Por Cristina Moscato
Los orígenes del pueblo japonés y su historia primitiva se confunden con leyendas sobre los inicios del universo y con creencias religiosas. Lo que se tiene por cierto es que unos siglos antes de la era cristiana, unas islas del país insular fueron habitadas por el grupo étnico los ainos. También se sabe que en el siglo VII aC fueron expulsado por el príncipe indígena Jimmu-Tenno, fundador del Japón y de la dinastía monárquica que reina hasta hoy, única en la historia del mundo que ha logrado subsistir por más de veinticinco siglos, en una sucesión interrumpida de 125 emperadores.
En las primeras centurias, el pueblo japonés recibe de China el sistema caligráfico, las artes, la industria de la seda y también la doctrina filosófica-religiosa denominada budismo. Siglos más tarde (XVI) llega el cristianismo, junto a mercaderes de Portugal, Holanda, España e Inglaterra.
A comienzos del siglo XVII, el shogun (rango militar concedido por el emperador) Tokugawa instaura una dictadura con sede en Edo (actual Tokio), desde donde dicta normas y sanciona leyes con las que logra un dominio absoluto sobre la sociedad nipona. En 1635 prohíbe la salida de los japoneses de la isla y establece la imposibilidad de regresar a quién vulnere la ley. En 1639 prohíbe la entrada de extranjeros a excepción de holandeses y algunos mercaderes chinos, que solo pueden desarrollar actividad comerciar en una isla artificial cerca del puerto de Nagasaki.
Durante este período de aislamiento (que se prolongará por 251 años, hasta que en 1854, la armada norteamericana conducida por el comodoro Matthew Perry fuerza la apertura del “País del Sol Naciente” a occidente bajo el Tratado de Kanagawa) la burguesía local experimenta un tremendo auge. Esta clase social, imposibilitada de exteriorizar y de presumir su riqueza, de ascender en el escalafón social y de viajar fuera del país, gasta su dinero en los centros urbanos, particularmente en los llamados barrios del placer donde prostitutas, restoranes, el teatro de muñecas, el kabuki (arte de cantar y bailar) o la lucha sumo hacen las delicias de estos ciudadanos.
Esta nueva cultura será conocida como Ukiyo (mundo flotante), término que define lo efímero y transitorio. La misma generará sus propias formas de expresión artística y literaria, y un estilo de pintura que se denominará Ukiyo-e (imagen del mundo flotante).
Katsushika Hokusai (1760- 1849), natural de Edo, es un reconocido maestro de dicho arte. A lo largo de su vida ha transitado todas las gamas del género: ilustraciones de poemas, libros eróticos, paisajes, geishas, actores Kabuki, samuráis, escenas de la vida cotidiana de gente humilde, además de una colección de 15 volúmenes llamados manga que constan de 4000 dibujos, verdaderos manuales de estudio. A los 70 años está cansado y cree que prácticamente lo ha hecho todo.
Sin embargo, el fallecimiento de su esposa más la bancarrota ocasionada por su nieto, lo obliga a retomar la actividad. ¨Esta primavera no tengo ni una moneda ni ropa que ponerme ni nada que comer¨ confiesa el artista antes de ponerse a trabajar.
¨La gran ola de Kanagawa¨ o simplemente ¨La gran ola¨ de 40 cm x 25 cm, 1830- 1833, realizada mediante la técnica de grabado sobre madera, data de esta época de necesidad; es su obra más conocida y la primera de la famosa serie ¨Treinta y seis vistas del monte Fuji¨.
El artista nos sitúa un instante en alta mar, al sur de la bahía de Tokio, frente a Kanagawa. En primer plano (derecha) se ve el inicio de una ola. En segundo plano, otra se alza espumante. En tercer plano (izquierda) una tercera, gigante, comienza a romper. Tres livianas embarcaciones, dedicadas al transporte de hortalizas y pescados, regresan vacías de la capital. Los ocho marineros de cada una de ellas han alzado los remos. Dos pasajeros más por embarcación, hacen un total de 30 hombres presos de la tempestad. Es un momento dramático y lleno de suspenso. ¿Morirán? En el centro, bajo un cielo tormentoso y sobre una de las embarcaciones, asoma el monte Fuji, volcán de carácter sagrado y montaña más alta de Japón, casi como un espejo del oleaje del segundo plano.
La gran ola, a punto de romper, se multiplica en una gran cantidad de otras pequeñas que repiten la forma de la mayor. Con esta imagen, el pintor, parece anticipar la teoría del fractal, objeto geométrico cuya estructura básica fragmentada o irregular se repite a diferentes escalas, recién propuesta por el matemático de origen polaco Benoit Mandelbrot en 1975.
El título de la serie se encuentra escrito en la parte superior izquierda dentro de un rectángulo. La segunda inscripción a la izquierda del recuadro es la firma del autor.
Gracias a la xilografía, técnica que tendrá un papel determinante en la alfabetización, la difusión de ideas y formación del gusto del pueblo nipón, la obra se reprodujo miles y miles de veces, a tal punto que llega a Europa como envoltorio de las cerámicas japonesas. De inmediato, los pintores impresionistas la tomen como fuente de inspiración y originan una corriente pictórica llamada japonesis- mo. ¨Como tú dices, las olas tienen garras y las barcas están atrapadas en ellas¨ escribe Vincent Van Gogh a su hermano Theo. El músico Claude Debussy tiene una reproducción de la obra en la habitación en que compone ¨El mar¨.
Varios museos como el Guimet de Francia, el Metropolitano de Arte de Nueva York, el Británico de Londres y la Biblioteca Nacional del Francia, conservan ejemplares proveniente de colecciones privadas.
La misma puede verse en todo detalle en distintas páginas de la web.