Escribe Cristina Moscato
En la primavera de 1816 la monarquía absolutista ha vuelto a tomar las riendas de Francia. Luis XVIII, a cargo del gobierno, decide ocupar la colonia de Senegal que Inglaterra acaba de restituirle y despacha la fragata Medusa, el buque bodega Loire, el bergantín Argus y la corbeta Écho con destino al puerto senegalés de San Luis.
El Vizconde Chauma- reys, que debe el puesto a la lealtad con los Borbones bajo imperio de Napoleón, es el capitán de la ¨Medusa¨ y lleva a bordo unos trecientos pasajeros. Viaja entre ellos el gobernador de Senegal con su familia, personal administrativo, el batallón de infantería de marina encargado de defender las posesiones de ultramar, un nutrido grupo de pobladores y un puñado de científicos dispuestos a explorar el nuevo territorio de África occidental.
En el afán de demostrar que la embarcación que comanda es la más moderna y rápida de la marina francesa, el capitán de ¨La Medusa¨ rompe la flota y, a toda vela, emprende el viaje en solitario. Varios infortunios provocados por su impericia convierten la travesía en una odisea. Un niño cae al océano en un maniobra brusca, la nave va al garete y pierde el rumbo y, finalmente, encalla en un banco de arena entre las islas Canarias y Cabo Verde y termina por naufragar.
Después de varios intentos de poner a flote la nave, la tripulación, recibe la orden de evacuar. El capitán, el gobernador y los más altos oficiales ocupan los botes disponibles; entretanto, 147 pasajeros son ubicados en una balsa de 20 m de largo x 7 de ancho que la tripulación improvisa con tablones, fragmentos del mástil, cuerdas y otros restos de ¨La Medusa¨.
Los ocupantes de los botes se comprometen a remolcar la balsa hasta tierra firme pero dos horas más tarde se cortan las cuerdas que los unen. Jamás llega a saberse por qué. Dice el cirujano Savigny, uno de los pocos sobrevivientes:
¨No podíamos creer que nos habían abandonado hasta que dejamos de ver los botes; entonces caíamos en una profunda desesperación¨.
Verdaderas luchas por la supervivencia se desatan durante días a la deriva. La necesidad de ocupar el centro de la balsa para no ahogarse produce un verdadero motín. Muchos pasajeros son asesinados o arrojados vivos al mar. Otros sucesos violentos se suscitan por el agua, el vino y los escasos alimentos que habían logrado acarrear desde la fragata. Al cabo de una semana en alta mar, sólo quedan con vida 15 pasajeros y en condiciones tan extremas que se alimentan con resto humanos.
Después de diez días de penurias, el bergantín Argus, acabará por rescatarlos.
El naufragio de la ¨Medusa¨ denunciado por el propio Savigny y difundido por la prensa francesa, se convierte en un verdadero escándalo político. La monarquía trata de encubrir los hechos, la oposición de desnudarlos. Finalmente, una opinión pública indignada, fuerza la destitución del ministro responsable de la tragedia y de 200 oficiales de marina.
El joven Théodore Géricault , todavía indeciso acerca del sentido que debe dar a sus pinturas, decide plasmar la tragedia sobre un enorme lienzo (491 cm x 717 cm), paradójicamente, en el momento más esperanzador.
La balsa de la medusa oscila sobre un mar bravío. Los náufragos han avistado una nave y un hombre de piel morena, en lo más alto, agita un trapo rojo en dirección del bergantín que apenas se divisa en lontananza. (Una vela). A duras penas hace pie sobre las cajas y barricas a las ha subido para atraer la atención de los tripulantes. Un compañero lo sostiene por detrás. Por delante, otro sobreviviente, le ayuda a mantener el equilibrio mientras agita un trapo blanco. (El moreno se llamaba Jean- Charles y era el único hombre del ¨pueblo¨, el que tenía las tareas más duras, entre ellas, arrojar los cadáveres al mar. El resto eran oficiales, científicos o secretarios. Murió por ingerir demasiada comida a poco de ser rescatado).
De rodillas y sentados sobre las tablas, un puñado de hombres, emergen entre cuerpos yertos. Casi a punto de desfallecer, encuentran fuerzas para agitar los brazos en pedido de auxilio. Pero no todo es esperanza entre los sobrevivientes. A los pies del mástil, un hombre desahuciado, se toma la cabeza.
Quizá haya enloquecido, o tal vez, percibe que el viento los aleja de la nave, condición meteorológica que el pintor indica con la inclinación del mástil y la orientación de la vela.
Un hombre anciano con barba –hacia la izquierda y de frente- se sostiene la cabeza pensativo, mientras se aferra al cuerpo de un joven desnudo; dupla padre e hijo con la que solía representarse a Ugolino della Gherardesca, el conde caníbal y sutileza con la que Géricault alude al horror de recurrir a la carne humana como alimento.
(La Divina Comedia, Dante. Infierno Canto XXXIII. Ugolino prisionero en una torre, cuenta como sus hijos antes de morir de inanición, se le ofrecen como alimento: ¨Padre más corto será el duelo si comes de nosotros. Tú que vestiste nuestra carne desnúdala si puedes¨. A lo que él refiere a Dante: ¨Dos días después de su muerte todavía los seguía llamando… pero al final el hambre pudo más que el dolor¨).
Un par de cadáveres a derecha e izquierda de la balsa realza, más aún, el dramatismo de la escena.
La obra que ve la luz, por primera vez, en el Salón de Paris en el año 1819, marcará un antes y después en la vida de Géricault . Repudiado por los monárquicos, el joven pintor, en adelante, dedicará su tiempo a pintar la desesperación y los sufrimientos de la gente olvidada y excluida por los gobiernos, manteniéndose al margen de los encargos oficiales, un género que, por entonces, seduce a los grandes pintores.
¨La balsa de la medusa¨, Ícono por excelencia de la exclusión social, se exhibe actualmente en el Museo del Louvre. Puede verse en todo su esplendor en distintas páginas de la web.