* Por Marisa Foresi
El agua corre por el cordón de la vereda y arrastra papeles, una manzana mordida, tapas de botellas plásticas de todos los colores, hasta un encendedor perdido y que tal vez todavía anda.
Qué fría está, aunque no me saqué los zapatos la siento entre los dedos de mis pies.
Voy a agacharme para sacar el encendedor, para ver si todavía tiene chispa cuando se seque.
No quisiera mojarme mucho los pantalones, tengo miedo que más tarde no salga el sol y el frío me haga mal. Los pies sí, qué bien les va a hacer una lavadita. Tengo una tijera algo cachuza dentro de una bolsa. Ahora que es temprano y no anda mucha gente me sentaré en un banco de la plaza para cortarme las uñas.
Ya pasaron los que tienen llave y abrieron el portón de rejas, sólo estoy yo y durante el día siento que soy la dueña del lugar.
Voy a sacarme los zapatos. A ver dónde los pongo, se tienen que secar. Son más grandes de lo que necesito, pero no importa, así no me hacen doler. Un día los encontré adentro de un canasto que hay en el frente de un edificio con muchos departamentos.
Claro, la gente tira lo que no le sirve, a mí me gustaron porque son rojos. Cómo brillan mis zapatos rojos. Los voy a poner parados sobre el borde de la fuente de la plaza, total hoy no anda y no salpica. He perdido uno de los elásticos que los sujetaban vaya a saber dónde. Con este papel de diario va a alcanzar para secarme los pies.
Tengo hambre, dónde habré dejado el pan que me regalaron ayer. La señora de la panadería tiene un hijo que se toma todo lo que encuentra, yo no entiendo por qué lo hace, si tiene una madre tan linda con trabajo y todo.
Al carro del supermercado lo encontré en una esquina, se ve que el chino se descuidó y se lo quitaron, a mí me vino al pelo, cuelgo la bolsa de comida de un lado, la de ropa del otro lado para repartir el peso y, en el medio voy poniendo lo que encuentro para después vender, casi seguro.
La Chiqui de mi barrio me hizo los claritos en el pelo, es buena, me lavó la cabeza y me puso un líquido para matar no sé que bichos. Ella también tiene un hijo que es peluquero, usa los pantalones de la prima, yo lo vi, le quedan muy ajustados.
Hasta que se sequen los zapatos, me sentaré como los indios.
Sí, el encendedor anda, qué suerte, hoy ando de buena racha.
Tito el cartonero, me da monedas por las latas de gaseosas vacías que encuentro. Las aprieto con el pie, bah, salto sobre ellas y quedan bien chatas, así entran más en la bolsa. Un día junté un montón y el Tito me felicitó.
Por qué será que esa señora tan bien vestida que ahora se acerca hacia mí, esconde los ojos. Y ese paquete, será para mí. No se anima a mirarme, le dará vergüenza o le daré miedo.
No estoy enferma, casi nunca me enfermo, sólo aquella vez que hizo tanto frío y que el Lucho no me dejó entrar a la casilla porque estaba con otra mujer. Se rió y dijo que no había lugar para mí.
Dónde está la señora, se fue y no sé por donde, y el paquete, ah, sí, allá lo dejó sobre el otro banco, a ver si todavía se lo lleva alguien. Yo no me meto con nadie pero ojo, que no me roben lo que es mío, como ese día cuando me dijeron, tomá, esta plata es para vos, al bebé lo llevamos con una familia que no tiene hijos, si lo pensás bien, te hacemos un favor y vos se lo hacés a él.
Ya salió el sol, miro y me toco los pies limpios y calentitos con las medias que la señora me dejó.