Escribe Cristina Moscato
Las sirenas son figuras de naturaleza fantástica cuyo mito nace en la antigüedad. Genios marinos, mitad mujer mitad ave, todos los mitógrafos coinciden en reconocerles seductoras voces, una sapiencia de la música que les permite ejecutar a la perfección la lira, la flauta y la viola, y una ligazón indiscutible con el mundo de los muertos (las primeras representaciones aparecen en monumentos funerarios).
Su origen en cambio, es bastante incierto. En el marco de la mitología griega, distintas versiones las hacen descender de los dioses fluviales, sea sin intervención femenina, o con la de las musas, diosas inspiradoras de la música, de diferentes tipos de poesía, de las artes y las ciencias.
El poeta romano Ovidio (43 aC -17dC) sostiene que antes de poseer alas de ave eran muchachas de aspecto normal que cuando su compañera Perséfone fue raptada, pidieron a los dioses alas para salir a buscarla por tierra y por mar. Otros autores aseguran que su transformación se debió a un castigo infligido por Démeter porque no protegieron a su hija, y hay quienes argumentan que fue Afrodita la diosa que les arrebató la belleza por despreciar los placeres del amor. Una cuarta versión dice que rivalizaron con las musas y, éstas, irritadas, las desplumaron y coronaron con sus despojos.
También hay disidencia respecto del lugar geográfico en que se las podía hallar. Según la leyenda más antigua, habitaban en una isla del Mediterráneo desde donde atraían peligrosamente a los barcos hacia las rocas, los hacían naufragar y se devoraban a los navegantes. En cambio, el poeta romano Virgilio (70-19 a C) igual que Ovidio, las ubican en el mar Tirreno, en tres pequeñas islas rocosas llamadas Las sirenas o Los gallos, frente a la costa de Amalfi, Italia, cerca de Positano y la isla de Capri.
La primera referencia narrativa sobre ellas aparece en la Odisea, poema épico griego de 24 cantos atribuido a Homero (siglo VIII a C). En el canto 12, el poeta nos cuenta que Ulises, nombre latino de Odiseo, de regreso a Ítaca, su ciudad natal, se somete a la dura prueba de atravesar la isla de las sirenas. Siguiendo el consejo de la maga Circe quién le había advertido acerca de los peligros de su canto, mandó a sus marinos que se taparan los oídos con cera, mientras él se hizo amarrar al mástil y dio la orden de que nadie lo desatase por fuerte que fueran sus ruegos. Como era de esperar, el canto de las sirenas lo subyugó y sintió un deseo invencible de ir hacia ellas pero sus compañeros se lo impidieron. Se dice que entonces las sirenas, despechadas por su fracaso, se precipitaron al mar y perecieron ahogadas.
Desde la Antigüedad a la Alta Edad Media, las sirenas fueron representadas como híbridos de mujer y ave, tal como se las puede ver en la cerámica antigua. A partir del siglo VII /VIII con la aparición del bestiario titulado Liber Monstrorun, saltan a la fama con la fisonomía pisiforme con que han llegado hasta la actualidad (cine,tv, cuentos infantiles) El monje anglosajón a quién se atribuye el tratado, reza:
¨…Son doncellas marinas que engañan a los navegantes con su gran belleza y la dulzura de su canto; de la cabeza al ombligo tienen el cuerpo de virgen y forma semejante al género humano, pero poseen una esca- mosa cola de pez que siempre ocultan en el mar¨.
Con esta segunda metamorfosis que aporta el imaginario medieval, las sirenas, se convierten en mujeres inquietantes. Comienzan a aparecer en los capiteles románicos y en las miniaturas y ya no sólo representan el peligro del mar sino también el de la sexualidad. A partir del siglo XVI, seductoras y contradictorias, capaces de suscitar pasiones que no pueden satisfacer, son representadas con hermosos rostros, largos cabellos y casi siempre con un espejo y peine en mano, atributos de la prostituta.
En ¨Ulises y las sirenas¨ (1909) óleo sobre tela de 177 cm x 213, 5 cm, Herber James Draper, pintor inglés de la era victoriana, sucumbe al encanto de las sirenas pez y nos muestra su particular versión del episodio narrado por Ho- mero.
Un barco se mueve sobre un mar agitado mientras tres sirenas amenazan con un naufragio. (El poeta griego sólo describe dos, posteriormente otras tradiciones citan a cuatro) Son bellísimas y están muy cerca de su alimento. Una de ellas, todavía en el agua, muestra la cola de pez. Las otras dos, sobre el barco, ostentan hermosas piernas. Ulises, corpulento y moreno, atado al mástil, las escucha absorto. Gracias a las amarras y a la fuerza de uno de los marineros que lo sujeta, no puede sucumbir al encanto de esas voces que, bien sabe por la maga, esconden seducción o engaño. La tripulación rema, ensordecida, mientras mira de soslayo lo que ocurre con su fascinado capitán.
El pasaje de Ulises y la sirena que inspira a nuestro pintor, es quizá uno de los fragmentos de la Odisea que más repercusión ha tenido en la tradición cultural de occidente. La expresión ¨un canto de sirenas¨ que usamos usualmente para referirnos a un discurso elaborado con palabras agradables y convincentes, pero que busca conquistar a la audiencia por medio del engaño, deviene precisamente de la experiencia mítica de este héroe griego, de regreso a casa.
La obra se exhibe actualmente en Galerias de arte Ferens; ciudad de Hull, Yorkshire, Inglaterra, Reino Unido. Puede verse en todo su esplendor en distintas páginas de la web.