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miércoles, noviembre 27, 2024

Soliloquios de un memorioso… La «vuelta del perro»

[30 de julio de 2011] No era una exclusividad de nuestra ciudad, existía en varias poblaciones con sus características y particularidades, dadas, lógicamente, por las costumbres de cada medio.

En 9 de Julio  se daban casi todos los días y por supuesto con distintas magnitudes. En los llamados días de semana era menos frecuentada pero había figuras habituales que nunca faltaban y también influía la época del año y sus temperaturas.

En los sábados y domingos era el apogeo. Comenzaba en la vereda de Mitre entre Vedia y  Libertad y se extendía hasta la mitad de cuadra de estas últimas y en algunos casos rodeaba toda la manzana.

En algún momento, a cierta hora y cuando su densidad había crecido pareciera que por algún llamado extraño o por una inaudible voz de orden todos se trasladaban al medio de la calle Mitre y entonces se formaba esa doble fila de ida y vuelta entre las esquinas de Libertad e Yrigoyen.

La doble fila circulaba eficazmente mientras muchos o muchas recibían y hasta retribuían el repetido saludo o gesto de quienes no circulaban y permanecían bordeándola o de quienes iban en contramano.

Este “paseo”, como más finamente se lo denominaba, era el marco adecuado para generar un clima comunicacional que se manifestaba a través de la reiteración de los saludos, de los gestos correspondidos, de las miradas intencionales o de expresiones insinuantes. En algunos casos eran el prólogo que auguraba futuros encuentros ya no tan públicos o preparatorios de la relación que más cercana se produciría en el próximo baile.

Las relaciones ya entabladas tenían otra vía de escape. Ante un gesto cómplice cada uno abandonaba a sus compañeros o compañeras del paseo y se dirigían a un punto común de encuentro en la plaza, ámbito más reservado y que permitía una mayor privacidad mientras se caminaba bajo los perfumados naranjos, especialmente si era época de azahares, o de los vigorosos tilos de que la rodeaban. Algunos más afortunados lograban apoderarse de alguno de los escasos bancos que había, eso tras un torneo en el que se examinaban todas las posibilidades de conseguirlo.

La “vuelta del perro” era, además, un desfile a través del cual se conocían nuevos hechos, nuevas noticias sobre las curiosidades sociales de la ciudad y donde se intercambiaba información de las más variadas gamas o se discutían cosas importantes o intrascendentes. Era todo un acontecimiento social de amable importancia a través del cual los concurrentes se vestían con las mejores galas y la mejor presentación, mujeres con evidentes toques de peluquería o con los efectos visibles de ruleros soportados por varias horas, como hombres engominados o lustrosos de brillantina, gracias a la vigencia publicitaria de Glostora.

No faltaban quienes con la importancia para  aquellas épocas contaban con un coche y lo estacionaban contra la vereda de las principales cuadras y quedándose adentro gozaban de la comodidad adicional de estar sentados y de tener un mirador amplio desde el cual podían contabilizar todos los aconteceres de interés.

Seguramente este paseo ha sido la plataforma desde la cual se lanzaron muchas parejas a la aventura vital del amor en común. Tal vez en el recuerdo de muchas y muchos, esposas o esposos de hoy permanezcan aquellas primeras miradas o aquellas iniciales impresiones de alguien que llamaba la atención.

Otros y otras evocarán romances que no prosperaron, intenciones imposibles de concretar o aquellos rostros esquivos que rehuían el saludo intencional . Sea como sea la “vuelta del perro” es el recuerdo de un escenario rico de emociones y una pincelada multicolor del costumbrismo de una época.

No dudo que estas líneas producirán una motivación y un impulso en la memoria de quienes las lean y hayan pertenecido a esa categoría de concurrentes a este “paseo”.

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