Por Carlos Crosa
“Esquina de tango”, la consigna de un concurso. La desestimé. No quise malversar en lugares comunes entrañables corralones, glicinas y malvones.
De la única esquina de tango que hubiera podido escribir con genuino sentimiento, es la del taller donde mi viejo yugaba en pos del puchero que alimentaba cinco bocas, al compás de los tangos que pasaban por la radio.
Al lado, estaba la casa de la costurera, zona franca donde arrulladas por tangos y valses criollos, las clientas fumaban despreocupadas, pues eran mal vistas si lo hacían en público, mientras se probaban cortes hilvanados soñando con improbables príncipes azules o chusmeando adulterios veraces o inventados.
Los muchachones que paraban en el club del barrio volvían de madrugada taconeando caden- ciosos las baldosas, con un tarareo o un silbido en los labios.
Esa es mi íntima esquina de tango.
El almanaque se la cargó junto con el almacén y el baldío donde viva- queaba la calesita nómade. Tan insensiblemente, que no me dolió ni me duele ahora que es mi tiempo de resucitar lo ido con el milagro de evocar. Sé la razón.
No me duele, porque la esquina donde mi viejo aún soltero, soñando me soñaba, la de mis primeros pasos y también la de mi partida, vuelve en el tango Inspiración por la orquesta de Aníbal Troilo, cuando el bandoneón de éste se corta solo en el tramo final, cual bando- neonista que, luego de ganarse el mango cada noche alimentando los sueños que palian su hambre, llega a su cotorro y, antes de dormir, improvisa para él uno solo que es a la vez un nocturno a su alma.
Así suena el fuelle de Troilo cuando se aísla de la orquesta en ese tango, y vuelve eternos mis veinte años poblados de sueños en esa esquina donde aún no amanece cuando me doy al abrazo tanguero con una quimérica enamorada y nos subimos a esa síncopa troiliana en un giro con bolea bajo un añil de madrugada.
A Julito Guerrieri, en nombre de una veintena “tangamente” compartida en La Plata.
