Escribe Cristina Moscato
Desde la llegada de Juan Diaz de Solís al Río de La Plata en 1516, los pueblos originarios resisten la dominación que busca imponer el hombre blanco. En 1536, los pampas obligan a Don Pedro de Mendoza a abandonar Buenos Aires. En adelante, los límites entre los asentamientos españoles e indígenas son reñidos y fluctuantes.
La creación del Virreinato del Río de La Plata (1776) y la presencia de un poder político y militar fuerte, fija una línea de frontera con ¨el indio¨ moderadamente alejada de los centros urbanos. Todo lo que queda por fuera de ese límite se conocerá como ¨desierto¨ aunque estuvieran habitadas por pueblos aborígenes.
Durante el gobierno de Bernardino Rivadavia, las tierras que hoy conocemos como ¨pampa húmeda¨ son hipotecadas como garantía de pago del empréstito Baring Brothers, contraído en 1824 por primer presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
A través de la ley de Enfiteusis sancionada en 1826 las mimas son distribuidas en uso y no en propiedad, con el espíritu de generar recursos destinados a amortizar la deuda, desarrollar la agricultura y promover la radicación de colonos e inmigrantes.
Pero ninguno de estos objetivos llega cumplirse. En la práctica, la ley es usufructuada por 538 propietarios de ex tierras realengas quiénes anexan a sus heredades 8.600.000 hectáreas.
Las consecuencias de esta apropiación –origen de la oligarquía terrateniente argentina- recae directamente sobre los pueblos originarios: los ¨indios¨ no solo desalojado de su hábitat natural sino también perseguidos y asesinados por políticas que desean controlar la frontera y dar ¨tranquilidad¨ a las poblaciones rurales y a los ganaderos latifundistas. (Rivadavia contrata para dicha misión al prusiano Federico Rauch que recibirá el grado de coronel del Ejército Nacional).
Entre 1833 y 1834 Rosas, haciéndose eco de los reclamos de sus colegas estancieros y saladeros, enojados por los constantes robos de ganados y ávidos por la sal de la Salinas Grandes destinada a la creciente industria del tasajo, emprende su propia conquista del desierto llegando a los ríos Colorado y Negro. Al fin da la campaña se contabilizan 3200 indios muertos y 1200 prisioneros.
Tras la caída de Rosas, Cafulcurá, proclamado cacique general de las pampas organiza la ¨Gran Confederación de las Salinas Grandes¨ en la que confluyen pampas, ranqueles y araucanos. Dicha agrupación tiene en vilo a los sucesivos gobiernos hasta que el cacique es derrotado en la batalla de San Carlos, partido de Bolívar (1872).
En 1878 el gobierno nacional, llevado por la necesidad de asegurar los límites territoriales de la patria, sanciona una ley por la que se destinan 1.600.000 pesos para el traslado de la frontera a los ríos Negro y Neuquén. El general Julio A. Roca, ministro de guerra de Avellaneda, es el encargado de llevar adelante la expedición militar que se conoce en adelante como la ¨campaña del desierto¨. El saldo de la misma será de miles y miles de indios muertos más 14.000 prisioneros reducidos a la esclavitud y a la servidumbre.
El 31 de diciembre de 1878 publica el diario El Nacional:
¨Los miércoles y viernes se efectuará la entrega de indios y chinas a las familias de esta ciudad por medio de la Sociedad de Beneficencia¨.
Entretanto, 1800 terratenientes, estrechamente ligados por lazos económicos y familiares a los diferentes gobiernos que se suceden entre 1876 y 1903, son beneficiados con 42 millones de hectáreas.
En 1892 cuando el indio era un enemigo vencido, Ángel Della Valle, pintor argentino, hijo de inmigrantes italianos que se había formado en Florencia, retoma el tema de los malones.
¨La vuelta del malón¨, óleo sobre tela de 186,5 cm x 292 cm, es realizado con motivo de la exposición conmemorativa del cuarto centenario del descubrimiento de América que se llevará a cabo en la ciudad de Chicago.
Bajo un cielo gris plomizo que ocupa más de la mitad de la tela, una tormenta comienza a disiparse igual que el malón de regreso de sus correrías (identificación del indio con la naturaleza). En el primer plano, un grupo de jinetes de rostros inciertos y lanzas en alto, ostentan sus trofeos: cálices, incensarios y otros elementos de culto que sugieren el saqueo de una iglesia, idea que es reforzada por la estela de humo que se vislumbra a lo lejos. Otro par de jinetes exhibe las cabezas del ¨hombre blanco¨ colgadas de las monturas, imagen con la que se alude a la crueldad del malón. En el extremo izquierdo, un jinete se diferencia del grupo. Monta un caballo negro y lleva una cautiva blanca desvanecida sobre su torso (fragmento más comentado de la obra ya que el tema de la cautiva había sido extensamente tratado por la literatura). En lo alto del cielo aparecen la cruz y la lanza como un símbolo que contrapone la civilización y la barbarie.
El cuadro aparece -explica Laura Malosetti Costa Dra en Historia del Arte, profesora de la UBA e investigadora del CONICET- como una síntesis de los tópicos que circularon como justificación de la ¨campaña del desierto¨ de Julio A Roca en 1879, produciendo una inversión simbólica de los términos de conquista y desalojo. El cuadro aparece no solo como una glorificación de la figura de Roca sino que, en relación con la celebración de 1492, plantea implícitamente la campaña de exterminio como culminación de la conquista de América.
¨La vuelta del malón¨ se pudo ver antes de ser enviado a Chicago en una vidriera de Buenos Aires. La gente se agolpó en la calle Florida para verlo y la crítica lo celebró como la primera gran obra argentina.
Actualmente, se halla en el Museo Nacional de Bellas Artes de la ciudad de Buenos Aires. Puede verse con todo detalle en distintas páginas de la web.