Por Carlos Crosa
(Escritor nuevejuliense y miembro fundador del TIN)
La primera puesta del TIN en 1959 citaba la vida noctámbula que luego de la Segunda Guerra Mundial se diera hacia 1948 en las cuevas de Saint -Germaindes-Prés, zona de la iglesia más antigua de París que le da el nombre a esa parte del barrio latino.
Sartre, Battaille, Simone de Beauvoird, Truffaut y muchos otros dictaron ahí el evangelio de la noche parisina que trascendió allende los mares pariendo luego en los años sesenta la Nouvelle Vague o Nueva Ola.
En esas misas paganas se estrenó en 1950 dirigida por N. Battaille, La Cantante Calva, la pieza más representativa del teatro del absurdo, que ahonda en el extravío del hombre en un mundo sin razón ni lógica. “No es calva, cabelluda ni canta, lo que hay es humor, tramas sin significado y desconcertación, decía Ionesco, su autor, sobre ella.
En otro orden de cosas, el jazz dejó de ser a partir de esas cuevas, un género musical de fondo en las películas, y fue una voz más en Ascensor Para El Cadalso (1955), el film que prefiguró el cine francés de los sesenta.
No fuimos ajenos a todo eso quienes en los años cincuenta despuntábamos bohemia en el Chiche, la Alhambra y un bar situado arriba de la entonces Tienda La Razón, y así nació el TIN con esa obra gala, subida a escena a pulmón gracias a una entusiasta lista imposible de enumerar sin incurrir en olvidos.
Evocando mis sentires de entonces, recorrí Saint Germain hace poco buscando cuánto quedaba de ese mundo que me llegara a través de la pieza inaugural del TIN.
Hallé que, si bien persisten los edificios del siglo XVII junto con las galerías de arte, y la cultura se sigue dando cita en los Café Le Deux Magot y Flore, lujosos locales de moda van sustituyendo a las pequeñas tiendas y librerías de aquella bohemia.
En cuanto a la vida nocturna, ésta se da hoy en pubs, tabernas griegas, turcas o ventas de souvenires. El jazz se toca en sólo dos lugares cercanos al proverbial Theatre de La Huchette, donde, sin intervalo desde 1957-según reza en una placa-, se sigue poniendo en escena cada noche La Cantante Calva.
Luego de su estreno en 1950, en la cueva donde funcionaba el cabaret Théátre Des Noctambule, un crítico pontificó en el diario Le Figaro: “es una antiobra. Ionesno no tiene nada para decir. Nadie se acordará de él”.
A modo de colofón: el paso del tiempo torna ridícula toda pontificación.