Por el Pbro. Pedro Campás Bonay (*)
Una hermosa mañana de primavera, bandadas de cuervos vuelan encaminándose al Valle de los Congresos pajariles, donde el Cuervo Sabio les expondrá qué es el vuelo y cómo batir las alas. El erudito pajarraco ha quemado mucho tiempo siguiendo con el pico las letras de un viejo libro titulado «Cómo se sostienen los pájaros en el aire», obra que él arrebató de la vieja biblioteca de un castillo.
Se desgañitó convocando a la reunión por cordilleras y llanuras, porque, habiendo nacido sabiondo, desea turbar a los cuervos que tranquilamente son lo que son, los cuales, sin haber visto, por suerte, ni un libro por el lomo, sobrevuelan felices, seguros y serenos, cordilleras y vaguadas.
El Cuervo sabio se comporta como aquellos hombres a quienes pica la sarna de la envidia, lanzándolo a trastornar la vida de aquellas personas que no teorizan con astucia la existencia ni el temor de Dios, sino que los viven.
A las nueve y algo más de la mañana, el Valle de los Congresos está abarrotado de cuervos de negro plumaje metalizado por la alegría del sol. Están inquietos y murmuran encocorados porque el Cuervo Sabio no desembucha aún la Conferencia, sino que, ensimismado, pasea picoteando pensamientos en la alta peña que le servirá de tribuna. Mueve a instantes la cola relampagueando con las alas, para no perder el equilibrio arriba de aquel alto pedestal. Cuando el silencio se hizo oír en la hondanada, el Cuervo Sabio largó el anunciado tema con estas estudiadas palabras:
-»Ustedes, hermanos cuervos, a los que el destino no brindó la suerte, como la tuve yo, de poder clavar las uñas en los libros, deben saber que no basta con mover las alas para avanzar por ese fluido transparente, vale decir, el aire, que envuelve la Tierra. Tienen que batir las alas ligeramente hacia atrás, accionándolas, arriba y abajo. Inmovilicen un ala, si desean girar, lo mismo que el barquero paraliza un remo cuando quiere desviar el bote. Practicando el ladeo como los aeroplanos, torcerán más rápidamente hacia la presa».
Con voz carraspeada por el orgullo, el pedante pajarraco siguió perorando largo tiempo, en tanto los cuervos asistentes se miraban embobados unos a otros entrechocándose los picos.
Cada vez era más confuso para ellos el asunto del vuelo, con todo y que hasta entonces no habían hecho más que volar gritando su natural felicidad -sin letras- por el azul del cielo donde los soltó el Creador.
Cuando el Cuervo Sabio concluyó su arrogante cháchara, los cuervos del auditorio no tenían ya en sí el coraje de levantar el vuelo, pues sentían en ambas alas la liga pegajosa de tanta charlatanería. Menos mal que la sorpresa de un disparo de escopeta de un labriego les hizo olvidar el instante -Alitas, vamos- el enredo de aquella teoría propinada por el Cuervo Sabio y, sin darse cuenta, se encontraron, felices y dichosos, volando como antes.
* N. de R.: El padre Pedro Campás, actualmente residente en la Casa Sacerdotal de la Diócesis de Vich, en España, fue un sacerdote que desempeñó, en la década de 1970, su ministerio en la Parroquia de Nuestra Señora de Fátima de 9 de Julio. En esa época fue un colaborador frecuente de Diario EL 9 DE JULIO, con sus notas filosóficas y religiosas.
En estos días nos ha enviado, desde Cataluña, una hermosa carta en la cual acompañaba el texto de este cuento de su autoría. En su misiva recuerda su paso por 9 de Julio y envía conceptuosos saludos para algunos vecinos que recuerda, María Celeste San Miguel, Elsita Divito (radicada en Mar del Plata), como así también a las familia de Irma Fernández y Buono.