* Por Fernando Durigan.
Era un lugar donde todos vivían felices y contentos. Todos los días salia el sol. Las aguas estaban encausadas en sus cursos. La gente dormía sin temor. Las bicicletas se dejaban donde uno hacia las compras, a sabiendas que nunca nadie se la podría llevar. Los autos respetaban a los peatones, y los funcionarios, le explicaban de manera amable a los que cometían alguna infracción. Así se vivía en Battistelandia. Quienes ejercían cargos, daban explicaciones de sus actos, casi todos los días, para todos los ciudadanos. Los medios recibían un trato igualitario y la decencia, la transparencia, eran una cuestión común a todos los que eran honrados con la función publica…
Pero un día el Rey, se despertó de mal humor.
Entonces, se comenzaron a escuchar algunas voces diciendo lo que muchos veían y callaban. El Rey no cumplía con sus promesas. El Rey denunciaba campañas en su contra porque le decían al pueblo lo que el no cumplía y había prometido. De tener una comarca ordenada, sin problemas económicos se paso del día a la noche a tener una comarca endeudada. Muy endeudada. La gente comenzó a dormir por las noches con las llaves puestas en sus casas, por temor a ser sorprendidos. Las bicicletas comenzaron a aparecer con candados. A todo esto el Rey, se paseaba orgulloso por otras comarcas, allende los mares, comentando lo bien que se estaba en su reino. Sus funcionarios, explicaban o intentaban explicar de manera coherente, lo que los hechos demostraban. No todo era como lo contaba el Rey. Y las voces se siguieron sumando al descontento general. Los campesinos, enojados porque sus carros no podían transitar los caminos, se molestaban con el pago del tributo mensual. Las tabernas, molestas porque se las inspeccionaba de manera espaciada, se molestaban cuando funcionarios aparecían fuera de horario, con sus familias para degustar exquisiteces… y se iban. Algo no andaba bien en Battistelandia.
Un día, un mensajero, osó decir por el medio que poseía la realidad que veían sus ojos. Y todo estalló. El Rey enfurecido, mando a callar la voz. Capto a cuanto esbirro pudiera para que el mensaje sea uno solo, el de Él. Y los esbirros obedecían ante lo frondoso de la paga. Y la gente, los humildes battistelianos, comenzaron a dejar de creer en su Rey. Entonces éste, cuando vio que su poder osaba ser puesto en duda, comenzó la cacería. Primero fue contra aquellos que divulgaban noticias, que ciertas, no debían ser escuchadas. E invento puestos para aquellos que deseaban un buen pasar, a costa de no levantar la voz. Pero algunos, se negaban a esa suerte de presión y seguían diciendo lo suyo, convencidos de que los dichos eran ciertos. Y los ataques cada vez eran mas furiosos. Los camuflaban de diversos maneras. Pero el fin era el mismo: acallar a los mensajeros de la gente. De una comarca tranquila, se paso a una comarca envuelta en el escándalo. Todo lo armado tenia fisuras, cada vez mas grandes. Los hacedores de mentiras, se veían cada vez mas envueltos y preocupados en mantener todo acallado. Pero como todo Rey con poder absoluto, se valía de toda treta posible para lograr su cometido. Los traidores, estaban a la orden del día y por unas simples monedas, vendían su alma. Negociaban en ambos bandos. Señalaban a la gente. Y allí iban los esbirros del poder. Como su pasar era muy bueno, preferían defender al Rey que a sus propios principios. Total, nunca habían estado mejor. Y el Rey aprovechaba.
A todo esto, el mensajero, seguía siendo victima de persecuciones y difamaciones en medio de la comarca.
Fué en ese momento, que apareció un simple ciudadano que solo atino a preguntar…
¿Si el Rey explicara, lo que el mensajero dice que el Rey hace y tiene, no seria mas sencillo?
¿Por qué el Rey se ofende, si con solo explicar, limpiaría su nombre y honor?
¿Por qué el Rey ejerce la presión que le ofrece su investidura, si la gente es libre de poder opinar?
Ya caminando hacia la salida de la comarca, el ciudadano solo se atino a preguntar, a murmurar… ” No me preocupa tanto el grito de los malos, sino el silencio impiadoso de los buenos…”. Y todo siguió igual en Battistelandia, un reino donde todo era del color que lo contaban los mensajeros del Rey.