Por Carlos Crosa
Bajo el refulgente cielo primaveral, despegó hacia el cenit de leyendas del pago, el corredor de autos, médico e instructor de vuelo, Rodolfo Carlos “Chichito” Schneiter.
En la infancia, allá lejos y no tanto para el alma, cuando aquí circulaban más sulkis que autos, ya perfilaba la condición titánica por la que nunca pasaría desapercibido, manejando el Kelito, autito con motor a explosión de los Plini, propaganda del chocolatín homónimo, o haciendo saltos ornamentales en los inolvidables veranos en el Atlético, o tocando baladas en el piano del colegio Cavallari durante los recreos.
Al ser de distinta generación, sólo nos dimos de pibes un “chau”. La universidad nos acercó cuando yo empezaba y él era ya practicante mayor de Medicina que también incursionaba en el automovilismo.
Volvimos a vernos mucho después, un día ya lejano, al aterrizar yo en el aeroclub. Era, como ahora, primavera.
Su mirada reflejaba piloteadas tormentas, pero mantenía la sonrisa más bien insinuada, cual canto a media voz, de siempre.
Alejado de las carreras de autos y de la Medicina, se brindaba ahora de otro modo enseñando a comandar aeronaves. Es decir, seguía negado a ser un doctrinario del término medio, presto siempre, a correr el telón del horizonte en pos del día inusual, único, al que no se debe renunciar. ¿Qué mejor para ello que volar?, me pregunto ahora.
Nos estamos viendo, entrañable paisano. Distraeré la espera reviviendo aquel instante en que, mientras venían por mí, te vi inclinar un ala en temerario viraje en ascenso, bajo el mismo cielo primaveral de ahora como fondo. Módico instante épico, no exento de poesía.