tremes, que se apoderó de él al entregarse al alcohol, para olvidar las penas que le produjeron los contrastes de la vida, principalmente en su faz económica. En la última etapa de su vida deambulaba por las calles del pueblo. Se detenía en las esquinas y como si se tratara de un profeta se dirigía a un auditorio invisible. Lo arengaba y con un ademán de sentencia bíblica, con la mano derecha, gritaba con todas las fuerzas de sus pulmones: ¡Ladrones! ¡Ladrones!… terminado esto seguía hasta la esquina siguiente y hacía lo mismo, día tras día, meses tras meses, año tras año».
Don José había tomado como objeto de su violencia a uno de sus vecinos: don Emilio Carballeda, quien fue el primer comerciante en establecerse en 9 de Julio. Cada vez que Molleda se cruzaba con Carballeda, aquél le lanzaba feroces insultos.
¿Cuál había sido la causa del desequilibrio? ¿Por qué un odio desenfrenado hacia Carballeda?
Pues bien, Carballeda, desde el tiempo de su radicación en el pueblo, después que dejó el comercio, se dedicó a la profesión de rematador público, agente judicial, comisionista, etc. En 1887, en representación del comerciante José Fernández, le siguió a Molleda un juicio por cobro de pesos en el Juzgado. El juez Domingo Leonetti dictó una sentencia favorable a Fernández, ordenando el remate de los bienes del deudor.
El 22 de octubre de 1887 fue subastada la quinta que don José Molleda tenía frente a la estación del ferrocarril. Desde entonces, tomó entre ojos a Carballeda haciéndolo culpable de todas sus desgracias.
9 de Julio era por entonces un pueblo pequeño y resultaba inevitable encontrarse con los vecinos al cruzar una acera o en un almacén. Molleda, que recorría las calles, se encontraba todos los días con Carballeda y no dudaba en lanzarle cuanto insulto se le ocurriera.
Poco pudo hacer el ofendido frente a la actitud del agraviante, más que alguna que otra demanda judicial que no hacían otra cosa que enfurecerlo todavía más.
Tal como lo refleja, Buenaventura Vita, « algunos adolescentes le hacían toda clase de fechorías para hacerlo rabiar»… Así, envuelto en la más terrible locura, terminó su vida en los primeros años de la década de 1910.
MONSIEUR DE SARRALENGUE
Otro curioso personaje en la bucólica comunidad nuevejuliense de finales del siglo XIX fue el señor Sarralengue. De nacionalidad francesa, se había radicado en el pueblo alrededor de 1879.
Era carpintero, pero el alcoholismo no solamente lo alejó de su oficio sino que lo condenó a la pobreza, degradando su existencia.
Por las calles se lo observaba correr a los niños que le tendían bromas o dar insultos, siempre consumido en la ebriedad.
«Nuestros padres -recordaba Buenaventura Vita- cuando nos querían retener en casa o con tenernos, como si se tratara del diablo en persona, bastaba que nos dijeran: ¡ahí viene Sarralengue!, para que toda desobediencia terminara».
PALABRAS FINALES
En una ocasión, posiblemente durante el desarrollo de algunos comicios o en alguna fiesta, se encontraron José Molleda y Monsieur de Sarralengue. También estaba otro curioso personaje, Teodoro Maqueda. Era quizás la primera vez que se los veía en el mismo lugar y relativamente cerca uno del otro. Don Nicolás Robbio, que se encontraba allí, dirigiéndose a Antonio Millán le dijo, con tono de broma: «¡Tenga cuidado!, están los tres juntos».
Fueron, estas almas, a su modo, personas nobles. No abrigaron maldad en sus actos y, débiles de espiritu, no pudieron hacer frente a las adversas circunstancias de su existencias.
La sociedad de entonces los enmarcó en un estereotipo y, así, durante el resto de sus vidas debieron seguir adelante intentando infructuosamente sortear los grandes obstáculos que se les presentaban.
Hoy, en el recuerdo, ocupan un lugar; porque ellos también fueron parte de nuestra historia.