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miércoles, noviembre 27, 2024

La vuelta del malón – Ángel Della Valle.

Escribe Cristina Moscato

Desde la llegada de Juan Diaz de Solís al Río de La Plata en 1516, los pueblos originarios resisten  la dominación que busca imponer el hombre blanco. En 1536, los pampas obligan a Don Pedro de Mendoza a abandonar Buenos Aires.  En adelante,  los límites entre los asentamientos españoles e indígenas  son reñidos y fluctuantes.

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La creación del Virreinato del Río de La Plata (1776) y la presencia de un poder  político y militar fuerte, fija  una línea de frontera con ¨el indio¨ moderadamente alejada de los centros urbanos.  Todo lo que queda por fuera de ese límite se conocerá  como ¨desierto¨ aunque estuvieran habitadas por pueblos aborígenes.
Durante el gobierno  de Bernardino Rivadavia,  las tierras  que hoy conocemos como  ¨pampa húmeda¨  son    hipotecadas  como garantía de pago del empréstito Baring Brothers, contraído en 1824 por  primer presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
A través de la  ley de Enfiteusis  sancionada en 1826 las mimas son  distribuidas en  uso y no en propiedad, con el espíritu de  generar recursos destinados a amortizar  la deuda,  desarrollar la agricultura y  promover la radicación de colonos e inmigrantes.
Pero ninguno de estos objetivos llega cumplirse.  En la práctica, la ley  es  usufructuada  por  538  propietarios  de  ex tierras realengas quiénes  anexan a sus  heredades  8.600.000 hectáreas.
Las consecuencias  de  esta apropiación –origen de la oligarquía terrateniente argentina-  recae directamente sobre los  pueblos originarios: los ¨indios¨ no  solo  desalojado de su hábitat natural  sino también   perseguidos y asesinados por  políticas  que desean  controlar la frontera  y dar ¨tranquilidad¨ a las poblaciones rurales y a los ganaderos latifundistas.  (Rivadavia contrata para dicha misión al prusiano Federico Rauch que recibirá el grado de coronel del Ejército Nacional).
Entre 1833 y 1834  Rosas, haciéndose eco de los reclamos de sus  colegas estancieros  y saladeros, enojados por  los constantes robos de ganados  y ávidos por la sal  de la Salinas Grandes destinada a  la creciente industria del tasajo,  emprende su propia conquista del desierto llegando a  los ríos Colorado y Negro.  Al fin da la campaña  se contabilizan  3200 indios  muertos y 1200 prisioneros.
Tras la caída de Rosas,  Cafulcurá, proclamado cacique general de las pampas   organiza la ¨Gran Confederación de las Salinas Grandes¨  en la que confluyen pampas, ranqueles y araucanos. Dicha agrupación  tiene  en vilo a los sucesivos gobiernos hasta que el cacique es  derrotado  en la batalla de San Carlos,  partido de Bolívar (1872).
En 1878 el gobierno  nacional, llevado por la necesidad de asegurar los límites territoriales de la patria,  sanciona una ley por la que se destinan 1.600.000 pesos  para el traslado de la frontera  a los ríos Negro y Neuquén. El  general Julio A. Roca, ministro de guerra de Avellaneda,  es  el  encargado de llevar adelante la expedición militar que se conoce en adelante como la ¨campaña del desierto¨.  El saldo de la misma será   de miles y miles de indios muertos  más  14.000 prisioneros  reducidos a la esclavitud y a la servidumbre.
El 31 de diciembre de 1878 publica el diario El Nacional:
¨Los miércoles y viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las familias de esta ciudad por medio de la Sociedad de Beneficencia¨.
Entretanto,   1800 terratenientes,  estrechamente ligados por lazos económicos y familiares a los diferentes gobiernos que se suceden  entre 1876 y 1903, son  beneficiados con  42 millones de hectáreas.
En 1892 cuando el indio era un enemigo vencido, Ángel Della Valle, pintor argentino, hijo de inmigrantes italianos que se había formado en Florencia,  retoma el tema  de  los malones.
¨La vuelta del malón¨, óleo sobre tela de 186,5 cm x 292 cm, es realizado con motivo de  la  exposición conmemorativa del cuarto centenario del descubrimiento de América que  se llevará a cabo en  la ciudad de Chicago.
Bajo un cielo gris plomizo  que ocupa más de la mitad de la tela,  una tormenta comienza a disiparse  igual que  el malón de regreso de sus correrías (identificación del indio con la naturaleza).  En el primer plano, un grupo de  jinetes  de rostros inciertos y lanzas en alto, ostentan  sus trofeos: cálices, incensarios y otros elementos de culto  que sugieren el saqueo de  una iglesia, idea que es reforzada por la estela de humo que se vislumbra a lo lejos.   Otro par de jinetes   exhibe las cabezas del ¨hombre blanco¨ colgadas de   las monturas,  imagen con la que se alude a  la crueldad del malón.  En el extremo izquierdo, un jinete se  diferencia  del grupo.  Monta  un caballo negro y lleva una cautiva blanca  desvanecida sobre su torso (fragmento más comentado de la obra ya que el tema de la cautiva había sido extensamente tratado por la literatura).  En lo alto del cielo aparecen la cruz y la lanza  como un símbolo que  contrapone  la civilización y la barbarie.
El cuadro aparece  -explica  Laura Malosetti Costa Dra en Historia del Arte, profesora de la UBA e investigadora del CONICET- como una síntesis de los tópicos que circularon como justificación de la ¨campaña del desierto¨ de Julio A Roca en 1879, produciendo una inversión simbólica de los términos de conquista y desalojo. El cuadro  aparece no solo como una glorificación de la figura de Roca sino que, en  relación con la celebración de 1492, plantea  implícitamente la campaña de exterminio como culminación de la conquista de América.
¨La vuelta del malón¨ se pudo ver antes de ser enviado a Chicago en una vidriera de Buenos Aires. La gente se agolpó en la calle Florida para verlo y la crítica lo celebró como la primera gran obra argentina.
Actualmente, se halla en el Museo Nacional de Bellas Artes de la ciudad de Buenos Aires.  Puede verse con todo detalle en distintas páginas de la web.

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