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lunes, noviembre 25, 2024

Las abejas argentinas están en peligro (y nadie hace nada)

 

“En el campo se ven colmenares abandonados todos los días”, dice Roberto Imberti, uno de los dirigentes de la Sociedad Argentina de Apicultores (SADA). “La apicultura argentina está en crisis y los costos de la actividad, que son altos, no pueden ser sustentados por los pequeños productores, que tienen menos de 200 colmenas y representan alrededor del 80% de los apicultores”.

El caso de la muerte de 72 millones de abejas en Córdoba, hace dos meses, es un episodio extremos de esta crisis.

El problema no es sólo argentino. Es mundial. En Estados Unidos, por ejemplo, se calcula que la cantidad de colmenas comerciales ha descendido a la mitad en los últimos 75 años, al tiempo que los cultivos que requieren de polinización han aumentado en un 300 por ciento.

“La crisis es multifactorial y hay muchas cosas que se suman, pero lo más conocido es el uso indiscriminado de pesticidas”, dice Arturo Lonighi, un ecólogo terrestre que investiga en la universidad inglesa de Exeter.

El glifosato, el agroquímico más usado en Argentina, mata la flora. Al mismo tiempo, los neonicotinoides, que se usan en el cultivo de maíz, intoxican a las abejas, provocándoles una pérdida en su orientación que impide que vuelvan a la colmena. Eso, multiplicado por miles de abejas, ha sido estudiado y tiene un nombre: colapso de colonias. Y una consecuencia: el vaciamiento de las colmenas.

El ecólogo Lonighi señala que el monocultivo también es parte del asunto: “limita la biodiversidad y evita que las abejas silvestres consigan sitios para nidificar”. Por otro lado, el cambio climático “crea un desfase entre el período de floración de las plantas y el período de vuelo de las abejas. A esto se suma que algunas abejas están adaptadas a ambientes más fríos, y con el cambio de temperatura comienzan a competir con las otras por el alimento”.

Según el director del área de Producciones sostenibles del Ministerio de Agroindustria de la Nación, Nicolás Lucas, “el problema se debe, a escala global, a la falta de hábitat más que a la transgénesis o a los agroquímicos”.

Bayer y Syngenta son los laboratorios que producen algunos de los agentes en discusión. “El principio básico de la toxicología y de la evaluación de riesgos es que la dosis hace al veneno”, dijo el jefe de investigación sobre abejas de Bayer CropScience, David Fischer, en una entrevista. Según Jay Overmyer, un ejecutivo del área de Evaluación de Riesgos Ecológicos de Syngenta: “Hay muchos factores de estrés en las abejas y todos deben ser tomados en consideración”.

Sin embargo, la Unión Europea acaba de acordar que los neonicotinoides deben ser retirados de los campos.

“Por los agrotóxicos nos tenemos que ir cada vez más lejos con nuestras colmenas y eso hace que los gastos de combustible sean cada vez mayores”, dice Ángel Dovico, de la Federación de Cooperativas Apícolas (FECOAPI), una organización que reúne a 250 productores en todo el país. Él mismo dejó Luján y se fue a las islas del Ibicuy.

En Argentina las cifras muestran una crisis pronunciada: según el Registro Nacional de Productores Apícolas (RENAPA), todas las provincias, salvo La Pampa, tienen hoy menos apicultores que en 2015.

El decrecimiento es drástico en las que históricamente han tenido mayor producción: Córdoba cayó un 60%; Santa Fe, un 58%; Buenos Aires, un 56%; y Entre Ríos, un 31%. Otras provincias también sufrieron: Misiones cayó un 92%; Santiago del Estero, un 77%.

Así y todo, Argentina se mantiene como uno de los grandes exportadores de miel del mundo y en las últimas temporadas ha producido entre 60.000 y 70.000 toneladas por año. Pero en 2004 eran 90.000.

El 20% de la producción se destina al consumo interno (con sólo un cuarto de esa porción en los supermercados y el resto en ferias y dietéticas). El 80% se exporta en tambores de 300 kilos, de los cuales al productor se les paga unos 2 dólares por cada kilo. Como la sociedad de las abejas, el negocio de la miel también está estratificado: el productor es el eslabón más débil de la cadena y el que más gana es el intermediario, que se llama “acopiador”.

La crisis de las abejas tiene consecuencias impensables. Si no hay abejas, muchos frutos no se polinizan, la biodiversidad desmejora y el alimento para la población humana decae. El durazno en Río Negro y en Cuyo, el palto en el norte, el almendro en Cuyo, los cerezos en la Patagonia, el ciruelo y el kiwi en La Pampa, los cítricos, las manzanas y las peras: todos estos frutos necesitan la polinización de las abejas. Por eso en 2017 la Sociedad Geográfica Real de Londres declaró que las abejas son la especie más valiosa del planeta.

“Son insectos muy sensibles”, dice Matías Muñoz, un técnico de la Subsecretaría de Agricultura Familiar (del Ministerio de Agroindustria de la Nación) que actuó levantando muestras en el caso de las 72 millones de abejas muertas en Córdoba. Él mismo es apicultor y trabaja con cooperativas. “Las abejas son bioindicadores”, dice, “su grado de pecoreo (recolección de néctar de las flores), de uso del ambiente, y los millones de años de evolución que tienen con las plantas las hacen muy adaptadas a su nicho ecológico. No podemos permitir que la crisis empeore”.

Fuente: Javier Sinay para Red Acción.

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