El 11 de abril de 1932, el volcán “El Descabezado”, del Macizo Andino Chileno, había erupcionado, lanzando una masa de ceniza que se expandió por distintas ciudades del país. 9 de Julio no fue excluida por el extraño acontecimiento: Según los datos que los medios de prensa recogieron entonces, y en la ciudad, sobre una superficie de 576 hectáreas cayó un volumen superior a los 230.000 centímetros cúbicos de ceniza.
En el Partido, sobre una superficie de 4161 kilómetros cuadrados, tomando como base una capa de 3 centímetros extendida sobre la misma, cayeron 124.830.000 metros cúbicos, cantidad que al peso de 750 kilogramos por metro cúbico arrojó un total de 93.622.500 toneladas de ceniza.
UN RECUERDO
Haydee Elvira Adobato de Rastelli, en “Historias no tan lejanas” recrea atractivamente sus recuerdos de día en que cayó ceniza en 9 de Julio:
“Abril 11 de 1932, 7:30 horas de la mañana. Mi abuela y mis padres ya se habían levantado y estaban conversando, junto a la tibieza de la cocina de leña, y el aroma del café recién hecho. Mis hermanos y yo dormíamos.
“Me despertó el sonido del teléfono que llamaba insistentemente. Entre sueños, escuché la voz de papá que lo atendía. Llamaba don Ambrosio Martínez, director del periódico ‘El Orden’, en el que mi padre colaboraba diariamente, escribiendo temas políticos:
“- Emilio, ¿salió al patio?, ¿vio lo que está pasando?, está oscuro aún, y cae algo del cielo que no es nieve, fíjese! – expresó el amigo con gran preocupación.
“Mi padre salió al corredor y luego al patio de atrás. Para esto, nosotros, habíamos saltado de la cama y la casa se había alborotado”.
“De ahí en más –prosigue más adelante, Haydee Adobato, con su semblana-, ese día fue todo un ir y venir, de un lado al otro, hasta conocer bien lo que estaba pasando. Efectivamente, en nuestra cordillera de los Andes, un volcán había entrado en actividad y grandes cantidades de ceniza se esparcieron sobre una zona del país.
“En 9 de Julio cayó una enorme precipitación, aclaró sobre media mañana, y recuerdo el temor de la mayoría, ante lo desconocido. La ceniza se acumuló en los techos y canaletas y, debido al peso que ejercía sobre los mismo se debió proceder de inmediato a la tarea de limpieza. Un manto blanco de varios centímetros cubrió el pueblo…
“Las clases se suspendieron y cuando entré a la Escuela Nº 1, donde concurría, lo hicimos por unos tablones que habían colocado en la puerta de entrada, pues por mucho tiempo la ceniza lo invadió todo. Esta fue embolsada en la mayoría de las casas y guardada, pues luego sería utilizada como elemento de limpieza en los utensilios del hogar”.
UNA LLUVIA BLANCA
José D. Forgione, en 1936, rememoraba el suceso de abril de 1932, al que llamó “La lluvia blanca”: “Siempre recordaremos aquella mañana de abril, en que nos tocó presenciar un fenómeno muy raro. Nos hallábamos en un hotelito de un pueblo próximo al territorio de La Pampa. Aquel día, el aire volvíase cada vez más asfixiante. Nos levantamos y salimos a la calle…”.
“A pocos metros de distancia –explicaba el citado escritor-, apenas nos veíamos uno a otros. La atmósfera estaba completamente cargada de un polvillo fino y blanco que caía del cielo con la lentitud de la nieve… A mediodía continuaba la oscuridad y fue necesario iluminar el pueblo con luz eléctrica, como si fuese de noche”.
“¡Que débiles y pequeños nos sentíamos bajo aquella impresionante lluvia blanca, que parecía no terminar nunca!”, recordaba Forgione.