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Verónica Paulucci: De danza y utopías

[27 de febrero de 2010]

-Se formó en su General Pinto natal en danzas y piano, luego en la Escuela Nacional de Danzas, y en el Centro Cultural Rojas amplió su mirada sobre el arte.

-Luego de trabajar en la compañía de Walt Disney en Argentina, vino a 9 de julio, donde armó su propia escuela de danzas y aún sigue ampliando su trabajo.

-Junto a Fernando Pisano, crearon “La Esquina, Arte y cultura”, donde plasma todo su recorrido artístico y personal en un proyecto para toda la comunidad.

Verónica Paulucci junto a Maximiliano Guerra.
Verónica Paulucci junto a Maximiliano Guerra.

Verónica Paulucci nació el 14 de abril de 1970, en General Pinto, una pequeña comunidad del interior, donde su padre trabajaba en el tambo y hacía quintas, y su madre era docente.

Según su madre le cuenta, “parece ser que ya de muy chica era muy inquieta, me disfrazaba y bailaba todo el día. Cuando tenía 5 años, a la vuelta de mi casa, una chica muy jovencita ponía una escuela de danzas. Mi mamá me llevó a ver de qué se trataba, y me quedé ese día”.

De allí en más, recuerda, “tuve la oportunidad de estar todo el tiempo tomando clases. Si bien era algo muy nuevo en un pueblo chico, tenía mucho apoyo de los padres, lo que hacía que incluso nos llevara a Buenos Aires a tomar cursos, espectáculos. Siendo de una ciudad pequeña, ha pasado mucho tiempo y me he encontrado con otras experiencias, y siempre volví a esos recuerdos, siento mucho agradecimiento por esto de abrir el mundo, llevarnos a ver cosas, traer docentes de afuera, preparar espectáculos, salir por las pequeñas localidades, porque puede pasar que estando lejos de una gran ciudad, se acceda a menos cosas”.

El Rojas, un mundo nuevo

Verónica cuenta que “con esa docente de General Pinto hice los profesorados de danza clásica, danza jazz y danzas españolas. Estaba organizado como eran los conservatorios en ese momento, así que dábamos los exámenes con los docentes del Conservatorio Albistur, da Capital Federal, que venían, en principio, a Lincoln, y después, cuando fue creciendo la escuela, y accedieron a otras áreas, como dibujo y música, las autoridades del Conservatorio empezaron a tomar los exámenes en Pinto”, evoca.

“También hice el profesorado de piano en Pinto, con otra docente, con el conservatorio Tibao Piacini, que tenía sede en Capital”, añade, sobre esta amplia formación.

Cuando termino el quinto año del secundario, se dirigió a Buenos Aires. “Tuve que hacer algunas audiciones, entré primero a la Escuela Nacional de Danzas, a hacer el Profesorado de Expresión Corporal, y paralelamente iba tomando clases con distintos maestros o coreógrafos, según la posibilidad del bolsillo”, explica.

El año 1988 fue clave en su vida: “conocí el Centro Cultural Ricardo Rojas, y entré en lo que en ese momento se llamó ‘Talleres integrados de danza teatro’, que era un proyecto casi experimental en el lugar. Al día de hoy, creo que es el lugar que más me ha marcado, artística  y expresivamente”, sostiene. “A través de todo lo que ofrecía ese lugar, descubrí un montón de caminos posibles para lo expresivo. Mi formación era muy académica, o tenía una mirada más reducida, y el Rojas me amplió tremendamente la mirada. Iba descubriendo cosas que me eran nuevas, y a su vez, de alguna manera, una encuentra que en algún lugar de de su persona ya estaban. Yo estaba en la búsqueda de que había más, y empecé a tener la respuesta a eso ahí, aunque creo que transite muchos años, y estando en 9 de Julio, ya bastante avanzada con la docencia, y poniéndole un cierre a estas ideas y búsquedas con el proyecto del centro cultural La Esquina, Arte y Cultura, pude, desde una mirada más lejana, volver a recorrer ese camino y sentir eso; cuánto me ha marcado ese lugar”, afirma.

“Pasaron muchos años para que me diera cuenta de la fuerza que tenía el Rojas en ese momento; en 1988, 1989, había una movida artística muy fuerte, y para mí estaba siendo de mucha movilización en lo personal. Pero estos artistas que en esos momentos fueron mis docentes, hoy por hoy tienen centros culturales, son directores de grandes complejos teatrales, muy reconocidos en sus áreas”.

Disney, una enseñanza distinta y necesaria

Al tiempo en que se formaba, se presentaba a audiciones. “Estuve en muchos grupos haciendo audiciones callejeras, con compañeros del Rojas, y estuve trabajando en lo que se llamaba en ese momento por cooperativas, con la experiencia de una ópera rock, con bailarines, músicos y cantantes en escena, en teatros más Under, o más pequeños”, relata.

Un día, descubrió una oportunidad de una experiencia distinta: “tomaba clases en un lugar, donde había una cartelera, y un día vi que se necesitaba bailarinas para comedia musical infantil, de los representantes de Walt Disney en la Argentina. En otro cartel idéntico, decía que se necesitaban bailarines o actores para personajes de Walt Disney. Por supuesto miré el de los bailarines. Cuando fui, primero me hicieron una entrevista, y luego pasó como un año y no tuve noticias. Hasta que un día sonó el teléfono, y me informaron que al otro día era la audición para unas comedias en vacaciones de invierno. Fue la primera audición en que quedé seleccionada, y lloré de emoción, porque accedía a un buen trabajo, una compañía de mucha organización, cuidado y respeto”, rememora.

“Como experiencia laboral, desde lo profesional, fue muy fuerte; estaba trabajando de lo que había elegido, y recibiendo un pago. Pude evaluar o comprender cuánto eso me marcó, cuando empecé a armar mis primeros espectáculos”, dice, mirando la experiencia en retrospectiva.

“Estuve cuatro años en la compañía. Después de pasado un año, entré en el ballet, y después, trabajé en todo lo que eran promociones, como ir a un hotel, o un parque de diversiones, a hospitales, o lo que fuera. Lo primero que hice fue con Mickey, y dos o tres experiencias con el personaje de Minnie, para algunas publicidades, ahí trabajábamos mucho en Telef.”, recuerda. “El último personaje, con el que estuve bastante tiempo, fue con el Pato Donald, que con el que realmente me identificaba, y me divertía muchísimo. Incluso tuve una experiencia en Montevideo, donde en ese momento había un programa que se llamaba ‘El rato de Charoná’, que era un indiecito como ‘Patoruzito’. Con el grupo de bailarinas, éramos seis, con nueve personajes de Walt Disney, y las dos puestas eran ‘El show del invierno mágico’ y ‘El show de la fantasía’, con lo que recorrimos distintas provincias. Fueron experiencias muy fuertes, muy ricas, de miradas nuevas”, asegura.

Otra ciudad, la misma pasión

En 1996, decidió venirse a vivir a 9 de Julio, “en lo que tuvo bastante que ver el nacimiento de mi primer hijo, Santiago Castellanos”, explica.

Obviamente, sabía que era un cambio de ciudad, pero no de rubro. “Absolutamente lo primero que pensé, si me iba adonde fuere, era en la escuela de danzas”.

Y cumplió: “cuando nos mudamos, alquilaba una casa, y en el garaje de esa primera casita, armé una especie de fin de semana de clases abiertas”.

Tenía muchas expectativas, “y esto era todo nuevo, tras nueve años de otras experiencias. Me había mudado, pero estaba allá todavía”, reconoce. “Entonces, al principio me costaban algunas cosas. Ese fin de semana, pensé que iban a pasar cien personas, y pasaron tres o cuatro” ejemplifica.

Necesito todo un proceso para asimilar la nueva realidad, “me fui adaptando, y también entendiendo dónde estaba, de qué se trataba, evaluando cosas en lo personal. Me siento artista en la elección de vida que he hecho; no sólo porque suba a un escenario a bailar, o porque de clases, es mucho más amplio que eso. Cuando hice ‘click’ y pensé que si quería tanto todo esto, y mi pulsión pasaba por esto, no podía quedarme sentada protestando. Entonces, uno se pone en la acción de generar, cambiar la mirada y decir que si aun no hay nada, es un terreno exquisito para hacer”, expresa.  “Y ese año cerré con treinta alumnas el año, pudiendo hacer una presentación en el Teatro Rossini. Fue súper positivo”.

Mediante su trabajo, fue haciendo importantes descubrimientos personales. “Si una va gestando cosas, se sorprende al ver que hay mucha gente con ganas de hacer. Cualquiera nuevo que llegué, o alguien que ya esté y quiera generar algo, hay lugar para poner esa semillita”.

Otra cosa que entendió, comenta, “es que no se trata de la cantidad, si no la calidad de las cosas. En un principio, el foco estaba puesto en el número. Pero después me di cuenta de la importancia de poder sostener lo que se hace, para que eso vaya creciendo, si ese está empezando. Y si hay tres personas, y la comunión artística sucede, ya valió la pena”, afirma.

Nuevos horizontes

Desde sus comienzos, Verónica Paulucci ha ampliado considerablemente su campo de  trabajo en la ciudad, en base a una premisa: “soy docente en el área de expresión corporal y danza, manejando esto de la danza y la expresión corporal como un lenguaje expresivo que le pertenece al ser humano. No son lugares exclusivos para entrenarse como bailarín, si no como un espacio para enriquecer la vida. Después, cada uno verá. No sé si somos una cultura de comunicar desde el cuerpo, más bien hay muchos ‘rollos’, o miedos, y el espacio de la danza es la valoración de comunicar y hacer con esto, que es también un instrumento. Es muy liberador”.

“El entrenamiento en danza posibilita tanta acción corporal, en destreza física. No necesariamente eso es libertad. Si uno no va evolucionando, creciendo, uno podría quedar prisionero de una auto libertad”.

En parte por esta idea de evolucionar, no se queda nunca en un solo espacio. “hay muchos espacios donde estoy trabajando, como la escuela, donde veo como muy valioso que se está poniendo mucha mirada en las áreas artísticas, por primera vez este año accedo a leer un diseño curricular, y me encuentro la fuerza que tiene el lenguaje artístico en ese diseño”, señala.

“Siempre pensaba que yo no tenía nada que ver, que una cosa son los talleres de arte, y otra la escuela. Pero si nos mezclamos más, entre dos miradas diferentes, seguro que va a salir algo más rico”.

A las escuelas, le suma el trabajo en algunos hospitales de día, y hace muy poco el Teatro Comunitario de Patricios. Aunque el profesional no fue el único crecimiento.

“Cuando empecé a transitar ciertas cosas, y es imposible que no lo trasladara a crecimientos propios como ser humano, en la vida en sí, después se plasma en todo: la profesión, los vínculos, como se crece con el otro, como con mis alumnos, y mis hijos, porque después nacieron Nicolás y Joaquín Pisano. Esas cosas también son un movilizante, y modifican la mirada de la vida y el mundo”, reflexiona Verónica.

Y en este crecimiento, fue reafirmando la importancia de comunicar, en cualquiera de sus formas: “la danza es de donde partí, bailo desde siempre, pero quedarme en eso sería hablar sólo de un pedacito. En la danza, o cualquiera de las artes o las cosas que cada ser humano elija, hay un montón de formas para comunicar, y es muy valiosa la palabra; que después se dice con el cuerpo, o de diferentes maneras. La palabra nombra, dice, da forma, contiene, y después, uno puede volar, con la danza, las palabras o lo que fuera”.

“La Esquina”

“Para mí la forma ideal de trabajar es como un equipo donde cada uno, con sus diferencias, va a aportar para enriquecer un proyecto. Me gusta que haya más amplitud, que todos empecemos a mezclarnos más, pero entendiendo que no es competencia, restar o quitar al otro, si no ampliar”, dice Verónica, convencida.

Y quizá más convencida aun porque lo está viviendo, “desde este proyecto en conjunto con Fernando Pisano –con quien convivimos como familia desde 2002- del centro cultural de La Esquina, Arte y Cultura, que es un encuentro de algo que en cada uno de nosotros por separado se gestó y fue transitando como idea” cuenta. “Si se quiere, algo puede empezar a tomar sentido aunque el equipo sea en principio de dos”, afirma.

“Siento que hubo un momento en que ese latir fue idéntico en los dos, o parecido, e hizo que fuera posible lo que años atrás ya estaba en nuestra cabeza y no era posible. Era un proyecto de muchos años, y tomó fuerza porque hubo tiempo en los dos, empezamos a pensarlo primero como posible, y a partir de ahí se accionó. Todo empieza de una idea, después, se busca el camino para pasar a la acción; sería pensar-decir-hacer, y no quedarse en la queja”, sostiene.

Así nació un proyecto que revolucionó el arte local, en diciembre de 2008, “y el 21 de febrero se cumplió un año de lo que llamamos una inauguración más formal, con el escenario y el camarín listos, todos los espacios con los que cuenta esta casa, compartido con amigos y la ciudad”, indica, y asegura que “si el tiempo de inauguración fue corto, fue por la cantidad de gente en forma particular, y empresas que nos dieron una mano y un apoyo”.

Al igual que la comunidad, sus creadores sienten que “La Esquina” es un proyecto por demás logrado. “Todo lo que he hecho en recorridos o procesos, o esto de ampliar la mirada, fueron haciendo posible ‘La Esquina’, donde siento una pulsión de cosas bellas, y se pone fuerza en que hay muchas posibilidades de expresarse”.

Y si bien varios factores se conjugaron en el proyecto, Verónica Paulucci señala que “el motor fue una frase de Eduardo Galeano, que dice ‘para qué sirve la utopía, si está en el horizonte. Si camino un paso, se aleja un paso, si camino dos, se aleja dos, por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve?. Para eso, para caminar’. Fue la frase de la invitación. Y yo sigo encontrando esa frase para La Esquina, y para la vida entera, sin esos sueños o proyectos, uno no avanza”.

Palabras finales

Mucho más que una profesora de baile, o una bailarina; una artista completa. De las que entienden el arte y pueden definir su utilidad y beneficios con sólidas declaraciones de principios. Así es Verónica Paulucci, esta mujer de formación tan sólida como sus convicciones.

En 9 de Julio, la ciudad que adoptó como propia, se convirtió en una generadora de ideas, de proyectos, en una verdadera inyectora de cultura, que encontró un ámbito y un grupo de pares para caminar detrás de útiles utopías.

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