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lunes, marzo 17, 2025

Misia Julia Salvadores. La primera «veladora» del Hospital de los Pobres

No debió ser la suya una existencia fácil, desprovista de contrariedades y contingencias. Los prejuicios de la sociedad porteña decimonónica, algunos de los cuales desaforadamente siguen latiendo entre las personas del siglo XXI, determinaron el destino de su derrotero vital. Julia Salvadores o, más bien, Julia Bedoya y Salvadores, ocupa un lugar en la historia de 9 de Julio por haber desempeñado la tarea de “veladora” del hospital fundado por la Sociedad Protectora de los Pobres, hoy Hospital Zonal General de Agudos “Julio de Vedia”.
“Misia Julia”, tal como le llamaban sus contemporáneos, fue la primera en ocupar ese puesto tan importante para la época y la primitiva estructura orgánica de aquel nosocomio apenas erigido, en las postrimerías del siglo XIX. Su tarea consistía en prestar los cuidados, especialmente en el horario nocturno, a los enfermos internados en el pabellón. Al mismo tiempo, debía ocuparse de velar durante la noche a quien fallecía en el lugar.
Julia Salvadores había nacido en Buenos Aires en 1868. Se le atribuía ser la hija del coronel Máximo Bedoya y de Porfiria Salvadores.

Uno de los pabellones del Hospital de los Pobres de 9 de Julio, donde Misia Julia Salvadores ejerció como «veladora».

SU ABUELO MATERNO, ENEMIGO DE ROSAS
Su madre era hija de José María Salvadores, el célebre funcionario unitario que debió esconderse en un sótano por años, durante el gobierno de Rosas que le perseguía.
En efecto, perseguido por su militancia política, igual que sus hermanos, su abuelo realizó tres tentativas de fuga para pasar a Montevideo, pero todas fracasaron con resultados sangrientos. En la última acaecida en 1840, pudo llegar hasta su domicilio y esconderse. Al elevar a Rosas, el jefe de Policía, el 5 de agosto de 1840, una lista de centenares de unitarios que habían fugado del país, figuraba entre ellos Salvadores. Pero su fuga no era exacta, pues consiguió encerrarse en su casa. Asediado por la Mazorca, rodeado de espías, no pudo luego abandonar su domicilio, y de acuerdo con su esposa se ocultó en un sótano de la casa, cuya existencia era conocida solamente por ellos dos, encargándose aquélla de convencer a todo el mundo de que su marido había huido sin hacer conocer su paradero. La información, hábilmente difundida, engañó a todos, sin exceptuar a la Policía. En aquel insospechado refugio donde se había convertido en sastre y zapatero, ayudó a su mujer hasta el 4 de febrero de 1852, día en que la victoria de Caseros le devolvió la vida. Se presentó, José María Salvadores, en público con la barba crecida y larga hasta la cintura, después de haber estado encerrado en el sótano de su casa durante doce años. Incluso tuvo dos hijos con su mujer, que su familia, rodeándola de desprecio, atribuyó a un amante.

EL DESTINO DE JULIA
Al nacer Julia le fue impuesto el apellido de su madre y se la identificó como “hija de padres desconocidos”. Es probable que al momento de producirse su nacimiento, sus progenitores aún no estuvieran casados. Máximo Bedoya, por entonces capitán y Porfiria Salvadores contrajeron matrimonio en la parroquia de Nuestra Señora de la Piedad el 1° de agosto de 1868.
Las fuentes históricas presentan algunas divergencias con los datos que, a través de los testimonios orales, han llegado hasta nosotros. Al ser concebida Julia su padre se hallaba en la Guerra del Paraguay y sofocando las montoneras de Saa, Varela, Videla y Rodríguez. En abril de 1868 se lo había separado del ejército del Paraguay por mala conducta.
En 1869, el capitán Bedoya, se hallaba en la Frontera Sur. Julia junto a su madre vivían en casa de sus tíos Tomás Salvadores, también militar y Dolores Lorea.
El recordado historiador Henry Aznar, sugiere que “el esposo de nuestra dama, el señor Pippi, era viudo en primeras nupcias y luego se casó con ella, teniendo de su primer esposa un niño de corta edad que la nueva consorte crio con cariño”.
“El Sr. Pippi –añade Aznar- luchó junto al célebre Giuseppe Garibaldi. ´Misia Julia’ contrajo enlace en la ciudad de Buenos Aires, su lugar de nacimiento, a los 15 años edad y al enterarse su padre de esto, máxime sabiendo que su futuro yerno no era de linaje como toda la familia Bedoya-Salvadores, pues se trataba de un simple «constructor» sin más trámite la desheredó de toda su fortuna”.
Es probable que esta última afirmación no sea del todo correcta. Es cierto que Julia Salvadores casó con Francisco Pippi, de nacionalidad italiana, oriundo de la localidad de Roccadaspide, en la provincia de Salerno. Sin embargo, el enlace no fue en Buenos Aires, como afirma Aznar, sino en Morón, el 21 de enero de 1885.
Pippi, de profesión albañil, contaba con 46 años de edad y Julia, que aparece con el oficio de mucama, tenía 16 años. Si su padre se opuso al matrimonio, no debió tener una posición análoga su madre, pues ella fue testigo de esa boda. En la partida de matrimonio, Julia alega ser hija de “padres no conocidos”.
Porfiria Salvadores, la madre de Julia, fue madrina también de su primera hija, Ambrosia Policarpa Porfiria Pippi y Salvadores, nacida en diciembre del mismo año.

EN 9 DE JULIO
En la década de 1890, Julia Salvadores junto a su esposo Francisco aparecen residiendo en 9 de Julio. En hogar, a la sazón, lo confirmaban también sus hijos Eugenio, José, Juana y Alejandro, todos censados en 1895.
En su interesante artículo, Henry Aznar aporta algunos datos interesantes referidos a la estancia de “Misia Julia” y su familia en 9 de Julio. Apenas arribados al pueblo, “decidieron fijar su residencia en este pueblo y compran un terreno en la zona donde ahora se encuentra el templo de Nuestra Señora de Fátima”.
“A fin de aprovechar las tierras, trabajaron ellos mismos una gran quinta y era muy común, entre los viejos pobladores de 9 de Julio, ver a ‘Misia Julia’, con canastos o alguna bolsa de verduras, dirigirse hacia la Casa de Asistencia para ayudar a la manutención del mismo. Cumplió doña Julia una trayectoria muy humanitaria, ya que prefirió vivir en un pueblo de avanzada, socorrer necesitados, permanecer junto al lecho del enfermo, o rezando al lado del que había entregado su alma al Señor, a estar rodeada del lujo y boato. A ‘Misia Julia’ se le abonaban por sus servicios de ‘Veladora’ y no por el suministro de verduras, que ella lo hacía en forma totalmente desinteresada”, afirma Aznar.
Aznar aventura que, “seguramente también habrá dejado para el Hospital alguna cortina tejida, pues realizaba excelentes trabajos de encaje a mano y ejecutaba muy bien el piano”.
Con la primera presidenta de la Sociedad Protectora de los Pobres, Ventura de la Lastra de Mouchard, mentora de la gran obra del hospital, mantuvo Julia Salvadores una entrañable amistad por ser ella, al mismo tiempo, madrina de su hija.

PALABRAS FINALES
Julia Salvadores falleció el 9 de setiembre de 1950. Su recuerdo, hoy olvidado en la bruma del pasado, se había mantenido vivo en las generaciones inmediatamente posteriores a la suya; aquellos vecinos de ayer que habían conocido de su dedicación y cuidados hacia los enfermos.

 

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