Por Héctor José Iaconis
Cada vez que se me pregunta acerca de aquellos mentores, maestros que influyeron en mi formación, fluyen de mi pensamiento, de manera tan inmediata como segura, ocho nombres que vinculan estrechamente con ese maravilloso proceso de apropiación, la Lectura: Sarmiento, como educador y periodista; Borges, Unamuno y Victor Hugo, como escritores; Cayetano Bruno sdb y Giacomo Martina sj, como historiadores; Reginaldo Garrigou Lagrange op, como teólogo; y Bartolomé Mitre, en toda su dimensión intelectual. Parecerá, ciertamente, bastante heterogénea la nómina; pero, en efecto, en cada uno de ellos he podido hallar ese impulso motivador de ese secreto resorte que se esconde allí, en lo más oculto de la persona, y que aguarda ser activado por un texto revelador, una palabra oportuna o una lección de vida.
De todos ellos, Mitre ocupa, sin dudas, el primer lugar, pues constituyó en mi formación intelectual de una manera esencial, constituyendo la primera experiencia personal de encuentro con el saber histórico, con los autores clásicos y con las letras impresas.
Tenía apenas trece años cuando, por ese extraño soplo de la Providencia que, por lo común llamamos “casualidad”, hallé en el anaquel de la biblioteca de la escuela secundaria donde cursaba los estudios, un volumen de la traducción española realizada por Mitre, de “La Divina Comedia” de Dante; más tarde, me topé en otro sitio con su Diario de lecturas, anotado durante su juventud, cuando se debatía entre la pluma y las armas, en el Sitio de Montevideo. Con el tiempo, pasaron por mis manos las demás obras. Algunas de ellas las he releído más tarde, hallando siempre una nueva idea o un nuevo concepto relumbrante. Desde aquellos días fue algo así como el dilecto referente, un ejemplo de vida que, aún cuando me separaban cinco generaciones de la suya, era susceptible de ser imitado.
UNA IMAGEN
Mientras escribo esta nota, a través de la ventana que se alza contigua al escritorio de trabajo, penetra a la casi esplendorosa habitación -en las primeras horas de este día, el del aniversario de su muerte- un haz de luz que, formando línea recta, impacta sobre el vidrio de un cuadro de dimensiones pequeñas. Todas las mañanas, el leve resplandor lo impregna de luminosidad, devolviéndole el antiguo matiz que tuvo la imagen que contiene.
Encuadrada en ese marco de madera obscura reposa el retrato de un anciano cuya cabellera es ondulada y encanecida le otorgan un aire patriarcal. La habilidad técnica de los fotógrafos de la casa Witcomb ha logrado captar la totalidad expresiva de ese hombre, ya octogenario, que encaminaba hacia la gloria, despreocupado de encontrar la celeste palma.
Tal es la imagen de Mitre. Siempre refulgente, no sólo por el despecho de la mañana, sino por el fulgor que irradia su figura.
Esta antigua postal, con la firma autógrafa original del patricio, es una plancha de cartoné, con tintas en monocromo simple, impresa por Peuser en 1901, que inmortaliza a Mitre en sus ochenta años. Debo confesar que la conservo cual venerable reliquia. Hallada por casualidad en la Casa Arguello de Buenos Aires, no dudé en adquirirla y hoy me acompaña, recordándome que existió un hombre que, siendo peregrino de la verdad y en medio de las grandes luchas, buscó darle a su patria aún más de cuanto hallaba a su alcance.
Sí, Mitre fue eso, una figura tutelar. La pluma visionaria e inteligente que ha ayudado a varias generaciones de argentinos a comprender su pasado y que hoy, merced a los juicios de las más recientes corrientes del pensamiento historiográfico, muchas veces infundados, se le pretende restar mérito a la obra o desacreditar sus afirmaciones.
LAS LETRAS, EL PERIODISMO, LOS LIBROS
No me detenido en profundidad a valorar el protagonismo de Mitre como político o como militar. A decir verdad, son las dos facetas que, en la gravitación de su accionar, me han interesado bastante menos. Historiador, poeta, orador, periodista, diplomático, traductor, filólogo, bibliófilo y polígrafo, revelan, sobre todo en su madurez, a un hombre preocupado por el cultivo y la difusión del conocimiento.
Como historiador, abrió el camino para la elaboración de una historiografía sostenida por los recursos eruditos y un método. Fruto de hecho son sus libros, «Historia de Belgrano y de la independencia argentina», «Historia de San Martín y de la independencia sudamericana» y «Episodios de la Independencia», entre los más importantes. Como traductor se destacan “La Divina Comedia” del Dante y una selección de los poemas de Horacio.
Como periodista se destacó en varios medios de prensa hasta la fundación de su diario, “La Nación”, que aún persiste. En ese ámbito pudo hacerse del sustento económico que, en los años precedentes no había alcanzado; pues tan empobrecido había quedado luego del ejercicio de la presidencia de las Nación, que sus amigos debieron adquirirle una vivienda.
Una pasión irrefrenable por la lectura analítica y una erudición sólida, lo llevaron a formar una biblioteca de más de cuarenta y cinco mil volúmenes, que tras su muerte fue donada al país, junto con su casa y sus colecciones. Además, logró formar un copioso archivo, entre sus documentos personales y los que habían pertenecido a otros próceres argentinos, tales como San Martín o Belgrano.
Su espíritu estudioso prevaleció por encima de su bibliofilia, permitiéndole sacar provecho de tan magníficas colecciones. Fruto de ello son los estudios acerca de las obras de Luis de Valdivia, Bernal Díaz del Castillo y Ulrich Schmidel, entre otros.
Rubén Darío supo interpretar la compleja estructura mental de Mitre. En cierta ocasión escribió: “ yo he concurrido a su biblioteca, y no alcanzo a darme cuenta de cómo realizaba una labor tan intensa y extensa, a punto de que esos libros todos están llenos de una prolija marmalia, en que al par asombra la edición y el sentido crítico”.
«Aquel incansable -añade el poeta nicaragüense-, de la herida en la frente, que modelo la República, que luchó en las batallas, que acudió al mitín, que estuvo en el Congreso, en el club, en su diario, en la calle, en todas partes donde se expandía el alma argentina, tuvo tiempo para realizar investigaciones históricas, escribir versos, traducir a Dante, Horacio y los dramas de Víctor Hugo y avanzar por los orígenes de los idiomas indígenas de ambas Américas”.
EL LEGADO PRESENTE
Antes de apagarse su vida, el 19 de enero de 1906, sus conciudadanos, partidarios y adversarios políticos de otras obras, le habían demostrado toda clase de manifestaciones de aprecio. En los últimos años de su vida, después de cumplir los ochenta años, Mitre, para sus contemporáneos, ya no era el militar guerrero o el estadista artífice de la Organización Nacional, era, quizá mucho más que eso: Su temperamento adusto, su figura a veces grave y estoica, solía contrastar con la complexión fina del anciano venerable que caminaba por las calles Maipú, San Martín o Florida, que dialogaba con los vendedores ambulantes o con los transeúntes y que no dejaba saludo sin responder.
107 años después de su muerte, su legado sigue siendo actual. Mitre sigue enseñando, guiando e iluminando el camino a quien se anime a transitar de su mano por sus obras, su pensamiento y su rico derrotero.