Por Héctor José Iaconis
La imagen que hoy publicamos es el fragmento de una gelatina bromuro de plata, montada sobre papel, tomada por Adobato, en la década de 1930. En ella se observa a una multitud de vecinos participa de un homenaje realizado en el cementerio de 9 de Julio, en memoria de Eduardo Moledo, cuyo restos, en el ese momento, descansaban en el mausoleo de las familias Baztarrica y Pierry.
La copia digital ha sido fragmentada para poner énfasis en otros aspectos del sector más antiguo la necrópolis.
En un plano posterior, sobresaliendo el arco de una puerta clausurada, se observa la denominada «Bóveda Militar», la primera en su tipo construida en este cementerio, donde fueron trasladados los restos del teniente coronel Estanislao Heredia y de sus soldados, muertos en combate con los aborígenes. Esta bóveda fue demolida en 1948 y sus despojos depositados en un cofre bajo, en la Pirámide emplazada cerca del acceso principal del cementerio.
Al mismo tiempo se observan varios mausoleos, de la denominada «primera etapa», dispuestos según el antiguo sentido de ingreso al lugar. Más atrás, se dejan ver los «nichos del muro» perimetral, construidos a partir de la ampliación proyectada por el intendente Robbio en septiembre de 1910.
EL ORIGEN DEL TERCER CEMENTERIO
Cabe recordar que, el actual es el tercer cementerio que existió en la ciudad de 9 de Julio. Se lo comenzó a construir a mediados de 1873. Las obras de albañilería estuvieron a cargo del constructor Juan Rumi, quien percibió por sus servicios la suma de 9.291 pesos, las cuales le fueron abonadas en tres cuotas (terminándosele de pagar el 1de diciembre de 1873).
En el nuevo cementerio se construyó una pieza destinada a depósito y, más tarde, una capilla pequeña. La cal y las maderas empleadas en la misma fueron adquiridas al comerciante de ramos generales Hermenegildo Berdera por la suma de 2.687 pesos. En esta pieza se colocaron una puerta y dos ventanas que le fueron compradas a Pedro Tuna por la suma de 2.774 pesos. El caño que fue empleado para desagüe del depósito fue adquirido por 70 pesos a Domingo Naguila.
Los ladrillos y materiales que se emplearon en la construcción del cerco y de las dependencias del cementerio fueron comprados a Martín Baztarrica. Los mismos se le terminaron de abonar en julio de 1874. Algunos de los materiales de herrería fueron adquiridos a José Isaac por la suma de 110 pesos.
Una vez cercado el nuevo cementerio, se colocó un portón de hierro, provisto por Eduardo Bonvacini.
Las obras iniciales de nuevo cementerio quedaron concluidas en septiembre de 1873. La Corporación Municipal, a través de su presidente, Juan Esteban Trejo, se apresuró a solicitar al vicario capitular del arzobispado Buenos Aires, monseñor León Federico Aneiros la autorización para hacer bendecir el nuevo cementerio. El prelado, el 13 de septiembre de 1873, respondió autorizando al entonces cura párroco de la Iglesia local, Domingo Podestá, para efectuar la consagración del mismo. Cabe destacar que, en la nota remitida por monseñor Aneiros, se ponía especial énfasis en que, la autoridad municipal, antes de efectuada la revisión, debía comprometerse por escrito a que, «se guarde el respeto religioso al cementerio, haciendo enterrar aparte lo que, por las leyes de la Iglesia, no tienen sepultura eclesiástica o bendita». Esta normativa jamás se cumplió, puesto que, por ejemplo, los francmasones que operaron en 9 de Julio, en las dos logias secretas que existieron oficialmente, y que tenían excomunión canónica por parte de la Iglesia, se encuentran sepultados en el mismo cementerio.