[28 de enero de 2010] La ciudad de 9 de Julio, por fortuna, cuenta con un conjunto de personas que, muchas veces, en el silencio de la humildad, sin perseguir el público reconocimiento, realizan una labor eximia y trazan una carrera vital que merece ser citada como ejemplo para las generaciones futuras. Tal es el caso del pianista Armando Montalbano, quien siguiendo un llamado, una vocación, ese secreto resorte que inspira la obra hacia un fin, heredado de su padre, dedica su vida a la música.
Nacido en 9 de Julio, el 11 de septiembre de 1941, fue el primero de los hijos del matrimonio conformado por Santos Montalbano y Alelí Ibón Peruzzo. Su padre había sido un notable ejecutante del bandoneón en orquestas de esta ciudad, entre ellas la popular “Fénix”.
Su infancia y buena parte de su vida transcurrió en la barriada cercana a la esquina de las avenidas San Martín y Río Bermejo (hoy Antonio Aita). La antigua casa de San Martín al 83 fue el ámbito donde, a instancias de su padre, abrazó la vocación por la música.
Paralelamente al comienzo de sus estudios primarios, en la Escuela Nº 4 (por entonces ubicada en el antiguo edificio de Antonio Aita entre San Martín y Mitre), inició las clases de teoría y solfeo junto a la profesora Cándida de Testa.
Contaba apenas doce años cuando recibió el título de Profesor en Teoría y Solfeo; y, tres año después, obtuvo el de Profesor de Piano.
A poco de recibirse como Profesor realizó los primeros conciertos en el Salón Blanco Municipal e, interesado por proseguir sus estudios en este arte, optó por aprender a ejecutar el bandoneón, ocasión en que tuvo como profesor al recordado Víctor Frustacci.
Era aún adolescente cuando comenzó a tocar con las orquestas. De hecho realizaba giras por ciudades vecinas, tal como se estilaba entonces.
En efecto, a lo largo de su carrera profesional formó parte de varios grupos musicales. Asimismo, fue compañero del recordado “Chepo” Fileccia, con quien integró el conjunto “Los zorros grises”, un conjunto que brilló con luz propia durante un prolongado lapso temporal. Con este editó, hacia 1978, uno de sus primeros long-play, titulado “Nuestro tiempo de tango y ciudad”, producido por “Discos J.A.F.”.
En 1994, Armando Montalbano fundó el Cuarteto “Callejón”, junto a los hermanos Raúl y Horacio Lozano, contrabajista y guitarrista, respectivamente; Norberto Utello, bandoneonista y Raúl García.
También con “Callejón” grabó los cd que conoce ampliamente la comunidad como así también participó de eventos culturales fuera de los límites de 9 de julio.
Hacia finales del año pasado, los integrantes del Cuarteto “Callejón” resultaron ganadores de los Torneos Abuelos Bonaerenses, con los mejores láuros.
En varias oportunidades Montalbano fue invitado a viajar al Japón. Primero fue en 1998, luego hacia 1999, 2000 y 2002, entre otras. En las primeras ocasiones lo hizo formando parte de la prestigiosa orquesta del bandoneonista Pagano, oriundo de Torres, partido de Luján, quien en la ciudad de Bragado, escuchó la excelencia de Montalbano y, de inmediato, lo incorporó en su orquesta para su viaje a la tierra oriental.
En lo que respecta a otras facetas de su vida, Montalbano, joven aún ingresó en la sucursal de Correos de 9 de Julio donde realizó una muy prolongada carrera. Después de ingresar como mensajero prosiguió con los empleos de mensajero, cartero distribuidos, ventanillero, jefe relevante en distintas ciudad y, por último, jefe de la sucursal de 9 de Julio, donde obtuvo los beneficios del retiro voluntario en 1998, jubilándose un par de años atrás.
Aquí obtuvo la estimación de sus compañeros, quienes le recuerdan y distinguen como un buen compañero de labor, siempre preocupado por el bienestar de sus subordinados.
La dedicación que Armando Montalbano ha puesto por la música puede ser reconocida como singular. No es común hallar una marcada continuidad, conjugada con una capacidad que se supera a sí misma paulatinamente. Conocedor profundo de la música, su maestría en la ejecución no es fácil de igualar.
Para nuestra ciudad se constituye como un auténtico motivo de orgullo. Los aplausos cosechados, a través los mares, dan testimonio de su exquisito talento.