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jueves, noviembre 28, 2024

El educador. Realidades y problemas

* Por Marta Bettolli
La realidad del educador, en lo concerniente sobre todo a sus actitudes ante la educación sexual, dista mucho de ser, un modelo deseable ya que muchos reproducen en la escuela las matrices que asumen en sus hogares como padres.
Algunos de ellos manifiestan una clara turbación en el curso de las actividades sobre educación sexual, evidenciándose a través de signos de vergüenza, rubor… ante determinadas preguntas. En opinión de algunos autores esta turbación obedece a la “información que suscita sus propios problemas y los fantasmas que rondan a su propia sexualidad”.
Para J. M. García, (La educación sexual en la escuela), por ejemplo, en cierto modo “todos los profesores de todas las disciplinas hacen educación sexual, conscientes o no, de la misma manera que enseñan lengua vernácula”
Uno de los rasgos comunes en todos ellos, es la necesidad de haber reflexionado sobre su propia vida sexual, clarificando y solucionando conflictos que pudieran existir, todo ello para evitar proyectar sobre los demás sus propias dificultades.
En realidad el educador es un engranaje más dentro del proceso educativo que refleja el modelo de valores sociales imperantes. Es un producto más de la actitud prohibitiva, convirtiéndose la mayoría de las veces en un elemento de coerción que se añade. Su actitud personal a menudo comienza a influir en el rechazo de la información, en la parcialización mutiladora de la realidad para los hijos y educandos.
No han recibido ningún tipo de formación amplia al respecto de su sexualidad. El tema sexual, hemos de reconocerlo, es un tema diferente en la medida que existe siempre una implicación personal, lo que conlleva que alumnos y docentes, en muchas ocasiones, eviten tocar una temática rodeada de un aura de pecado y culpabilidad.
No hemos de olvidar que el educador enseña más por sus actitudes que por los conocimientos que comunica y que, probablemente, sus cualidades personales, sus reacciones ante la sexualidad de sus alumnos, etc… es uno de los aspectos más importantes que debe tener en cuenta. Esta actitud influirá positiva o negativamente en sus alumnos. Para Rubín, I (La sexualidad y el ciclo vital. Guía sexual moderna. Granica, Barcelona) “la actitud básica del educador tiene una importancia crucial: va a determinar el propósito, el contenido y el método que emplee”
Otros afirman no sentirse capacitados para impartir este tipo de conocimientos, particularmente si el grupo es mixto, sentimiento que puede ser real o debajo del cual subyace la actitud de recelo y miedo. Estos, generalmente, prefieren que sea un experto el que realice la labor.
En este caso es aconsejable el trabajo en equipo, en la medida en que existe una mayor competencia en lo concerniente a todo el proceso de aprendizaje (contenido, métodos, ejecución, etc…) y, lógicamente, mayores posibilidades de formación y reciclaje. El trabajo en equipo, además puede controlar y subsanar los riesgos de formación y reciclaje, además, puede controlar y subsanar los riesgos de proyección de conflictos o prejuicios sexuales que puedan aparecer en el curso de las intervenciones.
Lo cierto es que los educadores deben cuidar su expresión verbal, sus actitudes y su propia conducta ante las manifestaciones diversas de índole sexual, como instrumentos que tiene a su disposición para promover resultados satisfactorios.
Lógicamente, sobra decirlo, es condición necesaria el disponer de una información correcta a través de libros, cursos, que contribuyan a modificar sus actitudes y vencer las inhibiciones, falta de control emotivo, prejuicios, aversiones, etc…, particularmente en grupos de formación, donde se utilicen técnicas grupales.
Si hemos hecho hincapié en la creación de una atmósfera en clase, será condición necesaria que se abstraiga de sus propias dificultades, caso de existir, para evitar manipulaciones o coartar su iniciativa. Somos conscientes de que ello requiere cierta habilidad. De todas formas una sana y franca naturalidad, capacidad de sintonía con el grupo, facilidad en la expresión y habilidad para sintetizar las ideas más relevantes, pueden ser algunas de las características que debe tener en cuenta el educador.
Por otro parte el ejemplo que ofrecen los docentes, es un elemento educativo a tener en cuenta, máxime en la adquisición de pautas comportamientos, ya que el educador se convierte en un modelo de identificación importante en la vida del niño/a.
En este sentido hay que evitar una serie de actitudes que producirían resultados nada deseables, particularmente la indecisión que a juicio de algunos, favorece la inestabilidad del educando.
Si la reacción del educador es vacilante y confusa, es preferible que no intervenga hasta no resolverla. Si el educador tiene claro quién es y cuáles son sus perfiles y limitaciones, su honestidad le permitirá seguir funcionando con transparencia frente al alumnado.
En todo educador sexual al igual que interesa la valoración de la propia información específica, también el dato valorativo de su vida sexual podría ser relevante.
ROL DEL EDUCADOR
El educador tiene la obligación de llevar a cabo una actuación correcta en la escuela y activo de las tareas de educación sexual, que incluyen la colaboración con los padres.
Tales actuaciones deben comprender cuando menos:
Potenciar sesiones informativas destinadas a los padres. El educador debe tranquilizarles, motivarles a colaborar y a que participen en cursos de formación para adultos.
Promover cursos y sesiones de formación y reciclaje para el resto del personal docente.
Responder a cuantas demandas espontáneas se susciten o promuevan en clase.
Intervención directa sobre algún aspecto en concreto o temario específico sobre sexualidad, a través de distintas metodologías, bien en debates, discusiones en grupos u otras técnicas.
Actuación cotidiana en clase, que en otro momento denominamos educación sexual globalizadora.
Conversaciones y entrevistas individuales. Estas pueden ser muy eficaces e incluso terapéuticas, ya que permiten una comunicación sincera y abierta. En el caso de que el problema desborde su capacidad ha de orientar el caso hacia otros expertos más idóneos y calificados.
La labor educativa con los alumnos, debiera estar presidida, por algunos de los siguientes criterios generales que difieren de los siguientes criterios generales que difieren poca cosa de otras áreas educativas.
El rol del educador es el de animador y su misión fundamental es crear un clima de seguridad, sin limitaciones, que favorezca la comunicación intragrupo, permitiendo que cada miembro del mismo exprese sus temores, inquietudes, dudas y su ignorancia respecto a la sexualidad sin que, al hacerlo, se sientan juzgados.
En otras palabras: suscita, promueve y ofrece respuestas válidas.
El educador debe tener en cuenta las demandas latentes e implícitas de los alumnos/as, incluso debe ayudar a que aflore esa demanda y a tomar conciencia de la misma. La mejor forma de llegar a ello es, sin duda, el diálogo junto a la actitud de estar más en función del otro, es decir, descubrir, so sólo lo que dice sino quien lo dice.
El receptor debe sentir que su pregunta interesa pero sobre todo, que él interesa. Además, después de tener en cuenta la demanda y quien la realiza, sería deseable tener en cuenta la finalización de la misma.
Es importante también que sea consciente del desfasaje existente entre el adulto y el niño/a o adolescente. Determinados criterios y valores pueden tener sentido para la sexualidad del adulto, ya conformada, pero no así para la del joven y, por lo tanto, no deben ser aplicados sistemáticamente a una persona que está formándose.
Debe estar al mismo nivel, incluso físico, fuera de la tarima, mezclándose con el grupo, ser uno más.
Su actuación debe tener en cuenta a todos. Que cada uno se sienta como grupo y valorado por el grupo. No es conveniente polarizar la atención en determinados sujetos del grupo, por su liderazgo, simpatía, en detrimento de otros.
Es conveniente, al menos en los primeros momentos de confusión y tensión, reflectar las preguntas, a modo de espejo, lanzándolas al grupo para crear cierta cohesión y dinámica desde el principio.
En las intervenciones además de tenerse en cuenta los objetivos a conseguir, importa también el que se afirme la validez y la trascendencia de la sexualidad, ayudando al educando a elegir sus propios valores, posibilitando que él opte, desde una prudente distancia y respeto, hacia esa decisión que no debe ser juzgada.
Si se emite un juicio valorativo, debe dejarse claro que es una opinión personal y que pueden existir otras.
Debe favorecer, por consiguiente, que el alumno/a tome conciencia de la importancia que tiene su sexualidad y del lugar que ocupa y ocupará en su vida, fomentando situaciones que tiendan a hacerle ver tal hecho.
Para S. Iff, por ejemplo, el alumno/a debe estar antes que los programas educativos y antes que su problema. Sólo cuenta lo que es. (Iff, S. “Demain, la societé sexualisé”. Calma Levy. París. 1975).

*Marta Bettoli: Profesora en Ciencias Biológicas (U. N. L. P.) – Orientadora en Educación Sexual (C. E. T. I. S).

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